Hablemos de eso │Chávez que anda por ahí
Y quien se mete a eso de revolucionar no puede esperar que el imperio lo deje tranquilo
05/03/23.- Estaba viendo “Chávez… siempre Chávez”, y esa expresión que le da título al programa es algo así como “Ahí está, siempre tan ocurrente”, que pudiera ser sinónimo de gracioso, que lo era, pero también ocurrente es inventor, que sabe conseguir una vuelta nueva para las cosas, que es capaz de crear situaciones inesperadas. “Disposicionero”, contaba Chávez que le decía su abuela, que no es exactamente lo mismo, pero está en la misma línea: el disposicionero inventa y pone en práctica, dispone sin hacerle caso a lo que se acostumbra. El ocurrente, el disposicionero, cuando va tomando conciencia, se vuelve subversivo.
Ahí está, y lo que dice parece que lo hubiera dicho ahora, confrontando el burocratismo y pidiendo la crítica: “Yo mismo soy el primer crítico del gobierno”, invitando a que el pueblo interpele a los que desempeñan funciones gubernamentales, pidiendo que se alerte sobre lo que está mal hecho, porque —con Simón Rodríguez— parece decir que solo ha de estar a medias lo que se está haciendo. Exigiendo a la vez lealtad, porque nadie sugirió que sería fácil, y hacer una patria de justicia es una cosa de tiempo y llena de contratiempos, donde se necesita mucha crítica, mucho pensamiento independiente, mucha creatividad, pero también una lealtad indeclinable, una unidad que se tiene que recrear y fortalecer todos los días.
Disposicionero que denuncia y da la pelea contra el imperialismo, que le salió bien la apuesta de un dólar —“One dollar, Mr. Bush”— a que aquel Presidente de los Estados Unidos saldría de la Casa Blanca antes que él —nuestro Presidente— saliera de Miraflores. Comandante que alerta que no nos van a dejar quietos… dando ejemplo de que eso de ser revolucionario no se parece en nada a la conseja de no meterse con nadie, de “Mejor dejar eso así”. Y quien se mete a eso de revolucionar no puede esperar que el imperio lo deje tranquilo. Recordando siempre “por qué estamos aquí. No llegamos aquí para dejarnos cautivar por los cantos de sirena de la burguesía. Llegamos aquí para hacer una revolución, para subvertir un orden injusto”.
En su diálogo permanente con la gente no lleva discurso escrito porque se dispone a construir con el pueblo, a pensar junto con nosotros y nosotras. Hay quien admira su memoria, pero para los detalles y los números sí lleva un arsenal de fichas y de libros subrayados. Si no tiene la conversación escrita es porque es precisamente eso: una conversación; una elaboración hecha en diálogo, donde se elabora en confianza, para decir lo que se piensa y lo que se siente. Sin ingenuidad, eso sí: “Ya dejamos de ser pendejos. Dejamos ese pendejo atrás”. Y seguía el consejo de Cristo: “Con la pureza del cordero y la astucia de la serpiente”. La confianza es la base del diálogo auténtico. Y derrama confianza. Ya había dejado atrás la tentación del discurso engolado.
La pertinencia de lo que dice hace doce, trece o veinte años se mantiene porque se mantienen los retos. El filósofo y compañero boliviano Juan José Bautista plantea en una entrevista que la gente tiene razón, que Chávez no murió y que está aquí con nosotros y nosotras. Vive encarnado en un pueblo. Y él mismo lo sentencia con bastante tiempo: “Chávez no soy yo, Chávez es un pueblo”. Allá los que se esfuerzan en matarlo. Eso de que quieran matarlo o ponerlo en pasado es una prueba de que está vivo.
Las malas lenguas dicen que Chávez “usaba” la historia. ¡Qué va! Tiene y sostiene un sentido histórico del proceso. En 1999, creo que en la toma de posesión, menciona que no tenemos patria; pero el 8 de diciembre de 2012 afirma: “Tenemos pueblo, tenemos patria”. De eso se trata una revolución. Y también tenemos Chávez, y cuídense, que todavía anda por ahí.
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Brígido, mi papá, recordaba, conversando en la mesa de la casa (haciendo sobremesa, que se dice) que una vez, en Píritu, lo escogieron para recitar un poema en público.
Cuentan que tuvo en su faz
lo que salva y lo que aterra,
rayo de muerte en la guerra
y arcoíris en la paz…
En el “rayo de guerra” le tocaba dar un golpe con el pie en el piso de la tarima (me gustaba oír la historia, aunque la hubiera escuchado varias veces). Ensayó y le salía muy bien, pero cuando le tocó decir el poema de verdad, le vio la cara a esa gente que estaba esperando que comenzara, y solamente le salió con voz inaudible: “Cuentan… cuentan... cuentan…”.
Me tocó a mí, como profesor que era de La Rondalera, acompañar a mis estudiantes a Puerto Píritu y, no sé quién ni cómo, consiguió que Antonio Armas nos viniera a visitar adonde estábamos hospedados. Era nada más y nada menos que Antonio Armas, una persona tan grande para mí. Creo que hasta fui descortés, porque durante toda la visita no pude decir ni pío.
En 2009 se estaba celebrando el acto por la creación de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad (UNES). El comandante parece que tenía gripe y se excusa de asistir. En su lugar hablan el vicepresidente ejecutivo y el ministro del poder popular para la educación universitaria. De repente, empieza a sentirse un rumor entre los asistentes y alguien me pregunta qué pasa. Yo, como si supiera (y nadie me lo había dicho), contesto: “Viene Chávez”. Y llega. Aclara que estaba viendo el acto por televisión y como estaba cerca (de Miraflores a la sede de la UNES en Catia son escasamente unos minutos) no aguantó las ganas de venir. Y habla emocionado.
Termina el acto y los estudiantes para policía nacional —que eran la mayoría de los presentes— se van a saludar a su flamante rectora, Soraya El Achkar, y, por unos segundos, Chávez se queda solo frente a mí. Me extiende la mano, se la doy y me dice: “Gracias”. Yo, en realidad, no sé por qué, recuerdo que contesté algo así como: “Brrrbrrmmxsssñññmmm, comandante”. Si alguien lo traduce, me avisa.
Humberto González Silva