Estoy almado │ Ratas escaladoras

¿Es posible que una rata suba a un piso 12 y se meta en un apartamento?

11/03/23.- Cuando Elvira fue a sentarse en la poceta, a medianoche, notó que no estaba sola en el cuarto del baño. Sentía la presencia de algo que la acompañaba. Cuando hizo sus necesidades como corresponde, descubrió el origen de su intranquilidad: una rata debajo de la poceta la miraba fijamente.

Como pudo, salió despavorida gritando sobre la presencia del animal. Su esposo Alejandro, en cuestión de segundos, trancó la puerta del tocador, dejando al roedor encerrado. Le preocupaba que la rata saliera y se metiera en la habitación de los niños o en la pieza de la tía abuela enferma.

Lo primero que se preguntaron fue cómo había entrado el roedor en un apartamento situado en el piso 12 de una torre residencial, levantada en pleno centro de la ciudad. Sin respuestas satisfactorias pasaron a la siguiente interrogante: ¿qué hacemos con el animal? Era más de medianoche y dejarlo encerrado hasta la mañana siguiente no era buena idea. Había que desalojarlo, pero, ¿cómo? ¿Cómo se saca una rata de un baño en plena madrugada?

Antes de idear cualquier plan, Alejandro entró al cuarto de baño armado con un palo de escoba. Quería asegurarse de que la rata todavía estaba ahí. En el fondo, esperaba que se hubiese ido por la ventana, asustada, quizás, por el escándalo armado por su esposa.

Con sumo cuidado giró la manilla de la puerta, abrió lentamente y mirando por la rendija se aseguró de que la rata no estuviera esperándolo. Entró y se subió a un mueble de cerámica del lavamanos. No vio nada, nada se escuchaba. Sospechó que podía estar escondida. Entonces, con el palo de escoba, empezó a golpear en varias partes del baño a ver si con el ruido salía. Nada apareció.

Parecía que el roedor se había ido. Alejandro sintió alivio y estaba dispuesto a salir a dar la noticia cuando la rata hizo acto de presencia: grandísima (del tamaño de un zapato talla 42), ojos penetrantes, pelaje grueso, cola larga y semipelada. el hombre se le enfrentó lanzándole un palazo inicial, pero el animal hábilmente se movió, no sin antes emitir chillidos escalofriantes.

Asustado, salió y volvió a cerrar la puerta. Dentro se escuchaba a la rata tumbando el vaso donde se colocan los cepillos dentales y destrozándolo todo. Afuera persistía la preocupación mezclada con el temor: ¿qué hacemos para sacar esta rata?

El suegro planteó abrir la puerta del baño para que el animal saliera en dirección al balcón. Para garantizar que la enorme y repugnante criatura no se desviara de su camino, por ejemplo para la sala, los cuartos o hacia la cocina, le harían un camino de barandas formadas con cartones y viejas colchonetas. La idea es que corriera asustada por ahí hasta el balcón.

Después de armar improvisadamente la ruta, abrieron la puerta. Alejandro la provocó lanzándole palazos y la rata salió rumbo hacia el camino. Cuando lo hizo, en señal de desafío enseñó sus dientes y mientras avanzaba brincaba como un saltamontes, golpeando los costados de las viejas colchonetas y emitiendo chillidos agudos.

El plan hubiese funcionado si la rata no hubiera hallado una rendija entre los cartones. Ahora estaba dentro de la casa, específicamente debajo de la mesa del comedor, cercada con peroles y otros objetos.

Fracasado el plan del camino improvisado, quedaba el enfrentamiento. No era fácil, pero sí necesario por el bien de todos. Alejandro lanzó varios palazos con contundencia e intensidad, la rata esquivó algunos y trató de brincarle encima, pero uno de los guamazos la noqueó dejándola inmóvil. Con el mismo palo de escoba, el esposo intentó lanzarla al vacío por el balcón, pero el cuerpo inerte del animal se quedó atorado en la ventana del apartamento de abajo.

Al otro día, los vecinos comentaban el escándalo de la madrugada en casa de Elvira. Cuando ella intentó explicar lo sucedido, nadie podía creer que una rata subiera a medianoche hasta el piso 12 y se metiera por la ventana de su apartamento. Los vecinos quedaron con la sospecha infundada de violencia doméstica.

Hoy, aunque Elvira y Alejandro tienen un gato, por las noches cierran la ventana del baño para evitar ratas escaladoras.

 

Manuel Palma


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