Mundo alerta | ¿Noticia censurada?

Premios Nobel de la Paz lideran desde las cárceles

12/03/23.- Los grandes medios internacionales parecen haber asumido la cuota de autocensura impuesta por gobiernos involucrados en el acoso a los ganadores del Premio Nobel de la Paz. La tensa convivencia no es ingenua, ambos saben que en cualquier momento un cambio —pacífico o violento— de gobierno puede convertir el poder en oposición o viceversa, pero la relación Estado-libertades y derechos humanos siempre tendrá un alto déficit de paz, incluso en los países de mayor tradición democrática. Por ello, al recibir estos premios, los pacifistas renuevan su liderazgo y suman más activistas dentro y fuera de los calabozos, en universidades, sindicatos y ONG, y al mismo tiempo los gobiernos incrementan su capacidad para reprimirlos.

 

Los últimos serán los primeros

En Estocolmo, los guatemaltecos Thelma Aldana, expresidenta de la Corte Suprema de Justicia, y el exfiscal general Iván Velásquez, jefe de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), actualmente refugiados en Estados Unidos, recibieron los Nobel de la Paz Alternativos y ese mismo día ratificaron la persecución oficial en su contra. Ambos tienen orden de captura internacional. Aldana, una de las principales denunciantes de la multinacional Odebrecht, investigada por distribuir más de treinta millones de dólares entre funcionarios, políticos y empresarios, reveló que el gobierno guatemalteco contrata delincuentes y soborna a personas inescrupulosas y fiscales para enjuiciarla.

En Arabia Saudita, que en 2022 aplicó la pena de muerte a 47 personas por motivos políticos, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tres premios nobel de la paz alternativos no han podido recibir la distinción por estar cumpliendo condenas de entre diez y once años: Abdullah al-Hamid, Mohammad Fahad al-Qahtani y Waleed Abu al-Khair, junto a otros diez activistas por los derechos humanos, están acusados de conspirar contra el gobierno en 2013, según Amnistía Internacional.

En Bielorrusia, Alés Bialiatski, premio nobel de la paz 2022, está sentenciado a diez años de prisión por supuesto “contrabando de dinero” para financiar protestas contra la reelección del presidente Alexandr Lukashenko, quien lleva ya veinte años en el poder.

 

Un reglamento permisivo

El único requisito para optar al Premio Nobel es realizar “la mayor o la mejor labor por la fraternidad de las naciones, por la abolición o la reducción de los ejércitos permanentes y por la celebración y promoción de congresos de paz”. No se exigen previamente antecedentes penales ni actuaciones cívicas, profesionales o académicas compatibles con la categoría por la cual se compite. Analistas especializados concluyen que la flexibilidad estatutaria permite desconocer actividades reñidas con la paz y los derechos humanos por parte de los candidatos. Los “guardianes” del Nobel pasan por alto que muchos aspirantes y laureados promovieron la guerra o participaron en ella. En 1994, cuando le fue otorgado el Nobel de la Paz al líder palestino Yasser Arafat, el político noruego y miembro del jurado, Kåre Kristiansen, renunció en señal de protesta porque Arafat había participado en la lucha armada, pero ningún miembro del jurado protestó la premiación del presidente de Colombia Juan Manuel Santos con el Nobel de la Paz por “poner fin” a una guerra que aún no ha terminado y haber violado el espacio aéreo y territorial de Ecuador cuando fue ministro de Defensa, para bombardear un campamento guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), dando muerte a 25 guerrilleros que se encontraban dormidos, entre ellos el segundo jefe de la organización, Raúl Reyes. Por si Estados Unidos o Ecuador insistían en investigar la masacre, desde Washington el presidente Álvaro Uribe advirtió que “el gobierno de Colombia no permitirá que toquen al ministro Santos”.

La vista gorda de los administradores del Nobel tiene una larga historia. A partir de 2009, cuando recibió el Premio Nobel de la Paz, el presidente de Estados Unidos Barack Obama batió el récord de ejecutorias contra la paz: bombardeó siete países, entre ellos Libia, Pakistán, Somalia y Yemen (todos, en menos de seis años), con un saldo de 82 muertos, de los cuales 57 eran civiles, según Human Rights. Tampoco hubo observaciones ante el otorgamiento del Nobel de la Paz al exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger por un simple cese al fuego en la guerra de Vietnam, que prosiguió durante veinte años, aun cuando contribuyó directa y eficazmente al derrocamiento y muerte del presidente de Chile Salvador Allende, en 1973.

 

La rebelión de los intelectuales

La mayoría de los partidos oficialistas y de oposición en todo el mundo se abstienen de debatir en público la agresiva relación entre los gobiernos y los activistas por los derechos humanos (incluidos los nobel de la paz), no obstante el desproporcionado poder represivo de los primeros y la impotencia de los segundos. Destacados intelectuales marcan distancia con el Premio Nobel de la Paz por considerar que el galardón contamina la libertad de pensamiento independiente. Una de las declaraciones más categóricas al respecto fue la del filósofo, escritor, novelista y activista político Jean-Paul Sartre al rechazar el Premio en 1964:

El escritor que adopta una posición política, social o literaria debe actuar únicamente con los medios que le son propios, es decir, la palabra escrita. Todos los honores que pueda recibir exponen a sus lectores a una presión que no considero deseable. Mi negativa no es un gesto impulsivo, siempre he declinado los honores oficiales. En 1945, cuando me ofrecieron la Legión de Honor, la rechacé, aunque simpatizaba con el Gobierno. De la misma manera nunca he intentado entrar en el College de France, como muchos de mis amigos me sugirieron. Mi simpatía por los revolucionarios venezolanos solo me compromete a mí mismo, mientras que si es Jean-Paul Sartre, ganador del Premio Nobel, campeón de la resistencia venezolana, también compromete todo el Premio Nobel como institución (…). La única batalla posible hoy en el frente cultural es la batalla por la coexistencia pacífica de dos culturas, la de Oriente y la de Occidente. No me refiero a que deban abrazarse mutuamente: sé que la confrontación de estas dos culturas debe tomar necesariamente la forma de un conflicto, pero esta confrontación debe ocurrir entre hombres y entre culturas, sin intervención de las instituciones.

Sin duda, la posición de Sartre es apta para leer entre rejas. 

 

Raúl Pineda


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