Vitrina de nimiedades | Las formas de la ausencia

La muerte es una experiencia personalísima

Supongo que habrá una ciudad entera

Y me sirve de consuelo, si me esperas allá.

Los chicos

Andrés Calamaro

 

25/02/23.- Dos llamadas perdidas fueron más efectivas que una ouija. Vi el número, desconocido para mí, ajeno a mis contactos. Por un momento pensé que podía ser algo importante y me animé a enviar un mensaje de texto para pedir que se identificaran. “Soy tu papá”, me responden. Menuda mentira: mi padre, al menos en este plano, ya no está.

No sé si era un bromista, un estafador cansado de hacerse pasar por María o simplemente una llamada a un número equivocado. No importa qué había detrás de ese mensaje. Después de pensar: “¡Qué bolas tiene este pana!”, me quedé recordando todas esas veces en las que he dicho: “Mi papá ya no está” o “Murió hace años”. De nada vale cuánto tiempo ha pasado, menos aún quién pregunte por él y por qué lo hace. Pronunciar esas frases es un empujón indolente contra la vida.

En momentos como estos, descubro de nuevo cómo la muerte se vuelve una experiencia personalísima, resignificada de forma continua y contradictoria. Se vive varias veces, en varios sentidos, dejando huellas distintas. Es mucho más que llanto y vacío. También puede ser costumbre, rito o hábito.

Todavía sigo descubriendo sus formas. Se vuelve reclamo cuando siento que no he recordado a papá lo suficiente. Se torna calma cuando sueño con él, un ejercicio onírico de cierta regularidad. Se transforma en fuerza totémica cuando le hablo para pedirle fuerzas, como si efectivamente pudiera contestarme.

Cada cumpleaños y cada aniversario de su partida se tornan en mis fechas patrias personales, a mi modo y según mis formas. Recuerdo cada una con antelación y no pierdo la oportunidad de comentarlo en casa, como si temiera ver borrado su rastro. Por suerte, descubro su huella intacta en la memoria de los otros. No sé por qué eso me da paz.

Hoy, la imagen de mi padre me da tanta tranquilidad que construí en torno a él un espacio tan íntimo, tan nuestro, que me cuesta explicar su falta aunque ya no llore. No me acostumbro a esos momentos en los que debo decir: “Él murió”. Una cosa es evocarlo de todas las formas posibles y otra es volver a golpearme obligatoriamente con el muro de su partida.

No importa cuánto tiempo pase: la ausencia se vuelve un lastre diseñado para incomodar. Trucos y costumbres estarán ahí para hacer el asunto menos doloroso; ese es su objetivo. Funcionan cuando se tiene el control, cuando uno nombra al ausente o las circunstancias justifican hablar de él. Pero cuando su imagen es puesta en escena abruptamente, el juego cambia.

Quizás este texto es mucha letra para un evento tan fortuito. En realidad, esto no es para ese bromista-estafador-persona equivocada. Él es una excusa, o más bien, un episodio más. El vacío, en realidad, nunca se supera. Esto es solo un recordatorio: nuestros trucos siempre van tres pasos atrás de las formas de la ausencia.

 

Rosa E. Pellegrino

 

 


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