De comae a comae │ Embarazo en comunidad

La modernidad aún no logra borrar de nuestro ser las ganas de juntarnos

07/03/23.- Algunas de las sensaciones más felices del embarazo han consistido en vivir pequeños pero al mismo tiempo significativos detalles, los cuales se han manifestado en distintos acontecimientos ocurridos en la medida y al ritmo del crecimiento de la panza.

Cerca de la avenida 16, después de la escuela Francisco Pimentel, entre las esquinas Mamey y Monzón, queda una pequeña carpintería. Hace más de ocho años contraté los servicios de su dueño para hacer unas puertas nuevas para los cuartos de la casa a la que recién me mudaba. Desde entonces cada vez que caminaba por allí para ir al mercado saludaba con cariño y reconocimiento al carpintero que tan buen trabajo realizó.

Uno de esos días de compras pero ya con un bultico extra anexado a mi cuerpo pasé por el taller maderero. Ese día no hubo saludo: dentro se veía mucho movimiento. Sin embargo, de más allá de la puerta surgió un grito que vociferaba con alegría: “¡Felicidades!”. Aquello me sacó una de las “sonrisas más risueñas” que he tenido. Era notoria mi pancita y un miembro del vecindario lo celebraba.

Vincularme afectivamente con las personas de la zona, sobre todo con quienes trabajan en las cercanías al lugar donde resido, ha forjado un hábito alegre gracias al cual se ha ido fortaleciendo mi confianza y sobre todo el sentimiento comunitario hacia un sector de la ciudad desconocido hasta entonces para mí, pues carecía de nexos familiares o amistosos cercanos.

El señor José, quien tiene una tienda de hortalizas y vegetales ubicada entre las esquinas Castán y El Hoyo, de manera similar ha celebrado algunas de mis facetas: la soltería, el casamiento, la cosecha de ajíes, dos embarazos y un aborto retenido. Su mirada alegre, su buen ánimo, su empatía y trato me han hecho sentir parte de la colectividad. Cada vez que lo veo me pregunta: “¿Y cómo va esa barriguita?”, a lo que respondo: “Todo muy bien”, y cierra con su maravilloso: “Cónchale, gracias a Dios”.

Más arribita del señor José está una gocha preciosa, igualmente verdurera, llamada Dulce. Cuando puedo complazco algún antojo andino en su local, pero lo que más disfruto de verla es percibir su acento, su mirada cálida y cariñosa y sobre todo el que entre sus múltiples cuentas lleve el tiempo de mi embarazo. Eso me maravilla y me recuerda a mi familia paterna, con la que me encantaría pasar estos momentos de preñez.

Cuento con vecinas cuidadoras quienes me acercan una sopita criolla o miel con jengibre cuando una gripe amenaza; vecinos que cargan mi bolsa de comida para evitar problemas por levantar peso; a esto por añadidura otras mujeres del edificio me han tocado a la puerta para traer una torta o un caldo de papa con patas de gallina y carne mechada. Sus nombres son Carolina, María y Blanquita, todas unas consentidoras que con sus detalles festejan la existencia de Yara.

Aun cuando vivimos en la ciudad me encanta encontrar estas manifestaciones-pueblo con las cuales es posible sentirse acompañada, cuidada. Me llena de esperanzas ver que la modernidad aún no logra borrar de nuestro ser las ganas de juntarnos, de compartir. Cada detalle de estos, especialmente durante mi embarazo deseado, me ha hecho pensar en la importancia de retornar con amor acciones para nutrir esta importante red, en la que es posible vivir armoniosamente.

Llevamos dentro un ser comunitario vivo que nos “comunaliza”, que se ha negado a la individualización, un ser que busca resolver los problemas comunes, que celebra la vida. Vamos a nutrirlo, alentemos su manifestación cotidiana. Todes le necesitamos.

 

Ketsy Medina

 

Referencia:

Vegas Solís, C. & otros (Eds.). (2018). Cuidado, comunidad y común. Experiencias cooperativas en el sostenimiento de la vida. Madrid: Edición Traficantes de Sueños. Disponible en: https://traficantes.net/sites/default/files/pdfs/TDS-UTIL_cuidados_reducida_web.pdf

 


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