Cívicamente | Pobres derrochadores
Las necesidades de estas fechas decembrinas no se multiplican, sino que se acumulan
05/01/23.- Pueda que los que concentran grandes riquezas en este mundo tengan para comprar muchas cosas, incluso emociones y sentimientos, pero si algo no podrán experimentar jamás es la emoción de cobrar utilidades o aguinaldos en diciembre, ni el sentimiento de añoranza de la primera quincena de enero.
Estas experiencias, privilegio exclusivo de la clase trabajadora, para muchos es uno de los malos hábitos económicos del venezolano que justifica nuestros desniveles socioeconómicos. Es que mientras unos, los más exitosos, invierten sus fortunas, el resto, la mayoría, gasta sin control ni compasión sus utilidades o aguinaldos.
Nos dejamos llevar por las emociones propias de las festividades navideñas y de Fin de Año, y gastamos de manera viceral perdiendo el juicio que recuperamos en enero cuando la austeridad llega de nuevo para instalarse hasta el próximo diciembre.
Ciertamente, el mes de diciembre se desboca el consumo y eso tiene su justificación, y no es precisamente el “derroche” compulsivo de la clase trabajadora que multiplica en estas fechas sus necesidades, pero la realidad es que no se multiplican se acumulan.
Se van acumulando día a día a lo largo de once meses, el mismo tiempo que debe pasar un trabajador, una trabajadora para poder hacer algo distinto con su remuneración que no sea comer y pagar transporte. Y ese momento llega en diciembre con los pagos extras que se reciben por conceptos de las relaciones laborales bajo dependencia.
El momento donde se aprovecha de hacer todo lo que lo “mínimo” que se recibe durante todo el año no permite y aunque lo extra tampoco es suficiente para todo lo acumulado, sirve al menos para rebajar la lista variada de pendientes que va desde hacerse un cambio de look, como pintar la casa, cambiar la nevera, pagar las mensualidades atrasadas de colegios y los servicios, comprar un par de zapatos para seguir la brega con dignidad y darle un regalo a los niños de la casa para que no crezcan pensando que el trabajo no vale la pena.
Entonces, hablan de invertir, haciendo referencia, supongo, a transacciones financieras y comerciales para multiplicar capital, ¿cuál? ¿Y es que lo que alcanza para unos pares de zapato y un galón de pintura, por decir algunos de los gastos excesivos del pobre derrochador, sirve para impactar la bolsa de valores? Absurdo.
Una cosa es cuestionar el modelo económico capitalista y sus perversiones consumistas, y otra es cuestionar a quiénes invertimos nuestras capacidades productivas y creativas aspirando a una justa distribución de la riqueza con ocasión al trabajo.
Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras establece que la riqueza es un producto social generado principalmente por los trabajadores y las trabajadoras y, por tanto, su distribución debe ser justa, que garantice una vida digna junto a sus familias. Distribución que puede verse reflejadas en las utilidades, pero cuál es la empresa en este país que las reparte entre sus trabajadores con criterio justo, ninguna, todas se circunscriben a lo mínimo obligado.
Mientras sea así, seguiremos reproduciendo esa lógica perversa del consumo desmedido en la única época del año en donde el trabajador y trabajadora se ve con algo más en qué poder materializar su esfuerzo diario.
Así que no me solidarizo con quienes viven menoscabando nuestra idiosincrasia, quienes nos culpan desde la lógica del capital, tampoco se trata de victimizarnos desde la ética socialista, pero la sensatez invita a que nos reconozcamos en un ecosistema económico donde somos depredados unos y en simbiosis constante otros, que analicemos de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos, no por mero ejercicio crítico, sino por hacernos de las herramientas necesarias para nuestra transformación.
Carlos Manrrique