Letra veguera | Chávez y su tercer hemisferio cerebral
22/03/23.- Una cerrada madrugada de comienzos de 2004, viernes, recuerdo, recibo una llamada de nuestro querido Alí Rodríguez, cuando estaba de canciller de Chávez y yo como “jefe” de una oficina, cuyas siglas, cuando el personal —que para entonces parecía perpetuo— las pronunciaba, resonaban con un eco, tan enigmático como inútil, en la penumbra de la Casa Amarilla: Oficina de Seguimiento y Evaluación de Políticas Públicas.
Nos veíamos poco. A veces, cuando lo miraba pasar al espacio que era su oficina, parecida a un palacete barroco, o en las ocasiones en que yo iba a hablar con él las llamadas cosas puntuales que a mí me correspondían, acordadas previamente entre él y el Presidente Chávez: tratar con un personaje “importante” de la izquierda internacional (Dieterich, por ejemplo); viajar a un país de la Comunidad Andina; redactar desde notas de duelo diplomáticas hasta salutaciones de Chávez a príncipes, rectores de universidades españolas desconocidas y presidentes electos como Rodríguez Zapatero, que cuando fue electo fue uno, pero esa historia, y algunos pormenores graciosos e interesantes, los relataré en otra ocasión.
Antes de mudarse a la torre y ocupar un lugar adecuado por donde llegaba en ascensor, a Alí lo ayudan a subir al recinto de aquel virreinato a través de una silleta compuesta por los brazos de sus amigos o ayudantes, dada su afección vertebral. Yo me coleaba en la comitiva e intercambiábamos luego saludos e impresiones sobre temas políticos venezolanos.
Y así transcurrió un tiempo. Nuestra comunicación era prisionera de esa suerte de camisa “amarilla”, pero de fuerza, que nos tenía a muchos a merced de las asechanzas de esa legión de “realistas” atorrantes que parecían momias del paecismo, adosadas en los tiempos de Vicente Emparan y Fernando XIV, prestas a darnos un zarpazo, como lo hicieron en el golpe de abril de 2002.
Aquella madrugada, la llamada de Alí me produjo una taquicardia entre pecho y espalda, pero él inmediatamente disipó el susto con su serena y pausada voz de siempre:
“Te estoy llamando a esta hora porque Hugo me llamó y duramos como dos horas hablando de la gira y de unos libros que le traje de Europa”, me dijo sin pausas y me preguntó si el Chávez que yo conocí siempre fue así, inquieto, escudriñador, con los cinco sentidos en estado de alerta y, sobre todo, interesado con vehemencia por la lectura y temas particulares casi inexplorados. A esas cualidades se refería.
Nos reíamos mientras nos relatábamos algunas cosas que ya para entonces eran conocidas. La relación de él con mi padre y Wladimir, ese tema de los libros que Hugo se llevaba “prestados” de la biblioteca, sobre todo ese tan mentado por él de Plejánov, El papel del individuo en la historia y otros que papá cuidaba con un celo de perro guardián.
Alí venía de vuelta de una gira por varios países y, como solía hacerlo, le trajo tres libros a Chávez. No recuerdo sus títulos, pero de parte de los temas sí: una antología sobre la historia de la Comuna de París, otro recién editado sobre el cambio climático y una compilación de textos de la revista El Viejo Topo, que era una joya para comprender la historia de la España antes y después de Franco. Anexo, estaba un folleto sobre aquel intento de golpe de Estado en el año ochenta comandado por un teniente de la Guardia Civil llamado Tejero, que pistola en mano asaltó el Congreso.
“¿Y qué le pareció el paquete?”, le pregunté a Alí. Pues le dijo con una cautela de zorro viejo que el relacionado con el cambio climático era un compendio de los nuevos ideólogos que diseñaron los gringos para atacar el protocolo de Kioto.
La antología sobre la Comuna fue el primero que hojeó y habló como una hora sobre el tema y la conversación fue a dar con Maneiro, dado que Alfredo citaba mucho la experiencia comunera para explicar su preocupación vital sobre la vanguardia.
La publicación de El Viejo Topo la devoró en un relámpago y pasó a un tema relacionado con la “democracia” posdestape en España y le preguntó a Alí dónde podría conseguir un libro de Fernando Claudín sobre el tema.
“Yo no he dormido en toda la noche, Federico”, me dijo Alí a modo de despedida. Alcancé a decirle que lo que nos pasaba con Chávez, entre otras cosas, era que él nació con tres hemisferios cerebrales.
“Por eso es que es como es”.
Federico Ruiz Tirado