Vitrina de nimiedades | Desconfianza digital

Con aquellas cosas que quieren emularnos a veces abandonamos la confianza

28/01/23.- Como si estuviéramos conociendo el hielo al estilo de Cien años de soledad, cada vez que tropezamos con un avance tecnológico tenemos la tentación de asumirlo superior, infalible e insustituible. Del asombro podemos saltar a la incredulidad, el recelo, la simpatía o la dependencia total, pero casi nunca se nos ocurre pensar que es inferior a nosotros. Salvo sus creadores y su competencia, rara vez podríamos ver un artefacto o un software y concluir que puede fallar. Eso no les está permitido, o eso pensamos.

No se trata de un equipo que se avería. No. Cuesta asumir que las invenciones pueden ser falibles, sustituibles y perfectibles, aunque formen parte de nuestra vida, veamos su evolución y aceptemos su obsolescencia programada. Una cosa es vivirlo; otra, entenderlo. Basta con ver el ejemplo más universal a nuestro alcance: los teléfonos. En muchas casas duermen el sueño eterno el equipo de disco, los llamados “ladrillos” o el celular “de tapita”, esperando que el smartphone, con el que hoy no podríamos pasar ni mediodía, también se vuelva una cosa vieja. Pasamos de un equipo al otro con más o menos resistencia, pero nunca objetamos la superioridad con la que llegaron a nosotros.

Esta supremacía hoy se multiplica con tantas aplicaciones que prometen hacernos la vida sencilla y manejable. Aprender idiomas, corregir textos, vigilar el hogar, llevar el registro de la presión arterial, contar cuántos metros se corren en un entrenamiento, pagar las cuentas sin moverse de sitio. Son tantas las cosas que se nos volvieron tan sencillas que confiamos a ciegas, creemos que no pueden dejarnos mal, porque la tecnología es para el bienestar. Pero con aquellas cosas que quieren emularnos, como los chatbots, a veces abandonamos la confianza.

¿Hace falta un ejemplo? Ahí está todo el revuelo que ha significado ChatGTP, una herramienta que pretende producir textos y sostener conversaciones a partir de la Inteligencia Artificial (IA), una caja de Pandora al servicio del asombro tecnológico. A casi dos meses del lanzamiento de su más reciente innovación, que comentamos a través de esta misma columna, su uso se ha convertido en un desafío a la informática, la educación y el rigor de la palabra.

Escuelas que prohíben el uso de este chatbot en clase, expertos en el mundo digital que lo convirtieron en una especie de redactor aliado, usuarios que esperan usarlo para sostener conversaciones por WhatsApp y aventureros que ya probaron pasar exámenes con este recurso tecnológico, demuestran el revuelo causado por esta herramienta, cuyo acceso, por cierto, no está disponible en este rincón del mundo. Pero no hay más: también están los que quieren lanzarle una concha de mango para demostrar que aún está lejos de ser como nosotros.

En redes ya alertan las debilidades de ChatGTP: algunos usuarios aseguran que recomienda libros inexistentes, da consejos que pueden devenir en problemas legales, no es tan avezado en matemáticas. Hasta admite que se equivoca (bueno, a algunos humanos y humanas nos cuesta eso). Ya más de un usuario lo ha pillado, como si olvidara que detrás de la tecnología está el hombre, falible y perfectible, aunque aún insustituible. 
Detrás de la IA está la inteligencia humana, que conocemos bastante, con sus victorias, sus derrotas, sus bemoles y sus asuntos descabellados. Quien duda de esa herramienta, ¿teme ser sustituido completamente por máquinas y aplicaciones? ¿No quiere que se derrumbe el mito de la infalibilidad de la tecnología? A lo mejor el mismo ChatGTP nos responde algún día de dónde viene esa desconfianza digital.

Rosa E. Pellegrino 
  


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