Vitrina de nimiedades | Tiempos de storytime

Todo parece valer en estos tiempos de storytime

07/01/23.- Todo en la vida es más leve si se tiene al lado a un buen echador de cuentos. No importa si es en un imprevisto o en un velorio: si alguien te puede contar cualquier cosa con gancho, gracia, emoción y una buena dosis de teatralidad, el dolor o una interminable espera pueden olvidarse por un buen rato. Eso sigue siendo así hoy, en tiempos de redes sociales, donde los contadores de historias se camuflan bajo términos como storytime para seguir una tradición tan antigua como el mundo mismo.

A diferencia de quienes recreaban a viva voz historias en cualquier plaza, hoy no hay límites para aquello que consideramos digno de ser relatado. Ni los juglares pudieron imaginar que podrían regar sus cuentos sin necesidad de ser un trotamundos. Menos aún, se les habría ocurrido contar con tantos recursos para hablar con una voz que no les pertenece, tener muchas versiones de su historia en cuestión de minutos o ser inspiración inmediata de quienes, por dinero o placer, se plantean una meta tan universal como impersonal: crear contenido.

Hoy, esta tarea se vale de un recurso nada nuevo en el mundo audiovisual, pero casi infalible: relatar una situación, llegar al punto culminante y cerrar con: “¿Quieres saber cómo termina? Dale like y vendrá la segunda parte”. Si el mandado se hizo bien, cualquier usuario de redes sociales tiene una fórmula bastante efectiva para aumentar la interacción con su cuenta. Comentarios, “Me gusta” y afines llegarán a cambio del final.

Poder palpar en tiempo real la reacción ante una historia es la novedad de un formato que, en el fondo, no es nuevo. Basta con revisar el éxito de las radionovelas y las telenovelas venezolanas para saber que esa idea del engagement o compromiso, tan nombrado hoy en el mundo digital, se expresaba de otras formas. Más allá de las mediciones de audiencia, está la marca de personajes y frases compartidas por generaciones enteras.

A Albertico Limonta no le hicieron falta miles de “Me gusta” para quedarse en el imaginario colectivo latinoamericano por un largo rato. El nombre de la protagonista de una famosa novela de los 80 quedó grabada para la posteridad con la famosa frase “¿Vas a seguir, Abigaíl?” y si revisamos los 90, sería imposible no recordar la expresión “Como vaya viniendo, vamos viendo”.

Además de la huella, estos personajes y muchos más llegaron a millones de personas a través de capítulos hechos con la suficiente intriga para mantener el interés a diario, sin preguntar: “¿Quieres saber más?”. La lógica era clara en una dinámica que duraba meses y, en casos excepcionales, años. El termómetro de la popularidad se usaba en las calles: cuando una historia pegaba, era el comentario colectivo. Y era el único parámetro para saber hasta dónde podía extenderse la trama.

Hoy, esos relatos largos, llenos de arquetipos, parecen cosa del pasado. En su lugar, además de las series que pueden verse en plataformas de streaming, millones de usuarios de redes sociales se atreven a contar anécdotas, experiencias y todo aquello que desean por entregas. Los más osados hacen micronovelas o microseries, con entregas definidas y la posibilidad de satisfacer peticiones de seguidores. Otros, no pierden la oportunidad para contar cualquier chasco, desde una salida amorosa fallida hasta problemas con un jefe, ayudados por herramientas tecnológicas. No necesita ser editor de videos o voice over. Todo parece valer en estos tiempos de storytime.

Rosa E. Pellegrino

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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