Caraqueñidad │ El doctor Knoche: momificador hasta después de muerto

Y otros relatos

Para mis panas médicos…

estos textos de mi autoría.

Con mucho aprecio y respeto.

 

13/03/23.- Mientras en el mundo, en Venezuela y en La Guaira aún pasaban los efectos de la típica celebración de inicio de año, el 2 de enero de 1901, en la hacienda Buena Vista del sector Palmar del Picacho de Galipán, se esperaba el último suspiro de quien a los 88 años de edad ordenó que le inyectasen en la yugular su brebaje mágico para ingresar oficialmente momificado al mausoleo que previamente había planificado.

Era el doctor Gottfried August Knoche, médico alemán radicado en La Guaira, inventor de un líquido embalsamador a base de cloruro de aluminio, que garantizaba la conservación de los cuerpos sin necesidad de extraerles los órganos.

Aquello resultaba algo totalmente disonante, y aparentemente escabroso en el umbral del siglo XX; cuando eso de momias parecía solo posible en la historia de los egipcios o de otras civilizaciones más antiguas aún, como la chinchorro de Chile con más de nueve mil años.

 

Un poco de historia

El inventor teutón, nacido en Halberstadt, en el Reino de Westfalia, el 17 de marzo de 1813, recibió su título de médico al aprobar una tesis sobre la leche de la mujer, lo que indicaba a priori su afinidad por tan específicos fluidos.

Sabía acerca del paradisíaco clima de dos estaciones de este lado del mundo y se vino a Venezuela. Llegó directo a La Guaira, donde de manera altruista apuesta a sus conocimientos para combatir efectivamente el arrasador cólera.

Entre 1854 y el 56 refunda el hospital San Juan de Dios. Ya instalado de manera más formal y con el título revalidado por la Universidad Central de Venezuela, durante la presidencia del notable Carlos Soublette, Knoche se muda a Galipán, como ya había planificado.

Trae a su esposa y con ella llegan las jóvenes Josephine y Amalie Weismann, quienes a la postre resultaron sus enfermera y asistente.

Knoche se aprovechó de su posición en el hospital para experimentar con la gran cantidad de cadáveres no reclamados durante la Guerra Federal.

A lomo caballo eran transportados aquellos soldados caídos (en su mayoría) con los que experimentó para perfeccionar su fórmula secreta y luchar obsesivamente contra la putrefacción de la carne muerta, lo cual logró con éxitos.

 

Momias famosas

Su fama comenzó a rodar y aunque el objetivo de Knoche (muy claro según se ve un poco más adelante) era dejar, como legado y prueba de su adelanto científico, el mausoleo familiar, accedió a las extravagantes peticiones de algunos notables.

El primero de los famosos momificados fue el influyente letrado Tomás Lander, cuyos familiares, enterados de los efectos del suero momificador, contrataron sus servicios para que le diera al fundador del periódico El Venezolano apariencia de vida eterna, lo cual logró Knoche, según versiones de varios cronistas.

El cuerpo momificado, elegantemente vestido y reavivado con ciertos efectos especiales de algún tipo de maquillaje, permaneció sentado durante cuarenta años frente a su casa, para atestiguar cómo el tiempo consumía todo a su alrededor menos a él... hasta que Guzmán Blanco, con su afrancesado esteticismo, ordenó el entierro de esa momia.

Igualmente momificado resultó el cadáver del expresidente de la República Francisco Linares Alcántara. Cuentan  también que Knoche momificó a gran cantidad de sus perros, que desde entonces permanecieron en una especie de corte guardiana de aquel extraño y misterioso mausoleo.

 

El mausoleo familiar

Su esposa se salvó de ser momificada porque la incomprensión hacia su amado la hizo retornar a Europa. Por el contrario, su hija Anna y su esposo Heinrich Müller se vuelven las primeras momias del mausoleo. Otro momificado fue Wilhelm, hermano de Knoche.

Por su parte, la enfermera Amalie Weismann, encargada de inyectar al propio Knoche, debía cumplir el último deseo: procurar su propia momificación con aquella dosis que le dejó preparada su jefe veinte años antes. Así corrían los días de 1921 y la enfermera acude al cónsul Julius Lesse, para aseverar que ella deseaba ser cremada; no obstante, dice la leyenda que el cónsul, acompañado por Carlos Enrique Reverón, subieron a Bella Vista, le inyectaron el líquido mágico, cerraron la puerta del mausoleo y lanzaron las llaves al fondo del mar.

