Punto y seguimos | Protestas “democráticas” for export

Una versión verdeamarela de lo que es ya un modelo prefabricado

10/01/23.- En Brasil, simpatizantes del expresidente Jair Bolsonaro, autoproclamados demócratas libertarios, asaltaron la sede del Congreso. Unas mil personas rodearon varias instituciones gubernamentales, ubicadas en la capital brasileña, vandalizando todo a su paso, izando banderas del extinto imperio de Brasil y hasta disfrazándose de indígenas norteamericanos, pero con los colores amarillo y verde, en una acción que fue fácilmente identificable como un plagio de la toma del Congreso gringo por parte de los seguidores de Donald Trump en el año 2021, cuando los trumpistas - también a inicios de enero - decidieron protestar por el supuesto fraude electoral contra su líder supremo en las presidenciales del 2020.

La fecha, el lugar, los disfraces, los modos, las consignas y todo el parapeto, no fueron sino una versión verdeamarela de lo que es ya un modelo prefabricado y listo para exportar de las protestas de la derecha, preparado para aplicar en cualquier lugar donde el “comunismo”, el “progresismo” o cualquier otra cosa que no sean ellos mismos, se convierta en gobierno, amenaza o posibilidad de serlo. La derecha más extrema, esa que nos resulta risible por su nulo miedo al ridículo, no tiene nada de graciosa y ha logrado a punta de dinero, campañas, prédica religiosa y otras hierbas, convertirse en una fuerza de gente movilizada por el odio, fanática hasta los tuétanos y convencida de que la libertad (en su acepción capitalista) es un valor que supera a los demás valores y en nombre del cual los excesos no solo son justificados, sino apreciados.

Las protestas “democráticas” occidentales, cuyo formato se ha tratado de llevar a países de Oriente (Taiwán, Irán , por ejemplo) han desdibujado la esencia de la protesta como forma de expresión popular, están tan diseñadas y preparadas que el espíritu orgánico de la manifestación se anula. En el caso de las protestas, instigadas por la derecha en América Latina, las características son evidentes: mayoría clase media o alta, blanca o mestiza, parafernalia alusiva como si fuera un partido deportivo (banderas, camisetas, pancartas, etc.) hecha con evidentes recursos materiales, bombas, armas y material defensivo profesional (basta recordar las máscaras antigases en las guarimbas venezolanas de 2017), acceso a internet y redes, baterías de información para medios y uso moralmente autorizado de la violencia contra instituciones y personas catalogadas como “enemigas”. 

Rara vez este tipo de manifestaciones dirigidas a desestabilizar gobiernos o propiciar rupturas del orden constitucional suelen ser valoradas negativamente en la prensa, a menos que, como en el caso de los trumpistas en Washington, la cosa “se les vaya de las manos” o pase la línea de lo políticamente correcto, y siempre atribuido a la locura de un grupito de seguidores exaltados. Tratamiento contrario reciben los manifestantes de corte más popular, etiquetados rápidamente de vándalos y terroristas; lo que nos pone en un absurdo nivel de polarización en el que casi cualquier manifestación se deslegitima, bien por su origen, bien por su identificación desde “el lado contrario” como expresión de todo lo que está mal o incorrecto. La apropiación política y mediática de la protesta, caracterizada en el modelo de participación de calle de la extrema derecha, solo ha servido para desvirtuar la más pura y básica expresión de descontento social, eliminando su carácter orgánico, estandarizándola y revistiéndola de un uniforme, que amén de una burla y una parodia, es un peligro para la verdadera libertad del ser humano.

Mariel Carrillo García


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