Un amante empedernido de la música

Demostró que era conocedor del amplio repertorio musical latinoamericano.

04/03/23.- En su vida hubo muchas canciones que marcaron sus pasos hasta cambiar la historia contemporánea venezolana.

Podía ser en una gira presidencial por Latinoamérica y el mundo, una reunión de ministros, embajadores, mandatarios, una emisión de Aló presidente. No importaba el lugar o la hora: siempre venía una canción a la mente de Hugo Chávez, una que provocaba las carcajadas entre el público, porque venía acompañada de una anécdota relacionada con su niñez o la juventud.

Evidentemente, muchas cédulas de damas caían al suelo cuando se sonrojaban al acordarse de la letra de algún tema musical que entonara Chávez.

Para alguien nacido en Sabaneta en 1954, su entorno se veía amenizado por el arpa, el cuatro y las maracas que provenían de alguna casa cercana a la suya, mientras se colaba un café en la mañana y las gallinas cacareaban merodeando por los corrales o las vacas pastaban en el gamelotal.

En los años cincuenta, la radio representaba el entretenimiento de los hogares en Venezuela, con las novelas y, por supuesto, la sensación musical del momento: Dámaso Pérez Prado, con el auge del mambo; así como la Sonora Matancera, los boleros de Daniel Santos, Carmen Delia Dipiní, y las rancheras que eran interpretadas por Pedro Infante, Jorge Negrete, Antonio Aguilar y otros que se ganaron el cariño y la admiración de los venezolanos y las venezolanas, no solo con su canto, sino también con sus películas.

Basta solo imaginar al niño Hugo entonando alguna canción compuesta por José Alfredo Jiménez, por tan solo citar un ejemplo, mientras vendía las famosas arañas de lechosa que preparaba su abuela Mamá Rosa, y que le encargaba su venta por las calles de Sabaneta.

Entre canciones también se hacen caminos

Llegaron los años sesenta y Hugo ingresó al umbral de la adolescencia, estudiando en el Liceo Daniel Florencio O’ Leary, donde guardaba las melodías de Fiesta en Elorza, que grabó Eneas Perdomo en 1962, Linda Barinas, de Eladio Tarife y de Juan de los Santos Contreras, conocido como el Carrao de Palmarito, que inspiraba respeto entre el público encarnando al príncipe de las tinieblas en el poema Florentino y el Diablo, de Alberto Arvelo Torrealba, grabado en 1965 a dúo con José Romero Bello, quien cumplía el papel de Florentino, en un contrapunteo inmortalizado hasta el sol de hoy.

La memoria del joven Hugo Rafael para recordar los versos de principio a fin siempre sorprendió a quienes lo escuchaban en alguna reunión entre amigos o familiares, y no estuvo ajeno al apogeo de temas cantados por Raphael, Sandro, José José, Palito Ortega, Roberto Carlos, Pecos Kanvas y otros ídolos de la canción latinoamericana, que marcaron a toda una generación.

Prestando servicio como soldado en la Academia Militar, apoyó el canto de Alí Primera, que se perfilaba con un mensaje contundente hacia los más humildes.

Como Presidente, nunca dejó de sentir añoranzas por esos momentos vividos, acompañados de una canción, y cada vez que se le presentaba la oportunidad, compartía con la población la banda sonora de su vida, y al mismo tiempo, la de todo un país.

Emmanuel Chaparro / CIUDAD CCS


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