 

Qué queda de Knoche

Quizás por escabroso que pudiera resultar el tema o por el abandono de la clase política (por motivos desconocidos históricamente), se permitió que el patrimonio y los testimonios del acervo (ya vuelto museo Knoche) se pierdan entre la desidia y manos criminales. Eso sucedió con Knoche y su legado.

En vano la fundación Knoche organizó paseos informativos con los grupos Geamir, Fundhea y Una Montaña de Gente para sembrar conciencia.

Aseguran algunos curadores y rescatistas de tradiciones que luego de intentos fallidos por recuperar en su totalidad el patrimonio, desde lo arquitectónico hasta lo científico, dejado por el sabio alemán, más pudo la mano de los “buscadores de entierros”, quienes creían que el embalsamador guardaba allí las supuestas riquezas obtenidas con la atractiva poción. Por eso desolaron el lugar que ahora está plagado de ruinas “inmomificables”, de ese pasado reciente que equiparó a nuestra cultura con la de Tutmosis o Amón Ra, en aras de eternizar esos momentos de nuestra diversa y rica historia.

 

Médicos y pandemias

No basta con esfuerzos oficiales si no hay consciencia social e individual

El 30 de diciembre de 1918 Juan Vicente Gómez pretende vía decreto poner fin a la mal llamada gripe española, que no acata mandatos y arrasa con la salud y la vida de quienes violan las normas de bioseguridad que, como hoy, un siglo después, se circunscriben al distanciamiento social y el aseo personal por recomendación de los médicos caraqueños.

Se registra la historia de la salud a través de publicaciones científicas y se estima que, hasta diciembre del año siguiente del funesto decreto fenecen más de 23.000 personas en una población que asciende a 2.362.977; es decir, casi el 1 % del total.

Por fortuna, comprobado está que esas enfermedades, así como llegan, se van. Causan desasosiego, dejan huellas, pero no han sido ni son el fin. Son retos cada vez más exigentes para la ciencia y la medicina que, a pesar de las víctimas, van ganando la pelea.

Son los especialistas quienes generan soluciones; unas más lentas, otras más efectivas, pero así es la historia de ayer y de hoy, según orientación de las autoridades bajo los protocolos internacionales para combatir enfermedades y su propagación.

Así se superaron males como cólera, viruela, peste bubónica, gripe española, tuberculosis, paludismo, dengue, influenza, AH1N1 y ahora, en dura batalla, la COVID-19 que, a pesar desactivarse con espuma de jabón y alcohol (base del aseo personal constante), por su capacidad de propagación carga al mundo de cabeza (sobre todo a las grandes potencias), y luego tras su vacuna, que tiene simpatizantes, pero también adversarios.

A ritmo muy lento los esfuerzos mundiales por combatir esas y otras enfermedades se vieron coronados con la creación de la Organización Panamericana de la Salud en Chicago en 1902; cinco años más tarde la Oficina Internacional de Higiene Pública en París; en 1919, la Oficina Contra las Epidemias, y no es sino hasta 1946, un año después de la ONU, que nace la Organización Mundial para la Salud. Seis años más tarde ve luz la Red Mundial de Vigilancia de la Gripe, paralelamente con el Instituto Nacional de Higiene de Caracas, aliado del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, activo desde 1936.

 

Comisiones de salud

Así como hoy existe la Comisión Presidencial para la lucha contra el coronavirus, con el antecedente de la Comisión de Vacunación contra la viruela en el siglo XVIII, se crea la Junta de Socorro en 1918 para luchar contra la mal llamada gripe española.

Gómez mantuvo los históricos privilegios de la Santa Iglesia Católica, por lo que el arzobispo Felipe Rincón González presidía aquel conglomerado de notables antigripales, en el que además estaban el presbítero Rafael Lovera y Santiago Vegas, encargados de los asuntos mortuorios. Junto a ellos, los médicos Luis Razetti, Rafael Requena y Francisco Rísquez como responsables de los hospitales y la atención a los contagiados. Luis Alvarado, en los protocolos de desinfección —a base de creolina—; José Herrera y Héctor Pérez, tesoreros y encargados de los víveres; mientras que Pedro Pérez se ocupó de las medicinas, bajo la asesoría de Vicente Lecuna.

Los avances están hoy plasmados en las páginas de La Epidemia Febril de Caracas, La Gaceta Médica de Caracas (editada por la Academia Nacional de Medicina) y, de periodicidad trimestral, los Anales de la Dirección de Sanidad Nacional.

