Retina | Felizmente explotados

Se trata de una falsa retórica de “empoderamiento”

16/01/23.- El tono de epopeya y una inteligente selección de palabras vestidas de modernidad contribuyen al  éxito de esta teoría que apunta a desmontar las conquistas laborales de los trabajadores y que, a cambio, crean una realidad de trabajos con fragmentación y diversificación de tareas, precariedad laboral, de empleos temporales, empleos a tiempo parcial y de subempleos.

Después de la Segunda Guerra Mundial, antes de que llegara la actual moda de la “felicidad”, en el mundo empresarial, en la publicidad y en las relaciones laborales fue muy importante “La Pirámide de Maslow”, o la “jerarquía de las necesidades humanas”, una teoría psicológica que postula que hay una jerarquía de necesidades humanas y defiende que conforme se satisfacen las necesidades fisiológicas (respirar, alimentarse, descansar, reproducirse), los seres humanos desarrollan necesidades y deseos más elevados, los que organiza en cinco categorías ascendentes que van desde las fisiológicas, ya mencionadas, y pasa por las de seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización.

El disfraz científico de la propuesta de felicidad que está de moda hoy ha rechazado e invertido la visión de Maslow. Su propuesta dicta que mi primer deber es ser feliz, como condición obligatoria para poder satisfacer mis necesidades de éxito y reconocimiento o de seguridad material.

Llegamos al punto de hoy, cuando se ha impuesto en la cultura laboral que la felicidad es precursora y determinante en el éxito. Si no soy feliz, no soy un buen empleado. Con esta premisa los científicos de la felicidad han armado un discurso sobre la identidad de los trabajadores, estrechamente ligado a la ética actual del capitalismo.

La empresa exige hoy a las personas la felicidad como supuesta condición para adaptarse a los continuos cambios del mercado laboral y para sobrevivir y prosperar en condiciones de inestabilidad, precariedad e intensa competitividad.

Todo este discurso feliz no menciona ninguna consideración de tipo estructural y menos cuestiona valores, motivaciones y objetivos de las empresas. La verdad es que bajo estas premisas, los empleados que cuestionan estos valores son etiquetados como infelices o negativos y considerados como una traba.

Ya hay organizaciones que crearon una dirección o gerencia de la felicidad. Se trata de una directiva o directivo de recursos humanos, que tiene el convencimiento de que un trabajador feliz es un mejor trabajador. Vale recordar que en este discurso, ser feliz es una decisión personal, no debemos pensar que la empresa al crear esta oficina se va a dedicar a hacer felices a sus trabajadores.

Una de las formas que asume este discurso de “felicidad laboral” es tratar de convencer a la gente de que debe asumir su empleo como si se tratara de la vocación de su vida. Aquí, “vocación” funciona como la noción heredada del protestantismo y popularizada por la literatura de autoayuda. Se usa hoy como forma de manipulación a los trabajadores para que se identifiquen con el trabajo, sea este cual sea, y a que lo entiendan no como necesidad, sino como “fuente de crecimiento personal”.

Con todo el respeto y el reconocimiento del mundo, ¿cómo se supone que un repartidor de pizza, una cajera del McDonald’s, o un señor de la limpieza puedan entender sus trabajos como una vocación?

Hay una contradicción muy obvia en todo este discurso de la felicidad, tan obvia que resulta difícil verla, pero es un discurso que se narra en clave de epopeya personal, llena de escollos, traiciones, sacrificios y sufrimientos para alcanzar la felicidad, a pesar de postular de que “ser feliz está en ti y es una decisión que tú tomas”.

El tono de epopeya y una inteligente selección de palabras vestidas de modernidad contribuyen al éxito de esta teoría que apunta a desmontar las conquistas laborales de los trabajadores y que, a cambio, crean una realidad de trabajos con fragmentación y diversificación de tareas, precariedad laboral, de empleos temporales, empleos a tiempo parcial y de subempleos.

Con mucho cuidado, las personas responsables de adelantar estas políticas no hablan de “precariedad del empleo”, dicen “flexibilidad laboral” y la acompañan de las recomendaciones a los trabajadores de “resiliencia”, “emprendimiento” y “autonomía”, las que supuestamente servirán para adaptarse a las condiciones que se presenten.

No sé si se nota que, de esta forma, Gobierno y empresas transfieren la responsabilidad laboral individualmente a cada trabajador. Su bienestar va a depender de esa persona misma, no importa en cuáles condiciones sociales, económicas y laborales deba desempeñarse.

Se trata de una falsa retórica de “empoderamiento”. Oculta su propósito de culpar a los trabajadores, para que hagan suyos no solo sus propios fracasos, sino también los de la propia empresa.
Estos discursos son el envoltorio de una nueva política del trabajo que apunta al debilitamiento de las leyes estatales en materia laboral y a la normalización de un modelo que promueve la responsabilidad individual (del éxito, del desempleo, de la adaptación), a expensas de la solidaridad y la responsabilidad colectiva.


Freddy Fernández
@filoyborde

 


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