Araña feminista | Ser feminista

24/03/23.- Encontrarme con las chicas, con esas que construyen a su alrededor deconstruyendo constantemente, es un aprendizaje cotidiano. La forma como ven la vida, a sí mismas y el mundo me mantiene alerta y atenta a todo lo que pasa a mi alrededor. Dentro de Tinta Violeta se encuentran muchas generaciones en el mismo espacio, muchas clases, etnias, territorialidades, muchas formas de ver el género, las relaciones amorosas e  interpersonales. Con ellas, con esas mujeres “adultas”, como a las más jóvenes les gusta llamarnos, y con las jóvenes, con las que crían y con aquellas que no quieren ver una sala de parto sino de lejitos, con todas ellas transcurre mi vida; con ellas vamos creando feminismos.

En ese maremágnum de identidades, de opiniones, de tareas por hacer, he aprendido que no es necesario estar de acuerdo en todo para estar juntas, que está bien disentir y pensar diferente sobre muchas cosas, que eso nos enriquece y nos hace más fuertes, que diferimos porque nuestros entornos, nuestra crianza, nuestras experiencias son diferentes. He aprendido que no tengo que demostrar mi valía todo el tiempo, que puedo ser vulnerable, frágil, y otras veces fuerte y aguerrida, pero, sobre todo, he aprendido que ser todas esas cosas a la vez está bien y ninguna de ellas me hace menos feminista.

He aprendido también que se puede nacer con privilegios aun naciendo mujer, y eso me hace ver las identidades y expresiones de género de otra manera, que justo por eso vale la pena pensarse a sí misma de otra forma, desde lo que tenemos y no desde lo que nos falta. Además me ha permitido darme cuenta de que la fuerza colectiva es indetenible y solo es posible si le ponemos lo mejor de las personas que somos.

Me han enseñado a hablar de mi sexualidad abiertamente porque no juzgan y respetan la sexualidad de las otras y los otros y sus formas de expresarlas, que no se habla de los cuerpos de otras personas, pero si lo hago diciendo “estás gorda” o “estás flaca”, me señalan siempre que eso es juzgar, y juzgar está mal. Que me equivoco simplemente porque no soy perfecta y que equivocarse es más feminista que no hacerlo. El quid está en reconocerlo y trabajar para cambiarlo.

En esos pequeños detalles, en ese “no me hables duro que me haces daño”,  van haciendo añicos  la cultura de la dominación, transmutándola en otras formas de relacionarse desde el quehacer diario y cercano. Juntas es tan fácil darse cuenta de tantas cosas; la primera, de que no hay una forma correcta de ser feminista, porque no existe una forma correcta de ser persona, que más allá de derechos, condiciones y oportunidades, las feministas buscamos un mundo en el que hagamos el menor daño posible, y en el que ser lo que eres sea suficiente para ser una persona feliz.

 

Daniella Inojosa

Tinta Violeta

 


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