En esos días había unos mil médicos activos, o sea uno por cada 25.000 habitantes (y casi todos en Caracas), lo que complicaba el asunto sobre todo hacia el interior del país. Por ello, en Maracaibo crearon la Liga Sanitaria. Quemaban cadáveres y sus mortajas con la fe de que así se alejaría el mal. Las empresas petroleras donaban combustibles derivados del oro negro para acciones crematorias. Algo similar sucedía en Puerto Cabello y otras zonas de respetable densidad poblacional.

En Caracas escaseó la madera para las urnas. Hubo contrataciones extras de sepultureros y sociedades entre la policía, la comisión de salud y la funeraria La Equitativa para encargarse de los destinos finales de los desafortunados. Fueron regla los entierros en fosas comunes. Así nació La Peste Vieja en el cementerio del Sur que, a partir del Caracazo de 1989, se llama simplemente La Peste.

 

Aportes capitalinos

Caracas siempre aportó sus médicos contra esas fatales enfermedades. En aquellos días de brotes de viruela del año 1724 ejercían solo dos galenos registrados oficialmente por el Cabildo caraqueño: el irlandés don Esteban Maldonado quien, acusado de causa criminal por prestar servicios sin distingo a todo aquel que los necesitara, fue confinado en el Seminario de Caracas, de donde escapó sin dejar rastros. El otro fue el francés, registrado como médico caraqueño, don Nicolás Mac Donald Fachón, quien se retiró de viejo. Ambos prestaron sus servicios de manera efectiva contra aquellos males.

A setenta años entra en escena Joseph Roys Carvallo, quien pagó prisión injustificadamente debido a la envidia de algunos colegas cirujanos; pero se impuso el sentido común y siguió ejerciendo cabalmente en aquella ciudad en crecimiento.

 

Razetti son miles

Luis Razetti, padre de la medicina moderna en Venezuela, sanitarista y epidemiólogo, puso fin a una estéril polémica entre sus colegas que creían que el mal era una bacteria. Él enfatizó que se trataba del virus de la gripe, y proyectó un contagio en Caracas del 75 %.

“La experiencia ha demostrado que la profilaxia colectiva (…) es imposible”, advirtió con referencia a la gripe, y agregó: “El papel del higienista se limita a aconsejar la profilaxia individual, cuya expresión más cabal es el aislamiento porque el contagio es siempre interhumano” y sabía, que al igual que ahora, es “casi imposible en la práctica” mantenerlo.

No bastarán esfuerzos oficiales ni riesgos de médicos y enfermeras si no hay consciencia social e individual. Vaya el reconocimiento y los mejores deseos a Irlix Romero y Alfredo Saldeño, dos ángeles de bata blanca y estetoscopio, que como miles andan en lucha, regalando vida y esperanzas.

 

Pugnas históricas por la vacuna

Ciencia y conocimiento ancestral de la mano desde siempre

Desde que en tiempos inmemoriales el jebu boroboro juró vengarse del pueblo warao por haberlo desterrado hacia las montañas a manera de degredo, porque padecía la fiebre de muchos granos. En referencia a la viruela, ciencia y conocimientos ancestrales se asociaron para combatir ese y otros males, pero con altos y bajos, incluidas sus nefastas huellas, las crisis de salud pública siempre fueron superadas.

Antes de la importación de la viruela, a finales de 1500, en barcos de neocolonizadores esclavistas que andaban entre lo nauseabundo “como Pedro por su casa”, ya la humanidad estaba sentenciada a vivir en constante lucha por controlar pestes con tratamientos y vacunas, como sucede en estos días donde se suman las guerras informativa y económica entre los países más poderosos para ver quién patenta, comercializa y se enriquece con la dosis de inoculación necesaria que le dé un parao a la pandemia.

Jebu boroboro fue un espíritu maligno. No solo propagó la viruela y sus 17 brotes en los siglos XVI y XVII, sino que permitió que a Caracas llegasen, siempre importadas, terribles dolencias como sarampión, peste bubónica, fiebre amarilla, paludismo y otras menos fuertes como tifus,  tosferina, difteria, tuberculosis, lepra y gripe común. Y ahora se suman distintos tipos de dengue, chikungunya y modernas enfermedades contagiosas como la AH1N1, además de este virus que por ahora usa corona.

 

Una luz en el túnel

De esas extrañas pero efectivas mezclas de la literatura médica, made in Europe, y lo aprendido de boca en boca, de los chamanes a abuelas, a padres y a hijos, se popularizó el pastoreo citadino de ganado vacuno bajo la creencia de que el contacto generaba inmunidad; lo cual no estaba tan alejado de lo cierto. Pero era con otra metodología. Ello implicaba inoculación de ciertas materias y sueros. Ve luz la variolización, iniciada con el doctor Edward Jenner a finales del siglo XVIII y reafirmada por Louis Pasteur un siglo más tarde, sobre todo con su popular vacuna contra la rabia. Nace así la inmunidad.

