Punto de quiebre | Traicionó a su hermana y la mató a ella y sus hijos

La tragedia ocurrió en Petare, después de que la víctima la sorprendiera con su marido

28/02/23.- Desde que se descubrió aquello nada fue lo mismo en aquella humilde vivienda anclada en la parte alta del barrio La Dolorita en Petare. Los niños, de once y nueve años de edad, no tenían noción del alcance que tenía, e iba a tener, aquello que se había descubierto. El ambiente se tornó hostil. Las respiraciones lucían agitadas, como si un equino galopara incesante dentro de aquellos cuerpos huraños en que se habían convertido sus padres. La risa había desaparecido y los niños, como presintiendo que algo grave podía estar a punto de estallar, hablaban bajito y procuraban moverse despacio, hasta lavaban sus platos después de comer y no dejaban nada regado en la angosta sala. Las palabras eran ahora las estrictamente necesarias: “Vengan a comer”, “Es hora de acostarse”, “A levantarse que van a llegar tarde”, “Pónganse a hacer sus tareas”, “Tráeme la ropa sucia”, “Cómprame un pan en la bodega”.

Regreso inesperado

Aquella mañana, Ana Victoria, de cuarenta y dos años de edad, salió temprano de su casa, pero antes despachó a los niños para el colegio. Su esposo se quedó durmiendo, pero ella no sabía que no le tocaba trabajar ese día. Su hermana María Gregoria, quien le llevaba siete años, dormía también. Ella no vivía precisamente allí con la pareja en la casa de La Dolorita, sino alquilada en una habitación en el centro de la ciudad, pero desde hacía una semana se estaba quedando a dormir allá con su hija de diez años, pues dijo que había tenido unos problemas allá con otra inquilina y que prefería esperar unos días a fin de evitar un problema mayor.

Ana Victoria se regresó a su casa, pues había dejado unos papeles. Abrió la puerta metálica y subió las empinadas escaleras hasta su habitación, ubicada en el primer piso. Poco antes de abrir la puerta, donde se imaginaba a su marido todavía dormido, sintió algunos ruidos inusuales, como si alguien trotara dentro de la habitación. Se extrañó, pero no le pasó por la cabeza que se iba a encontrar con aquel espectáculo. Abrió la puerta y quedó estupefacta. Sintió que algo Iba a estallar dentro de su cabeza. Allí estaba su hermana María Gregoria, con su trasero desnudo apuntando hacia el techo, cabalgando alocadamente sobre el padre de sus hijas, quien tenía las piernas abiertas y la agarraba por las nalgas. El grito tronó en toda la casa. María Gregoria se puso de pie de un salto, mientras su esposo intentaba inútilmente taparse con una sábana. “No es lo que tú crees”, alcanzó a balbucear, antes de que le cayera encima una andanada de golpes, cachetadas, arañazos y fuese tomado por el pelo. Luego Ana Victoria se volvió hacia su hermana y de sus ojos salió una ráfaga de odio, un odio fulminante, arrollador. “Te me vas de mi casa, perra. Siempre me has tenido envidia. Te creía capaz de todo, pero de acostarte con mi marido nunca me pasó por la cabeza”.

 

La tragedia

María Gregoria, quien había sido echada de la casa, llegó aquel día, supuestamente con intenciones de hacer las paces con su hermana, aunque ya le había pasado varios mensajes a su marido, presionándolo para que la abandonara y se fuera a vivir con ella. “Tú estás loca, María, ¡qué carajo haces tú aquí! Mira que bastantes peos me he ganado ya. Ana está allá arriba durmiendo con los niños”, le dijo él, bloqueándole la entrada a la casa. “Tranquilo, que voy a hablar con ella para arreglar las cosas. Por favor, déjanos solas, que yo la conozco y sé por dónde entrarle”, respondió la mujer.

Horas después, la parte de arriba de la vivienda había sido consumida por las llamas. Una vez que los bomberos sofocaron el incendio, encontraron los cadáveres de la mujer y sus dos hijos. Inicialmente pensaron que podía tratarse de un accidente, pero al trasladar los cadáveres chamuscados a la morgue les practicaron las experticias respectivas y se determinó que los tres habían sido asesinados antes, con algún objeto contundente, mientras dormían.

Tras ser interrogado por las autoridades, el marido de la infortunada relató que en la casa se había quedado su cuñada cuando él salió y les contó a los uniformados lo que había pasado días antes con aquello de la infidelidad descubierta.

Los funcionarios allanaron el inmueble donde María Gregoria vivía en el centro de la ciudad y allí la encontraron. Por supuesto que ella negó su participación en el hecho y dijo que ciertamente había  ido ese día para allá y que había hablado y discutido con su hermana, pero que luego regresó para su casa. Sin embargo, los funcionarios no creyeron su versión, pues ya sabían que las víctimas habían sido asesinadas mientras dormían. Practicaron la prueba del luminol en las prendas de vestir que la mujer se había puesto ese día y que ya habían sido lavadas, así como en el lavandero, y arrojaron resultado positivo, por lo que fue detenida de inmediato. Se determinó que el hombre no tuvo nada que ver con el asesinato de su familia.

 

Wilmer Poleo Zerpa


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