Trinchera de ideas | Chávez, hombre universal

05/03/23.- Mi pluma se detuvo con su respiración. Los dedos no atinaban a golpear las teclas, las palabras no brotaban, el tiempo parecía suspendido en su infinito. No por esperada la noticia fue menos duro el mazazo que golpeó lo más entrañable del sentimiento y nos hizo sentir el dolor como solo los revolucionarios sabemos sentirlo.

El estupor dio paso a la conciencia, al intento de atisbar una explicación, a tratar de imaginar el futuro con su ausencia, y de verdad resulta difícil, muy difícil. Del sentimiento humano del hermano que no estará, el vacío político que deja y del dolor por su alejamiento a la deformación profesional de pensar las relaciones internacionales y la política exterior desde la distancia que ha tomado para que sean otros los que las ejecuten, me he visto conminado a expresar mi sentimiento acerca del Hugo Chávez, hombre universal que se nos fue.

Pero no quiero hablar en esta ocasión del estadista, que fue reverenciado por 54 delegaciones gubernamentales y por 32 jefes de Estado que estuvieron presentes en sus honras fúnebres, sino por los millones de ciudadanas y ciudadanos del mundo que en todos los rincones del planeta se sintieron conmovidos al sentirse protagonistas de la obra del Comandante Chávez. Los ejemplos brotan por centenas, pero referiremos algunos que recuerdan significativos momentos vividos.

En diciembre pasado fui invitado por el Diario del Pueblo, de la República Popular China, a visitar ese grandioso país. En uno de los recorridos, yendo de Suzhou a Shanghai paramos a almorzar en Zhouzhuang, pequeño poblado vinculado a través de canales que sirven de vías de comunicación. En la llamada “Venecia de China” me acerqué a un pequeño puesto de venta de artesanías y té. Al verme, el anciano que atendía su comercio me preguntó —a través del traductor— de dónde venía. Le contesté: “De Venezuela”. Esta vez no hubo necesidad de traducción. Su repuesta fue clara: “Chávez” y una sonrisa asomó a su cara surcada de arrugas.

Recuerdo mi visita a Argelia tres años atrás, como invitado a dar un par de conferencias en la Academia Diplomática de ese país. En el momento de mi salida, cuando hacía la fila para realizar los trámites migratorios, un oficial revisaba los documentos. Al reparar en mi pasaporte venezolano me dijo: “Venezuela, Chávez” y me hizo pasar por la fila preferencial reservada a los diplomáticos.

Un amigo francés me contaba que su hermana, acostumbrada a viajar a lugares exóticos, decidió conocer Kirguistán, país montañoso del Asia Central de alrededor de doscientos mil kilómetros cuadrados y poco más de cinco millones de habitantes. Su economía gira en torno a la producción agrícola y ganadera. La visitante europea llegó a Biskek, la capital, y de inmediato se trasladó vía terrestre a un pequeño poblado situado a más de cuatro mil metros de altitud, distante unas seis horas de la urbe a la que había arribado. Se adentró en un mercado de animales en el que se comerciaban reses, ovejas y caballos. Con absoluto estupor descubrió que uno de los campesinos que vendía su ganado portaba orgullosamente una franela en la que se leía: “Chávez. Diez millones”.

Hace un mes, en Ciudad de México, tomé un taxi para ir al aeropuerto. El conductor al escuchar mi voz me dijo: “Usted es de Venezuela. ¿Cómo está el presidente Chávez?”. Y a continuación, como una exhalación, expresó con vehemencia: “Qué mala suerte la de México. Chávez debió haber nacido aquí. Los pobres no estaríamos mal”.

Un par de días atrás, encontrándome en el hotel Alba con un grupo de amigos colombianos que vinieron a las exequias del Comandante, se nos acercó un hombre de unos cuarenta y cinco años, serio, circunspecto. Quería conversar, indagar acerca de cómo nos sentíamos y cómo vivíamos el momento. Nos dijo que se llamaba Carlos Andrada, que era de Villa María, una pequeña ciudad cercana a Córdoba, en Argentina. Trabajaba como maestro de Educación Física en un bachillerato en su ciudad. Relató que regresaba del trabajo la tarde del martes 5 cuando escuchó en la radio de su carro la infausta noticia del fallecimiento del presidente Chávez. No tuvo dudas, la determinación fue inmediata. Se comunicó a una agencia de viajes solicitando un boleto a Caracas para el día siguiente. No le importó que le costara el equivalente a un sueldo mensual. Quería dar también su adiós al Comandante. Pensó que los hijos de San Martín y Bolívar debían igualmente marchar unidos a dar el postrer homenaje a quien había amado por igual a las dos tierras de la patria grande… y así lo hizo. Caminó veintidós horas hasta llegar a la Academia Militar donde realizó su anónimo tributo al hombre que yacía para la posteridad.