Ordenada por el rey Carlos IV de España, en Venezuela se instauró la Junta Central de Vacunación con los doctores españoles Francisco Javier Balmis y José Salvary, quienes confirmaron cerca de 40.000 vacunados contra la viruela, que era la prioridad.

Basados en nuevos estudios se funda en Caracas y Maracaibo las sedes del Instituto Pasteur para diagnóstico, tratamiento de enfermedades infectocontagiosas y suministros de linfa, suero antidiftérico y antileproso, entre otros servicios.

Factores de orden sociopolítico, internos y externos, retardaron el desarrollo de esa rama de la medicina en el país hasta 1930, aproximadamente.

En ese período de experimentos la ciencia y las autoridades presentaron balance negativo, dada la cantidad de víctimas; pero hoy la balanza, afortunadamente, se inclina a favor de la medicina, dada la baja letalidad de los males por lo efectivo de sus métodos.

Un parte médico según información de los cronistas de aquellos días indica que la fiebre amarilla, importada desde las Antillas Nerlandesas, superó las 2.000 víctimas; el paludismo liquidó otros miles (entre ellos a María Teresa del Toro, esposa del Libertador (22 de enero de 1803) y José Tadeo Monagas (18 de noviembre 1868); la tosferina mató a más de 300 niños, pero fue el cólera que desde mediados de 1800 hasta su fin como mal de salud pública, el que superó largamente las 20.000 víctimas.

 

Pugnas incomprendidas

En 1794 el Médico de Caracas, nombrado así por el Cabildo, doctor don Joseph Roys Carvallo, de origen portugués, hubo de purgar prisión, porque los cirujanos Gerónimo Pagola y Miguel Díaz —dicen que por envidia— mintieron para desmeritar el certificado emitido por el galeno luso según el cual una balandra cargada de esclavos anclada en La Guaira, procedente de Curazao (donde había un brote), no presentaba riesgo de contagios. Entonces la embarcación fue anclada mar afuera a sufrir los embates propios del inmerecido aislamiento y el médico permaneció preso hasta que culminó la cuarentena, durante la cual no se dio ni un solo caso de enfermos, lo que confirmó el diagnóstico inicial. Carvallo fue liberado y restituido en su cargo. Y los cizañeros salieron ilesos. Capítulos similares se han repetido por miseria humana como antivalores quizás más dañinos que el propio cólera.

Información procedente desde Oriente y Europa explicaba el uso de la variolización. Contra la viruela se sugería la inoculación de materia procedente de los brotes de los enfermos —pústulas— y se obtenían buenos resultados.

El entonces gobernador de Caracas, don José Solano y Bote, instauró esa práctica, pero el Cabildo estaba en contra. Gobernador versus alcaldes en una lucha ¿ancestral? Tan estériles confrontaciones politiqueras solo retrasaron los avances médico-científicos que pudieron ahorrar unas cuantas víctimas.

Cuando José Carlos de Agüero sustituye a Solano, el Cabildo elimina otra vez la variolización bajo el alegato de baja efectividad, sin tomar en cuenta causas ni condiciones, lo que se reflejó en imborrables consecuencias.

¡Qué locura! En lo sucesivo, la vacunación pasó a ser un ritual de clandestinidad. Para la época aparte del doctor Giuseppe Pricni, en Caracas estaban activos y a favor de los adelantos, solamente los doctores Francisco Guash, Lorenzo Campins y el licenciado Francisco Socarrás, grupo al que se unieron los médicos extranjeros Pedro Bayett (francés), Juan Perdomo (tinerfeño), más los curanderos Martín Pereira, Manuel Romero y Esteban Gallegos. Solo así comenzó a ganarse la batalla a favor de la salud pública y la vida colectiva.

 

Eterna segregación

Aquellas epidemias, como la actual, recorrieron —guadaña en mano— el mundo entero y en vez de estimular el humanismo, tomaron rutas oscuras: xenofobia, racismo y conductas clasistas.

Como si fuese hoy, en el oeste de Estados Unidos acusaban a los chinos de haber introducido la enfermedad en aquella no tan blindada nación. Por su parte, los asiáticos buscaban culpables en los misioneros occidentales. Portugueses y españoles se reciprocaban en señalamientos la autoría de la expansión de los contagios. Los polacos juraron que fueron los rusos. En Nueva York persiguieron a los inmigrantes italianos de las zonas más pobres. Los surafricanos echaron más leña al fuego del Apartheid. Y Brasil, otro de los gigantes del mundo, estableció cercos contra las clases más desposeídas, acusadas de ser foco infeccioso “porque son inferiores”.

