Caraqueñidad | Hace 135 años Caracas tiene luz ¿permanente?

La planta hidroeléctrica El Encanto, primera del país y de Latinoamérica

Así como en la actualidad el periodismo –hecho por periodistas– cede espacios frente a la invasión de antiacadémicos bucaneros de la desinformación, apadrinados y autodenominados comunicadores digitales (incluso aspiran ampararse en una inexistente ley); así como fueron quedando en el olvido los sagrados oficios del amolador, el lechero, el tintorero o el marchante; así mismo pasaron a mejor vida las funciones de los faroleros y los serenos encargados de iluminar y cuidar la Caracas de antaño desde que el 8 de agosto de 1897 se instaló la estación El Encanto en El Hatillo, la primera planta hidroeléctrica del país y de Latinoamérica, hace 125 años, con lo que cada vez se escuchan menos cuentos de fantasmas y almas en pena que asustaban a los paseantes nocturnos.

Corrían los días del tercer período presidencial de Joaquín Sinforiano Crespo, con mucha influencia afrancesada de Guzmán Blanco y en medio de una severa crisis debido a las bajas de los precios internacionales del café, principal rubro de exportación y sustento de aquella economía de un país que emergía a su propio ritmo de lo rural a lo industrial, para lo cual un tendido eléctrico permanente era necesidad ineludible.

En ese contexto el joven Ricardo Zuloaga Tovar (sobrino materno del pintor Martín Tovar y Tovar) a su retorno de Francia –cuna de modas y avances tecnológicos– innovó un sistema de energía eléctrica.

 

Buscaba superar su idea inicial de mecheros a gas por lo que ideó un sistema alimentado con la fuerza de las corrientes de agua que rodeaban la capital. En El Hatillo, al pie del Peñón de Las Guacas, ubicó el lugar ideal, donde las aguas del río Guaire, en las caídas de El Encanto y Los Naranjos, en terrenos del futuro gobernador, don Antiloquio Level, quien aprobó la venta para dar vida al luminoso proyecto.

La obra, que consistía en una planta hidroeléctrica, fue el boom para garantizar el servicio permanente: el inicio de la modernización y el fin de lámparas de kerosén y de gas de sistemas anteriores. Y al acabar con la oscurana bajó el índice de las pillerías de entonces, así como los cuentos de figuras espectrales, como ya se dijo.

Previo al Encanto

Hasta entonces, todos los intentos previos de generar un sistema eléctrico, no solo para tener luz sino para conservar alimentos y otros beneficios propios de la energía, habían resultado insuficientes e ineficaces.

Según una recopilación de la revista Élite de 1963: “…Aquellas noches caraqueñas de la Colonia y de los años que siguieron a la Independencia se caracterizaban por las tinieblas y el silencio, propicias para que figuras fantasmales del más allá sembrasen el temor en el espíritu medroso e ingenuo de la gente… En la edad temprana de la pequeña villa de Santiago de León de Caracas ni siquiera faroles había en las esquinas, por lo que los contados transeúntes que se aventuraban en las horas nocturnas tenían que alumbrarse al paso con velas de sebo colocadas dentro de las cajitas cuadradas forradas de vidrio para que el viento no las apagara. Tiempo después en los zaguanes de las casas mantuanas se instalaron faroles con candilejas de aceite de coco y posteriormente aparecieron faroles en varias esquinas principales de la ciudad”.

No solo había carencia de electricidad e iluminación sino de otros aspectos básicos, incluso inherentes a la intimidad y el aseo personal. Sin luz, sin agua corriente, sin papel higiénico y sin otras herramientas básicas de la cotidianidad, resultan lógicos los cuentos de fantasmas de aquellas noches oscuras…

Como siempre, la inventiva del caraqueño presupone que sin alimentos refrigerados las indigestiones eran muy frecuentes, lo que generaba alto tráfico de tenues lucecitas en solapado desfile rumbo a los oscuros excusados estratégicamente ubicados en sitios ventilados del patio, retirados de la sala-comedor para evitar los repugnantes efluvios. Ese ida y vuelta de candiles simulaba la presencia de espíritus burlones que en realidad eran almas en inminente apuro.

