Micromentarios | Síndrome de Don Quijote

Cuando la ficción suplanta a la realidad

31/01/23.- La lectura, igual que la vida, nos permite adoptar uno entre numerosos puntos de vista, según nuestra formación intelectual, nuestros intereses y el modo en que lo leído nos afecta. Por eso, ante un mismo libro, se suscitan tantas posiciones personales, algunas de ellas diametralmente contradictorias entre sí.

En El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y desde una perspectiva sociológica, es obvio que Sancho Panza representa al pueblo llano. Cervantes lo contrapone al grupo social de los dueños de la tierra. Sancho debe trabajar de sol a sol para su sostenimiento y el de su familia, en tanto Alonso Quijano vive de las rentas de la tierra y disfruta de largos lapsos de ocio.
Gracias a la frecuencia de estos últimos períodos, el futuro Quijote se sumerge tan profundamente en las novelas de caballería que, a partir de cierto momento, confunde la ficción propia de estas con su realidad.
Este trastorno de la psiquis no es infrecuente, ni siquiera en nuestro tiempo. Ignoro cómo le llaman los estudiosos. Yo lo bauticé, hace mucho, como síndrome Don Quijote. 
Aparte de las numerosas noticias que durante mi vida me ha tocado leer sobre niños, jóvenes y adultos que lo han sufrido, hubo un caso en mi infancia que me tocó de cerca, el de un amigo y compañero de estudios con quien compartí un pupitre de doble asiento en tercer grado. Se llamaba José Manuel. Ambos teníamos ocho años y éramos admiradores de Supermán.
Un día, José Manuel no fue a clases. A media mañana, mi madre fue a buscarme al colegio, antes del final de las clases y, camino a casa, me expuso la razón de la ausencia de mi amigo. Al inicio de la noche anterior, José Manuel se había atado una toalla de baño al cuello, a manera de capa, y se había lanzado al vacío, desde la azotea de su casa.
Fuimos a casa para cambiar mi uniforme escolar por ropa oscura y luego nos trasladamos a la funeraria donde velaban al que entonces era mi mejor amigo. No recuerdo haber llorado, aunque estaba consciente de que jamás lo volvería a ver.
Quise verlo en el ataúd y, tras mucho rogar, me permitieron hacerlo. José Manuel estaba muy maquillado, supongo que para disimular los hematomas, ya que según oí decir cayó de cabeza. Para encubrir el exceso de polvo facial, le pintaron los labios, lo cual hacía que su rostro luciera grotesco.
Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue que colocaron a ambos lados de su cuerpo unas diez revistas de cómics protagonizados por Supermán, entre ellas, dos que yo le había prestado.
Quise reclamarlas, pero mi madre me indicó que no era adecuado.
Debido a esta experiencia, lo ocurrido con Alonso Quijano nunca ha sido para mí una situación ficcional, sino algo que sucedió y, lamentablemente, puede volver a suceder.

Armando José Sequera

 

 


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