 

¿Volverá el jebu boroboro?

¿Alguna similitud o diferencia con la actualidad? Claro que hoy, más allá del prestigio desde los adelantos médicos y científicos por obtener la vacuna, está lo crematístico y la dependencia del resto en torno al potencial descubridor de la inoculación, que más que prevenir una enfermedad, buscará mantener el estatus en el orden mundial ya establecido y al que ellos —Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Alemania, India, Irán, Australia, Italia y otros— se niegan a cambiar para dar paso a nuevas perspectivas de crecimiento y desarrollo con equidad.

El COVID quizá sea amainado. Pero, ¿acaso tiene cura la prepotencia política y económica a costa de millones de vidas? ¿Habrá que invocar nuevamente al jebu boroboro para que contagie a todos, pero esta vez con humanidad y valores?

 

De hábitos, riesgos y pandemias

Históricamente se han hecho esfuerzos para mantener la salud y siempre ha dependido de la conducta ciudadana

Existe desde siempre una indisoluble relación entre las conductas sociales, los hábitos, el acatamiento de normas y la posible propagación de enfermedades, la vulnerabilidad de la salud pública y la vida misma.

Un breve recorrido por la historia así lo comprueba, por lo que de nada servirán esfuerzos, inversiones, campañas, normas, penalizaciones ni decretos de gobierno alguno, si la población, irresponsablemente o por mera ignorancia (a veces por incomprensibles retos) incumple y desacata.

 

La huella del cólera

Andrés Bello escribió en el ejemplar número 81 de El Araucano en 1832:

Ha corrido el rumor de haberse presentado algunos casos de cólera morbo. Con este nombre se ha conocido, siglos ha, una enfermedad que es bastante común en (…) todo el mundo, pero no se propaga por contagio ni tiene otra semejanza que la del nombre con el cólera espasmódico o asiático que aflige actualmente a Europa, Asia y África, y que la experiencia ha manifestado ser contagioso, no obstante los argumentos con que el doctor Mac Lean intentó probar lo contrario (…).

Con sus afinidades por el conocimiento de medicina se interesó en el tema y diferenció los tipos de cólera; por ello recomendó el uso de los órganos policiales políticos con mayor rigurosidad “para proteger la salud pública, más abundancia de aguas y más igualdad y orden en su distribución”.

Estudió los informes de la Comisión de Sanidad de Londres y el protocolo sanitario del gobierno inglés para cortar la transmisión y limitar los letales efectos que de todas maneras tuvo la enfermedad, según registra la historia.

Sobre el tema también opinó como es lógico, por su profesión de médico, el doctor José María Vargas, quien aseguraba que cuando el cólera

ya ha invadido este continente después de haber llenado de terror casi todo el antiguo, en la dirección de orientación poniente, y en una extensión de latitud muy considerable; cuando desde Canadá ya viene marchando hacia el sur afligiendo los estados de América del Norte; es indispensable llevar a su debido cumplimiento todas las medidas de aseo y limpieza pública recomendadas por el gobierno.

También habló sobre el cuidado de las aguas, cañerías, albañales y lavaderos, con especial atención en las zonas más pobladas donde se “debe redoblar la vigilancia sobre la limpieza, porque el descuido de unos compromete la salud y vida de otros…”.

Además, recomendó remedios paliativos ya comprobados en la sociedad francesa mientras llegaba la atención médica especializada: brandy, alcanfor, vinagre, semilla de mostaza y ajo, a manera de fricción. Todo, basado en previos estudios del doctor John Abercrombie.

Obsérvese que Bello y Vargas coinciden en dos aspectos determinantes: mantener bien informada a la población sobre la amenaza que se cernía desde el norte, y extremas medidas de higiene con el agua y la limpieza. Es decir, aguas limpias, manos limpias y alimentos limpios. Lo cual le deja un amplio margen a la conducta ciudadana, que igual que ahora, si no acata aumenta el riesgo de contagio, así como arriesga nuestra su vida personal y colectiva.

Estos hechos, según el cronista Juan Ernesto Montenegro en su libro de compendio histórico sobre Caracas, ocurrieron un par de años después de la muerte del Libertador.