En medio de tantas sombras nocturnas “figuras silenciosas de las que apenas se veía la capa y los dobleces del embozo se deslizan hacia la negrura de los rincones en cuyas profundidades ocurrían pequeños sucesos más o menos pecaminosos, gravamen inevitable del humano deleite”, expone a manera de anécdota-denuncia Juan Ernesto Montenegro, en crónica titulada Comienzo del alumbrado público en Caracas, en la página 466 de Crónicas de Santiago de León.

Se sabe, por ejemplo, del esfuerzo de aquellos gobiernos, muy apegados a los designios religiosos, que instaban incluso a las familias acaudaladas para mantener un sistema de iluminación a base de velas de sebo para mantener iluminada la figura de Nuestra Señora de La Luz… con ese nombre sería el colmo no iluminar a la matrona del Ayuntamiento caraqueño.

Por mera ignorancia la gente aseguraba que las sombras producidas por los faroles eran inobjetable señal de presencias diabólicas y para combatirlas multiplicaron las unidades lumínicas de velones de sebo en toda la ciudad.

Sería el mayordomo gubernamental el garante de la luz toda la noche además de espantar a los malaconducta que se robaban los velones para poder actuar bajo del manto protector de la oscuridad.

Para aumentar la eficiencia del rudimentario sistema, a pesar de la cortedad de recursos contrataron faroleros que, además de encender y apagar los faroles y cargarlos de combustible para garantizar su constante brillo, hacían las veces de serenos para vigilar las calles y evitar la incipiente acción delictiva.

Era función del sereno, guiado por la Catedral, anunciar en voz alta la hora y el estado del tiempo, que generalmente estaba tranquilo. Entonces decían a cada hora, por ejemplo, “Son las 8 y todo sereno”. De allí el nombre de tan neurálgico oficio.

Conspiración develada

Justamente un siglo antes de la planta de El Encanto, dicen que fue la luz la que atentó contra las aspiraciones libertarias del país. En tan lúgubre ambiente nada era más oscuro que el sistema opresor español contra la población criolla, lo que originó el famoso movimiento liderado por Manuel Gual y José María España, quienes lamentablemente fueron delatados y se disiparon sus lumínicas intenciones independentistas.

Debido a la información que alertó a las instancias de poder el gobernador Pedro Carbonell ordenó fortalecer el sistema de iluminación para evitar extrañas reuniones subversivas.

Las principales familias –los del billete– fueron las primeras en aportar económicamente para garantizar no solo la iluminación sino ese estatus de borregos conquistados.

Bastaron 27 nuevos faroles en los alrededores de la Plaza Mayor –centro de poder– para apagar esos sueños libertarios. “Grotesca y absurda esta forma de ahuyentar con faroles la libertad, cuando ella misma es luz”, sentenció Montenegro.

Un poco más adelante, en 1800, el mismísimo Alejandro Von Humboldt, se mostró sorprendido ante los inventos del empírico Carlos del Pozo y Sucre. Un calaboceño que basado en lecturas se atrevió a experimentar con un incipiente pararrayos para minimizar los efectos de la naturaleza. Y a partir de allí se adentró más en el tema energético, al punto de fabricar baterías, electrómetros y electrófonos, pero le faltó llegar a la fuente de la energía permanente.

Casi en paralelo el Dr. Alejandro Echezuría, profesor de química y física, dictaba clases a sus alumnos de la Universidad de Caracas acerca de los potenciales de una máquina eléctrica de su propia invención, e incluso se dice que gracias al novedoso equipo pudo predecir el terremoto de 1812.

El guiso del gas

Caracas necesitaba vestirse de gala durante el penúltimo de los seis períodos presidenciales de Antonio Guzmán Blanco, quien planificó un gran rumbón en el marco del primer centenario del natalicio de Simón Bolívar.

La capital debía, literalmente, brillar por todos los costados. Se convocó a todos los entes gubernamentales, los pocos inversionistas privados y a los ricos para que esa noche La Ciudad Luz fuese la cuna del Libertador.

Contrataron plantas generadoras extranjeras. El gobernador Eladio Lara finiquitó detalles con el empresario de la naciente electricidad Carlos Palacios, quien, a pesar de cambios de última hora –qué raro, improvisación gubernamental– que superaron en más de 100 mil bolívares los 60 mil presupuestados inicialmente, cumplió, pero denunció su inconformidad con varios aspectos de los que responsabilizó a la supuestamente aliada compañía del gas...

