Cívicamente | Cuestión de vocación

Sí o sí debe ser la maestra y el maestro una heroína y un héroe

02/03/23.- La educación, además de un derecho humano, representa un valor ciudadano muy apreciado, constitucionalmente protegido como un deber social fundamental, democrático, gratuito y obligatorio.

El Estado la asume como función indeclinable y de máximo interés en todos sus niveles y modalidades, y como instrumento del conocimiento científico, humanístico y tecnológico al servicio de la sociedad.

Vista su trascendencia se justifica que los hombres y mujeres que ejercen la docencia, que escogen ser maestros y maestras, sean tan bien ponderados en la colectividad, a veces hasta endiosados por nuestra cultura. Junto con los médicos y médicas se disputan el sitial de honor: se espera tanto de ellos que los ponemos en la línea odiosa de héroes, de la que muy rápido se pueden convertir en villanos.

Se ha mitificado incluso la figura de la maestra, específicamente, haciendo referencia a la mujer amorosa y prudente que cual apostolado decide como misión de vida educar a los hijos de la patria.

Y es tal que en una época, no tan lejana, sus palmetazos en las manos de sus alumnos, aunque un gesto sin duda violento —tanto como hincarlos sobre piedras— era un método celebrado por los padres y madres, porque todo ello iba en favor de la educación y disciplina de sus hijos. Digamos que ni eso se les reprochaba.

Pero las épocas han cambiado y las desigualdades sociales de un modelo económico injusto en la repartición de sus riquezas han desdibujado a esa hada sublime con la que se estereotipó a la maestra y ha hecho que hoy tengamos mucho que reprocharle. La relegó solo a un cliché de la ficción, en el mejor de los casos a una excepción, y al deseo de que nuestros hijos e hijas se topen con una de ellas en sus escuelas y liceos.

Ahora la mayoría cambió las anécdotas de la humanidad y sus avances para sustituirlas con quejas e inconformidades, y sin piedad ni escrúpulo alguno orienta a sus estudiantes a que no elijan esa profesión porque no es rentable y se morirán de hambre, aunque ellas y ellos siguen vivos; como si el problema fuese de la profesión y no de quien quizás equivocadamente la eligió sin tener vocación. Porque educar es cuestión de eso, de vocación.  

La educación también es un servicio público y está fundamentada en el respeto a todas las corrientes del pensamiento, con la finalidad de desarrollar el potencial creativo de cada ser humano y el pleno ejercicio de su personalidad en una sociedad democrática, basada en la valoración ética del trabajo y en la participación activa, consciente y solidaria en los procesos de transformación social.

En la prestación de este servicio son parte importante y medular los maestros y las maestras y más allá de su idealización cultural y romántica, deben necesariamente, quienes asuman estas funciones, ser hombres y mujeres dotados de excelsas herramientas espirituales e intelectuales que solo se encuentran en la vocación.

Este tiempo económico difícil que resistimos los venezolanos así lo evidencia, y aunque las necesidades materiales son de interés humano, no razona igual el “educador”, el que “forma para la vida”, que el que “se gana la vida dando clases”.

Sí o sí debe ser la maestra y el maestro una heroína y un héroe, como los que día a día, pese a un salario insuficiente, no abandonan su misión, que entienden, razonan y resisten; y para ellos su contraprestación debe ser la patria, porque de esas cosas sublimes inexplicables para la lógica materialista se alimentaron nuestros libertadores.

 

Carlos Manrrique


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