Por cierto, Bolívar no era de mucho consultar médicos, a pesar de tener a sus disposición un equipo de primera línea entre doctores ingleses, franceses y criollos, a los que molestó, según registros históricos, solo en ocasión de su tabardillo (o fiebre cerebral) en Patavilca en 1824; después, al superar el atentado en Lima, que lo obligó —ayudado por Manuelita Sáez—, a esconderse bajo un puente donde posiblemente contrajo neumonía, y a continuación, en 1830, cuando ya era tarde por los avances de sus afecciones respiratorias que son señaladas —sin comprobarse aún— como causa de su deceso.

 

Antecedentes de antecedentes

Se dice que para 1855 entró el cólera por La Guaira y que la propagación fue tal que la Universidad ofreció su sede en San Jacinto para recibir a la población penal y atenderla lejos del hacinamiento del precario sistema carcelario, toda vez que serían la mano de obra del saneamiento público de alcantarillas y cloacas de la ciudad.

Hubo desatenciones y la enfermedad se propagó tal como lo afirmó en su momento Cecilio Acosta. “La peste extendió sobre la ciudad sus alas negras”, en referencia a su letalidad.

Médicos, gobernantes e Iglesia unieron esfuerzos para controlar el cólera, pero la ciudadanía no estaba preparada ni informada y no se pudo detener.

Aparece un caso curioso de Ramón Garrastazú, quien, imputado por asesinato, arriesgó su vida para atender a los enfermos y salvar a varios, con lo que esperaba rescatar la propia de la pena de muerte a la que estaba condenado. A pesar de sus buenas acciones y el respaldo de los recuperados, fue ejecutado.

 

La viruela

La llegada de la viruela al continente es atribuida a los colonizadores quienes, adrede, infectaron a la población originaria, porque traían el mal consigo del viejo continente. Regalaban a los indios indumentaria con la que habían cubierto previamente a los enfermos que luego murieron en la travesía con la terrible enfermedad, lo que significó un factor de indetenible propagación.

La zona más impactada fue Coro en 1760. Cuatro años más tarde llegó a Caracas, donde en una suerte de híbrido del conocimiento popular y la incipiente medicina apelaron a la inmunidad por anticuerpos de manera natural.

Se creía que el contacto de las personas con el ganado generaba resistencia a la enfermedad. El Ayuntamiento promovió el pastoreo en las calles caraqueñas con pernocta de la ganadería en la Plaza Mayor, donde el contacto con la gente sería inevitable.

El método, con aparente credibilidad (pero sin comprobada eficacia), fue sustituido cuando el doctor Edward Jenner inició el uso, a manera de vacuna, de la linfa animal a partir del ganado vacuno.

El mal mermó a la población. Entre muertes y estampidas por miedo a la pelona, en Caracas solo quedaban entre dos y tres mil habitantes…

Información, tratamientos, prevención e inversiones se han hecho contra el COVID-19. Dependerá de la conducta ciudadana.

 

Octubre y nuestros premios nobel

La Sucursal del Cielo es cuna de dos galardonados

Mientras algunos grandes cacaos de la geopolítica internacional agotaron lobbies para que la academia sueconoruega los otorgara el Premio Nobel, Caracas como la metrópoli que es tiene el histórico tupé de exhibir dos premiados en el área de Medicina, y varios que estuvieron a punto pero que no fueron reconocidos.

Ya los nobel de medicina 2020 tienen nombre y apellido: los estadounidenses Harvey Alter y Charles Rice, junto al británico Michael Houghton, por el descubrimiento del virus de la hepatitis C, y este 9 de octubre se anuncia el premio Nobel de la Paz. Aunque había varios candidatos, lucía mucho la activista ecológica de apenas 17 añitos, Greta Thunberg —postulada por segundo año consecutivo—, como fuerte opositora a las aspiraciones del más famoso paciente de COVID- 19 y autoproclamado policía mundial, Donald Trump, quien habría pisado en falso por no rechazar la violencia interna y evadir acuerdos contra las armas nucleares, pero —y ahí va esta perla— desde ya, según varios organizadores de la distinción, gran favorito para 2021, supuestamente “por ayudar a negociar un acuerdo entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos”… ¿Cómo es eso?

