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¿La corrupción es un mal exclusivo del ámbito de lo público?

24/03/23.- Si hay un tema del cual se pueden escribir tratados y abordar desde múltiples perspectivas es el que refiere a la corrupción y así le asociamos de forma inmediata a: descomposición, depravación, perversión, inmoralidad, putrefacción, pravedad.

Sin embargo, la corrupción es normalmente vinculada al ámbito del dominio público, y, como una aproximación con intencionalidad del sentido común, lógica y honesta, vale significar que la naturaleza del fenómeno es sumamente compleja. Para describir y ejemplificar, existe el caso emblemático, con alcance en varios países de Latinoamérica, de la empresa brasileña Odebrecht.

¿Es exclusiva la corrupción solo de una región en particular y del mundo de lo público?

La respuesta categóricamente es no.

Podríamos enumerar una lista de los casos de corrupción en países de Europa, Asia, Oceanía, África o de América del Norte. Sería un enorme y laborioso trabajo, y sencillamente se puede resaltar el reciente caso de manejos dolosos y de la apropiación indebida de los depósitos de millones de ahorristas e inversionistas de todo el globo en el segundo Exchange de criptomonedas más importante del orbe financiero, FTX, o la reciente quiebra de los bancos Signature Bank, Silicon Valley Bank y Silvergate Bank, todos ellos en el seno de un país por excelencia modelo del capitalismo, fundamentado en la propiedad y la iniciativa privada y reino de las corporaciones: los Estados Unidos de Norteamérica.

Es por tanto la corrupción como fenómeno humano, ni exclusivo de Latinoamérica, ni de alcance limitado o circunscrito a una región o continente. También es global.

Ahora bien, hay un término del campo del derecho público que resulta clave para abordar el análisis del fenómeno de la corrupción. Se trata del sustantivo “prevaricación”, cuyo significado se asocia con el delito consistente en que la autoridad o funcionario dicte, a sabiendas, una resolución injusta. En otras palabras, se trata de otro delito: cuando un juez, el funcionario del Estado encargado de administrar justicia, realiza o ejecuta actos o asume comportamientos contrarios a los deberes inherentes a su cargo.

La prevaricación judicial propicia un estado de impunidad que potencia en alto grado el imperio de la corrupción. A su vez el lucro económico producto de la corrupción retroalimenta un sistema de escalada constante de este flagelo social.

Como puede verificarse en la amplia bibliografía que trata el abordaje de la corrupción por su multiplicidad de causas y la complejidad intrínseca como objeto de estudio, no solo puede explicarse a través del análisis jurídico. Necesariamente precisa ser estudiado también en las dimensiones económica, histórica, sociológica, política, antropológica y psicológica, entre tantas otras.

Así como la determinación del génesis de la problemática de la corrupción es dificultosa, no cabe la menor duda de que sus efectos y consecuencias en todas las esferas del quehacer humano resultan indeseables, perniciosos y contraproducentes. Podríamos denominar la corrupción un cáncer sociológico.

Ahora bien, si la corrupción se ha estudiado además desde la mirada de la filosofía política, también es necesario resaltar que es un tema que no escapa de ser concebido desde la arista axiológica, es decir, se entra en la esfera de lo ético y de la moral sobre los valores y los principios.

A través de los siglos, filósofos, investigadores, estadistas y luchadores sociales, entre otros, se han pronunciado y fijado posición con respecto a los orígenes, males y remedios que deben ser aplicados a la corrupción.

Nos permitiremos dejar un planteamiento para la reflexión: ¿La práctica institucionalizada del lobby, también conocida como el cabildeo, tanto público como corporativo, no es un caldo de cultivo propicio para que germinen y se reproduzcan las prácticas de la corrupción en todas sus modalidades?

Sería interminable la lista de pensadores que han opinado y sentenciado al respecto, no obstante y quizás uno de ellos, de nuestra modernidad, y de un contexto no eurocéntrico, Mohandas Karamchand “Mahatma” Gandhi, expresaba que entre los grandes pecados sociales se encontraban la política sin principios, los negocios sin moral, el placer sin compromiso, el conocimiento sin carácter, la oración sin caridad, la riqueza sin trabajo y la ciencia sin humanidad.

La relevancia e impacto de la corrupción en el nivel de desarrollo de los países ha impulsado a que en instancias multilaterales e instituciones académicas se formulen y estructuren índices de los niveles de corrupción que prevalecen en los Estados como indicadores y estadísticas del grado de sustentabilidad y sostenibilidad. En ese sentido y dirección debemos avanzar.

 

Héctor E. Aponte Díaz

tintepolisemicohead@gmail.com

 


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