Parroquia adentro │ Aquellos años 80. Parte II

Los que aprendimos a bailar lo hicimos al ritmo del merengue

22/03/23.- Es inevitable escribir sobre cómo interactuaban los adolescentes de los años 80 y no pensar en las bondades de las redes sociales que proveen las plataformas digitales en la actualidad. Estas proporcionan, cuando no son perfiles falsos, buena cantidad información sobre el aspecto e intereses de alguien que te llama la atención, sin tener que atravesar los grandes desafíos de conocerse primero en persona y planificar los pasos para un buen cortejo.

 

Bailar

Entre los elementos sublimes de la música está el poder conseguir pareja y mediante el baile sucumbir al ritmo preferido. Este último aspecto era, y seguro sigue siendo, la expectativa de los bailadores, así sean desconocidos, amigos, novios o esposos.

Aprender a bailar fue indispensable como cualidad para socializar. Se aprendía practicando con los padres, hermanos o con los panas de turno; sin embargo, los géneros de nuestros progenitores no eran exactamente la música de moda, pero sí un buen inicio para soltar el cuerpo y agarrar ritmo. Recuerdo practicar los pasos acelerados del merengue con mi vecino y sus hermanas. Las chicas hacían lo mismo y a veces tocaba bailar con el mismo sexo si no existían suficientes personas del opuesto.

En los años 80 se registró el auge del merengue dominicano, mismo que echó a un lado la salsa brava que reinó durante buena parte de la década de los 70 y principios de los 80. Así que los que aprendimos a bailar lo hicimos al ritmo de variantes internacionales del merengue con Wilfrido Vargas, Ruby Pérez, Los Melódicos —con Diveana—, Los Hermanos Rosario, Porfi Jiménez, Juan Luis Guerra, Roberto Antonio y Bony Cepeda, entre otras decenas de intérpretes.

Así pues, lista la coreografía, solo había que esperar la rumbita…

 

La fiesta

Ser adolescente no deja de ser un desafío, no se es tan pequeño para ir a una piñata ni tan adulto para ir a una discoteca. En ese vacío surgió la figura del “matiné” (adaptación gráfica de la voz francesa matinée), que se refiere a algún espectáculo matutino o vespertino.

Desde mi experiencia, estos eventos se llevaban a cabo en una casa particular o en algún colegio con motivo de recaudación de fondos para graduaciones, reparaciones de liceos, etc., donde los jóvenes podíamos acudir a rumbear al ritmo de las minitecas, hoy llamadas discplays.

Dentro del grupo de los más atrevidos, algunos chicos tenían una cédula falsa para poder entrar a las discotecas famosas del momento como Winners, luego llamada Paladium en el Centro Ciudad Comercial Tamanaco (CCCT) o el club New York-New York en el C. C. Concresa.

Sacar a bailar a alguien era algo de “alta planificación” y mucho más si se quería pretender a alguna jovencita. En primer lugar, había que conocer el nombre de ella, luego la edad y, muy importante, la música o canción preferida. El segundo paso era cuadrar al disc-jockey, hoy llamado DJ, para que, a nuestra señal, lanzara la pista preferida de la chama, siendo así que uno se paraba a pocos centímetros de la ella y ¡zaz!, se le daba la seña al DJ. De inmediato la abordabas antes que alguno más cercano que tú lo hiciera, algo casi imposible pues estabas a treinta centímetros de distancia.

“¿Quieres bailar conmigo?”. Luego de mirarte de arriba abajo, te decían: “No, estoy cansada” o “sí” e iniciabas el baile; a los pocos segundos venía tu pregunta: “¿Cómo te llamas?”, a lo cual podían responder: “María“. En ese momento sabías que la cosa no iba bien porque te habían informado que se llamaba diferente. Luego venía la interrogante atrevida: “¿Qué edad tienes?”. “Tengo 17”. Y es cuando te dabas por vencido, ya que estabas al tanto de que tenía la misma que tú, ¡15 recién cumplidos!, y exageraba con el propósito de insinuar que no eras de su “rin”.

Otro momento importante era cuando comenzaba la siguiente canción. Si apretabas su mano y ella no la soltaba entonces te autorizaba a seguir bailando y era la oportunidad que aprovechabas para pedirle el número de teléfono de su casa —recordemos que no existían celulares—; de lo contrario, si al terminar la canción te sacudía los dedos ¡era el fin del ataque!

Nada de lo anterior podía suceder si no nos armábamos de valor y nos atrevíamos a invitar a bailar a la persona de interés en una fiesta; si no, éramos del grupo de “los lentos”.

 

Continuará.

 

Parroquia adentro:

Gabriel Torrealba Sanoja

Julio González Chacín (†)

parroquiadentro@gmail.com


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