A sabiendas de que desde la primera entrega en 1901 la filosofía del Nobel es exaltar a personajes o instituciones de mayor prestigio por logros internacionales, el mandatario estadounidense sueña con ver en su charretera el pin que lo iguale con Theodore Roosevelt (1906), Woodrow Wilson (1919), Jimmy Carter (2002), el “vice” Al Gore (2007), Barack Obama (2009), Henry Kissinger (1973) o con el mismísimo Juan Manuel Santos (2016). Aunque ni por error quisiera igualarse con Martin Luther King (1964), Nelson Mandela (1993) Kofi Annan (2001), por aquello de la diferencia de color, determinante marcador para un supremacista, para quien no se trata de merecimientos, sino de oportunidades…

 

Premiados con justicia

Como sea, Caracas, sin lobbies ni privilegios tiene sus galardonados en el área de Medicina: un ganador individual y otro como parte de un equipo. Casualmente es octubre el mes de los importantes anuncios de la academia que, además de la Paz y Medicina o Fisiología, premia en las áreas de Física, Química, Literatura y Ciencias Económicas.

Por eso, doblemente bendito este mes porque el 29 pero de 1920 vio nacer en la Sucursal del Cielo al eminente inmunólogo —criollísimo a pesar de su nombre y apellido— Baruj Benacerraf, quien recibió el Premio Nobel de Medicina casualmente el 11 de octubre de 1980 por sus descubrimientos relacionados con estructuras determinadas por la genética en la superficie de la célula que regulan las reacciones inmunológicas. También, que la respuesta inmune frente a un antígeno es distinta para cada individuo y es heredada según las leyes de Mendel.

Al ser premiado, expresó —quien estuvo ligado por asuntos familiares al Banco Unión, ahora Banesco—: “Es un orgullo y un honor para mí que un latinoamericano, un venezolano, sea premiado de esta forma”. Este inmunólogo, controvertidamente, a pesar de su acceso a la medicina y precauciones, murió de neumonía… aunque vivió casi 91 años.

Además de él, Caracas se hincha el pecho como paridora de lumbreras, ya que en 1973 brindó luz primera al experto en ingeniería genética y Ph. D. en inmunología, Luis Miguel Vence, quien como parte del equipo del doctor Jim Allison, recibió el Premio Nobel de Medicina por sus investigaciones sobre la inmunoterapia contra el cáncer en 2018.

Otra caso contradictorio porque su vida ha estado siempre complicada por situaciones de salud. Su padre Miguel desarrolló lupus, que a su vez le causó problemas renales y la muerte, enfermedad que tanto él como su hermano heredaron. Hoy, lamentablemente, el distinguido doctor es diabético y paciente renal. Por eso sentenció: “Nunca me interesó la medicina porque desde muy joven he vivido en hospital”…

 

Otros no reconocidos

El 10 de octubre, pero de 1856 nace en Juan Griego, Margarita, Francisco Antonio Rísquez, quien por sus acciones profesionales entre Caracas, Miranda y Europa, a la postre resultó ser padre de la enfermería, impulsor de la Cruz Roja Venezolana, fundador junto a Luis Razetti de la Junta de Socorro contra la gripe española hace un siglo, pieza clave del periodismo científico nacional e internacional y miembro de la Academia de la Lengua, además de exrrector de la UCV.

¿Hacia dónde apuntaba la mirada de las autoridades del Nobel para no valorar los aportes en las áreas de patología, higiene, salubridad, además de la lucha contra la tuberculosis y el paludismo, de tan ilustre criollo, cuyos restos reposan en el Panteón Nacional?

Aunque no es de octubre, pero sí de Caracas —y del mundo—, otro ignorado por la prestigiosa academia fue Jacinto Convit, el descubridor de la vacuna contra la lepra.

Fue reconocido con los premios Caballero de la Legión de Honor, Héroe de la Salud Pública de las Américas, premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica (1987), Abraham Horwitz Award (1989), Premio México de Ciencia y Tecnología (1990), TWAS Prize for Medical Sciences (2006), entre otros. A pesar de que el Nobel le fue esquivo en su nominación de 1988, Convit aseveró: “No me quita el sueño ganar el Premio Nobel de la Paz, pero sí hallar la cura para el cáncer”.

Paz y Medicina deberían ir de la mano, pero el orden mundial —pre y pospandemia— parece no tener la misma percepción, por eso hay quienes pierden más que el sueño por ostentar algo que no merecen…

 

Y NO PODÍA FALTAR EL MÁS POPULAR DE NUESTROS MÉDICOS…

Ricardo Carvajal entonó a toda Caracas con su “Médico Asesino”. Las favoritas eran parchita, guanábana y guayabita, pero mejor era la piñita...

Afortunado todo aquel al que le tocó andar, criarse, convivir, visitar y beber en Catia entre los años cincuenta y los ochenta porque seguramente, más de una vez probó el famoso “Médico Asesino” que, a pesar de su estrambótico nombre, no tiene prontuario ni decesos adjudicados a su consumo.

