Punto y seguimos | Pensar lo que pensamos 

No se puede no creer en nada, ni creer en cualquier cosa

14/02/23.- Estamos desbordados. La sobrecarga informativa es una realidad y afecta a las personas en el globo, especialmente al 56% que, según datos del Banco Mundial, viven en ciudades, es decir, aproximadamente 4.400 millones de personas. Las nuevas tecnologías de la información permiten un acceso más rápido y fácil a una cantidad inmensa de información que circula “libremente” sin ninguna “garantía” o “prueba” de su validez o veracidad. La búsqueda de la verdad ha sido una de las grandes preocupaciones de la humanidad y uno de los grandes temas de la filosofía, y lo seguirá siendo en la medida en que el ser humano continúe pensando y estudiando cómo lo hace; de cualquier modo, aunque todo es siempre discutible y sujeto de reinterpretación lo cierto es que algunos acuerdos se han alcanzado, acuerdos colectivos acerca de cómo entendemos y vivimos la “realidad” y sobre todo, acerca de los criterios con que la validamos.

Así las cosas, en nuestro tiempo (y como resultado y evolución de cientos y miles de años de producción de conocimiento) es la ciencia quien agrupa los conocimientos de las distintas ramas del saber, en una forma metódica (observación, experimentación) y verificable que nos permite establecer parámetros y esos nombrados “acuerdos” acerca del funcionamiento del mundo en que vivimos y sobre nosotros mismos. Si bien la duda es fundamental a la hora de pensar de manera crítica, pareciera que en esta época que vivimos, la posibilidad de acceder de manera individual a una gran cantidad de información ha supuesto también la falsa creencia de que cualquier data puede ser científica (y por tanto válida) o de que la información efectivamente trabajada y comprobada bajo el método científico es producto de la conspiración y el engaño, y por ello no se puede confiar en ella, cosa que nos ha llevado al peligroso punto de los extremos: no creer en nada, o creer en cualquier cosa.

Quienes hablan a favor de refutar a la ciencia su rol de “validadora” del conocimiento, suelen hacerlo bajo premisas emocionales o bajo el atrevimiento que otorga el desconocimiento de la ciencia en su sentido amplio, y aunque claramente la discusión y las propuestas de repensar la ciencia misma son no solo útiles, sino imprescindibles para el desarrollo humano, también es necesario no confundir las categorías de análisis. Una cosa es, por ejemplo, abogar por la inclusión del conocimiento (también científico) de las clases no dominantes y estudiar en profundidad la relación de la ciencia actual con el capitalismo y el cómo este afecta a la producción y divulgación del conocimiento científico y otra muy distinta es asumir posiciones sin argumentos, tendientes a desestimar y aniquilar siglos de estudio, sistematización, trabajo y pensamiento humanos. 

La ciencia no es solo eso que hacen unos pocos realizaban señores muy nerds en unos laboratorios o aulas universitarias. Ese es un estereotipo que además de alejar a la sociedad del conocimiento científico, se presta para que no se desarrolle el pensamiento crítico y para que aumente en forma preocupante la cantidad de personas que expresan fanatismo por pseudociencias, gurús, vendedores de humo y, en general, por expresiones del pensamiento mágico, mucho más accesibles y fáciles de “digerir” que el conocimiento más elaborado, ese que realmente nos centra y ubica, al tiempo que aviva nuestra capacidad natural para cuestionar y continuar en la búsqueda infinita de la verdad, en la interminable, difícil y apasionante tarea de descubrir los por qué de la existencia. 

Mariel Carrillo García

 

 


Noticias Relacionadas