Son solo algunos ejemplos que hacen patente la acción del Comandante Chávez en las más distantes y distintas latitudes y longitudes del planeta, aunque desde hace algunos años pueblos humildes de diferentes países habían tomado su nombre para consagrarlo ante la historia.

Hoy, las setecientas familias del barrio que lleva su nombre en Engativá, al occidente de Bogotá, no escatiman para manifestar su tristeza y deseo de rendirle homenaje, y recorren apesadumbrados el barrio que “el Comandante nunca pudo conocer”. Sus calles y casas se han llenado de flores, banderas a media asta, fotos y carteles con la frase: “Comandante, tú no has muerto”. Asimismo han celebrado una misa por el alma del presidente Chávez, como reseña Radio Caracol de Bogotá.

Otro tanto ocurre en Managua, Nicaragua. Las calles polvorientas del barrio que lleva el nombre del líder venezolano no esconden su dolor, pero tampoco el orgullo de vivir en un lugar que se llama barrio Hugo Chávez. Situado a orillas del lago de Managua, al costado de la ruta al Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino, en el barrio viven 564 familias que desde hace doce años ocuparon un terreno baldío y levantaron precarias viviendas.

Del mismo modo, ya en enero de 2009, la figura del Presidente venezolano había llegado al Medio Oriente cuando una aldea del norte del Líbano cambió el nombre de una de sus calles para bautizarla “Hugo Chávez”. En la ocasión, Mohamed Wehbe, alcalde de Bireh, la localidad de diecisiete mil habitantes que tomó tal decisión, manifestó que “es lo menos que podemos hacer por ese gran hombre que hizo revivir la esperanza en nuestros corazones y tomó una revancha en nuestro nombre frente a la entidad sionista”. Agregó que se trata de un gesto destinado a “honrarlo y a levantarnos el ánimo”.

De la misma manera será bautizada una calle en Cisjordania, Palestina. El alcalde del pueblo, Fawzi Abid, explicó que “el deceso de Chávez es una pérdida para todo el mundo y para el pueblo palestino en particular, porque fue un gran apoyo (para la defensa) de los derechos palestinos”.

La diplomacia de los pueblos de la que habló el Presidente ha estado presente y se ha puesto en funcionamiento. Con ella el Comandante se sentía a gusto. La posibilidad de intercambiar de manera directa se puso de manifiesto en cada viaje al extranjero. Lo vimos conversando con los habitantes de Santa Marta, en Colombia, recibiendo la bienvenida musical y compartiendo con el pueblo de Malabo en Guinea Ecuatorial o corriendo junto al pueblo haitiano cuando visitó Puerto Príncipe en marzo de 2007. Además de las relaciones gubernamentales, ese contacto directo con la gente era la manera como se realizaba la política internacional de su gobierno.

Finalizo contando una anécdota de cuando trabajé como director de Relaciones Internacionales en la Presidencia. Un noche muy tarde, ya en la madrugada, el presidente Chávez y su comitiva llegamos a Asunción, Paraguay, en visita oficial durante el gobierno del presidente Nicanor Duarte. Por lo avanzado de la hora, nos dirigimos directamente al hotel donde nos hospedaríamos. A la llegada al mismo, el Presidente vio a dos niños que no superaban los diez años en la puerta del hotel. Después supimos que eran hermanos. Se acercó a ellos y les preguntó por qué estaban ahí a esa hora. Los niños contestaron que no habían comido. De inmediato ordenó que trajeran alimentos y se puso a conversar con ellos. Los interrogó sobre su casa, sus padres, si estudiaban, hasta que después de un largo rato, instruyó que los llevaran a su casa y se preocuparan de su atención.

Pasaron unos meses y volvimos a Asunción, esta vez a una reunión de la Cumbre de Mercosur. Nuevamente llegamos en horas de la madrugada y otra vez al arribar al hotel estaban los mismos niños que lo llamaron: “Chávez, Chávez”. El Presidente reparó en ellos y se acercó de nuevo con la idea de increparlos por estar fuera de su casa a tal hora. Les preguntó: “¿Qué hacen aquí? ¿No han comido?”. Ellos le respondieron: “Hemos comido todos los días desde que estuviste aquí la vez anterior. Ahora vinimos a saludarte porque sabíamos que habías vuelto al Paraguay”.

 

Sergio Rodríguez Gelfenstein


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