Por el contrario, ese divino brebaje que vendían en un pequeño bar de la parte sur de la calle Colombia sirvió para aderezar y amenizar reuniones, velorios y fiestas en toda Caracas.

A muy bajo costo se adquirían las botellas contentivas del elíxir, que tenía su base en caña clara, diversidad de frutas tropicales, pero individualizadas, y, por supuesto, el toque mágico de su creador, don Ricardo Carvajal, quien, con excepcional amabilidad, atendía el negocio con algunos de sus hijos.

Según el curdópata obsesivo Julio Barazarte, los afanosos bebedores llegaban a cualquier hora, incluso desde Guarenas y Guatire, a buscar su guarapita. Y eso que no había metro. Dicen que hasta Daniel Santos, Julio Jaramillo, Bobby Capó y Rolando Laserie se embriagaban en el sitio.

Las guarapas más vendidas eran de parchita, guanábana y la piñita; con suerte conseguías melón y guayabita. Mientras la sacaban bien fría (ideal para el consumo inmediato), se podía leer en una pared del pequeño local: “Si tomas para olvidar, no te olvides de pagar”.

 

¿Por qué Médico Asesino?

A primera vista se pudiera pensar que la etimología de tan famoso producto se debía a que el elixir era expendido en botellas reutilizadas de caña blanca, sin etiqueta ni control de calidad, lo que pudiera asociarse a algo de riesgo.

De paso, don Ricardo entregaba su producto envuelto en periódicos viejos, lo que aparentemente pudiera atentar contra alguna pretensión de salubridad.

Pero no era así. A manera de confesión, sus efectos colaterales no aporreaban tanto; es más, casi nada, en comparación con algunas alternativas como el Garlín, la Canelita o el vino Pasita, que, de paso, allí no se expendían.

El nombre se debe a la afición de don Ricardo por la lucha libre, deporte en el cual su favorito era apodado “Médico Asesino” y así bautizaron la bebida.

Al respecto, José Prada, un posible adicto a la guarapita y sus efectos, ratifica la versión y, agrega que ese luchador, nacido en México en 1920, “llamado Cesáreo Anselmo Manríquez González, debutó como el ´Médico Asesino´ el 8 de febrero de 1952” y, asegura, fue de los mejores pesos completos.

Según otro erudito en las andanzas de Baco, Miro Popić, autor de estas y otras historias en Venezuela on the rocks!, la gente se reunía en el bar (a beber) y a ver por TV la lucha libre, donde destacaba el mexicano “Médico Asesino”: “… y gracias a la euforia del alcohol, la guarapita se hizo famosa, a la que todo el mundo asoció y bautizó como Médico Asesino”.

 

Orinoco, un bar que se negó a morir...

Excelentes explicaciones, pero ambos investigadores, quizás bajo el influjo disociativo de alguna poción mágica, le cambiaron el nombre al bar de Carvajal. Casi aciertan, desde el punto de vista geográfico. Así serían esas peas: escribieron Canaima, pero el nombre real es Bar Orinoco, frente a Chocolates La India, más arribita del hospital materno infantil Elías Toro (alias Puericultura), más abajito de Leche Silsa.

La variedad (como el gusto del mercado cautivo, que no sabía de edades), más la creativa jocosidad del nativo de Upata, le dieron vida a otras bebidas como el aprietaculo o el zamurito, mezcla de brandy, vino y jugo de ciruelas, famoso afrodisíaco. ¡Ay, mamá!

Bastante entrado en edad, don Ricardo, el químico de la curda, nos abandonó y se llevó su secreto, porque sus hijos siguieron expendiendo, pero ya no era lo mismo. Luego el alcalde Claudio Fermín, quizás en venganza por una pea juvenil, bajó la santamaría del histórico bar. Así murió Médico Asesino. Ahora el local funge como venta de respuestos.

Los aventureros Roberto Ammirata y Nadim Dao, a finales de los noventa, patentaron “Doctor Killer”, médico asesino en inglés, pero fracasaron en español.

 

El loco Piñita

La gente pensaba que a Piñita, el loco de La Fundación (el muy amigable pana que tocaba cuatro y cantaba y bailaba como nadie) le decían así como diminutivo del apellido del cuñado, que en sus días de cordura le dio pan y posada.

"Usted, usted, usted la mandó a poner". De madrugada, Piñita entonaba sus melodías, pero no se iba pa´l Yopo (como la canción), sino pa´l bar Orinoco. Ya saben a qué...

 

Luis Martín


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