Se acordó que “durante la fiesta la luz eléctrica iluminará solamente los puntos principales: Capitolio, Palacio Federal y del Centenario y los puntos adyacentes”, se lee en El Siglo, Año II, Nº 536, fechado en Caracas el 25 de abril de 1883.

Además, colaboró con parte de la iluminación un conocido químico, Vicente Marcano, quien activó un dispositivo para dar luz a varios sitios específicos.

Dado el brillo de aquella festiva y pomposa faena se elevó la imagen del Ilustre Americano, quien ordenó a partir de allí la instalación de unas 200 lámparas modernas a cargo de la empresa de Palacios; no obstante, paralelamente, se firmó un cuantioso contrato con la gasífera para iluminar casas y comercios privados.

Un año más tarde, para inaugurar la estatua ecuestre del Libertador, iluminaron el sitio gracias a un “aparato” del farmaceuta Roberto Janke y activado por el doctor Adolfo Ernst.

Corrían los días de 1881. Más duró la queja de Palacios que descubrir –como afirmaron Bartolomé López de Ceballos y Ramón Díaz Sánchez en Crónicas de Caracas, Nº 22 y 23, Caracas abril-junio de 1955– que Guzmán Blanco formaba parte de la junta directiva de la floreciente gasífera presidida por Henry Lord Boulton, que comienza a monopolizar el negocio so pretexto, entre otros, de sustituir por modernas bujías al peligroso combustible que había evolucionado de aceite o grasa animal al temible kerosén…

Guzmán Blanco, con apoyo de ciertos sectores de la prensa de entonces, resultó socio principal de la compañía de gas, máxima competencia de quienes venían garantizando un sistema luminotécnico moderadamente regular.

Desde entonces las noches caraqueñas, muy clasistas aún, se volvieron una especie de pasarela de modas donde los más pudientes salían a lucir sus mejores trajes y prendas… hasta que apareció el efectivo sistema hidroeléctrico en 1897.

¿Realmente era un Encanto?

Apelamos al conocimiento del ingeniero mecánico Augusto Pasqualini, con especialización en asuntos eléctricos. Expuso que ciertamente fue un encanto para la ciudad aquella moderna planta hidroeléctrica, porque abría las puertas hacia la modernización.

Explicó que el asunto se trataba de unos álabes colocados en un eje de turbina, como chapaletas que giraban con la corriente del Guaire de entonces y generaba la energía necesaria para surtir de electricidad según la demanda de esa Caracas en crecimiento.

La propia industrialización, la explosión demográfica, la migración del campo a la ciudad y otros factores desnudaron ciertas insuficiencias en la producción que inicialmente era de 240 kv y logró una ampliación de 420 kv.

Se afirma que con esa generación alcanzaba para iluminar la avenida este de la ciudad y surtir a varios clientes con exigente demanda como la Cervecera Nacional y la Compañía del Gas y de la propia Luz Eléctrica que, desde 1896, ya brindaba luz con 58 faroles en desventajosa competencia contra más de 1.500 lámparas de gas y 800 de kerosén.

Pasqualini explica que no había una manera estándar de medir la demanda por lo que podría considerarse privilegiado quien tuviese acceso al sistema.

Esos cálculos, que evidentemente apuntan a optimizar el servicio, deben complementarse con otros aspectos como la generación, transmisión, distribución y comercialización… pero eso es asunto de otra crónica, en la que debe hablarse de mantenimiento, tema neurálgico, a decir del ingeniero especialista.

Lo cierto es que ahora mismo, gracias a aquellos aciertos iniciales, se cuenta con plantas hidroeléctricas (Guri y Uribante-Caparo, en sustitución de El Encanto; termoeléctricas: modernización de aquellas de gas ahora con diversidad de combustibles, y eólicas, a partir de la fuerza del viento. Pero –siempre hay un pero–, aparecieron unas extrañas iguanas que con las intermitencias causadas, además de dañar todos los utensilios electrodomésticos, reviven viejos fantasmas del pasado que en pleno siglo XXI no deberían resucitar…

 

Luis Martín

 

 


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