Retina | El negocio de la felicidad
Pareciera que ahora hay razones para sonreír sin razón
02/01/23.- Cuando me dicen que ser feliz depende enteramente de mí, casi lo comprendo y casi concuerdo con la idea. Sin embargo, hay muchos “peros”, todos importantes, que me ponen feliz por un instante, mientras divago en la manera matemática que podría asegurar que sea yo el centro del universo, a pesar de saber que es esa la única perspectiva del mundo que siempre voy a tener, como siempre la vamos a tener todos los seres vivos.
Me gusta explorar en los discursos sus ladrillos ideológicos centrales y, a partir de ellos, ver cómo se desarrolla su estructura de promesas, valores y limitaciones. Me ocurre esto ahora con el discurso de la “felicidad” que ha ganado tanto terreno y que se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos, más influyentes y más oportunos para la concepción neoliberal imperante.
No es hoy buen momento para tararear aquella canción de Joan Manuel Serrat que contaba que “uno no de mi calle me ha dicho / que tiene un amigo que dice / conocer a un tipo / que un día fue feliz”, menos todavía la parte que dice: “Que se sonrió con razón / como lo hacen los bobos sin ella”.
Pareciera que ahora hay razones para sonreír sin razón, pues te apoya esta nueva forma de razonar sobre la felicidad en la que resulta que ser feliz depende exclusivamente de ti, que requiere dedicación, disciplina, esfuerzo permanente y mente tranquila. Como ocurre con todos los discursos, a partir de este punto comienzan las ramificaciones culturales e ideológicas que permiten que la propuesta de la “felicidad” se adapte como un guante a diferentes necesidades, culturas y religiones.
Cuando me quedo mirando detenidamente este discurso, encuentro allí los mismos consejos que me daba mi abuelo, todo eso de la disciplina, el esfuerzo y las metas. Lo nuevo es que hay palabras que visten esa sabiduría popular antigua, que creo tiene toda la humanidad, como si se tratara de algo nuevo, con ropas New Age, energéticas y hasta tecnocráticas.
“Ahora la felicidad se considera como un conjunto de estados psicológicos que pueden gestionarse mediante la voluntad; como el resultado de controlar nuestra fuerza interior y nuestro auténtico yo; como el único objetivo que hace que la vida sea digna de ser vivida”, sostienen Edgar Cabanas y Eva Illouz en su libro Happycracia, en el que hacen un recorrido por los orígenes de este discurso, por sus aspiraciones a recibir la categoría de ciencia, por los enormes fondos financieros privados que la alimentan y por la industria que lo maneja.
Creo que crecí convencido de que no existe eso de “ser feliz”. Es decir, lo que me parece real es que se puede “estar feliz”. Eso aprendí. Ser permanentemente feliz no me produce otra idea que no sea la de las propuestas de mundos alienados, como Un mundo feliz de Aldous Huxley.
No sé qué piensan ustedes, pero creo que uno conoce y valora la felicidad porque no es la normalidad, como tampoco lo es la infelicidad.
Volveré la próxima semana sobre este tema, la felicidad, pero quiero dejar la advertencia de que esta idea, que la felicidad depende absolutamente de ti y de nadie más, presenta el inmediato inconveniente de que requieres de coaching, así le llaman, alguien a quien le pagas para que te guíe en la ruta de la felicidad, que depende absolutamente de ti y de los coachs que necesites.
Lo que me resulta peligroso, desde este punto de vista, es que esta creencia quiere divorciar a la felicidad del valor de lo colectivo, de la comunidad. Pareciera que la convivencia y la comunidad son innecesarias y, cuidado si no nocivas cuando se pretende ser feliz. Puede hacer que empieces a pensar que gente que te rodea es “mala vibra”, a quienes debes alejar en procura de tu felicidad.
Freddy Fernández
@filoyborde