Punto y seguimos | El libro: un objeto maravilloso

Los soportes para la escritura han evolucionado junto a la humanidad. Desde las tablillas de arcilla con escritura cuneiforme hasta los computadores, celulares y otros dispositivos electrónicos, el ser humano ha encontrado variadas maneras de poner el lenguaje escrito al alcance de la mano. Piedra, arcilla, cuero, tela, vitela, papiro, pergamino, madera, papel y otros han servido para plasmar la letra y conservar los registros de nuestro paso por el mundo.

Todas las formas han sido útiles y valiosas, pero claramente no todas eran fáciles de elaborar, fáciles de conservar, ni mucho menos permitían que se convirtieran en objetos de acceso masivo. Dos magníficas invenciones permitieron cambiar eso: el libro, tal y como lo entendemos hoy, es decir, un conjunto de hojas manuscritas o impresas, cosidas o pegadas, y armadas en forma de páginas con una cubierta; y la imprenta, que permitió pasar de los primeros libros copiados a mano (auténticas obras de arte, muy costosos y de ardua elaboración) a libros con escritura uniforme, más legible y de menor tiempo de creación (la imprenta en sí misma evolucionó, desde los tipos móviles manuales hasta la imprenta industrial moderna).

El libro físico (de variados materiales, pero predominante su versión en papel y tinta impresa) se convirtió en el objeto perfecto, ese que la humanidad necesitaba para contar sus historias, algo que era no solo una cosa para dejar huella, constancia y registro, sino que además sirvió como una tangible extensión de la imaginación. El libro es contentor de mundos, de idiomas, de sueños, de esfuerzos, de vulgaridades y genialidades, de conocimiento, de historias reales o imaginadas que se recrean diferentemente cada vez que alguien los lee. El libro es, sin duda alguna, una de las invenciones más preciosas del ser humano: por ser el resultado de una larga historia de fusión y mejoramiento de técnicas y herramientas creadas en varias partes del mundo (soportes, tintas, lápices, caligrafía, imprenta) y por ser guardián y vehículo para encender y ampliar nuestra mente. El libro es un objeto mágico.

Ahora, cuando se discute su valor y su posibilidad de supervivencia en el mediano plazo a raíz de la llegada de los formatos digitales, más que hacerse la pregunta de cuál formato es mejor, lo importante es fomentar y cuidar su existencia, preservar el valor del libro en su función básica, más allá de la forma en que hoy por hoy elijamos utilizarlos. Tanto la versión papel como la digital presentan ventajas y desventajas en cuanto a cómo y cuánto cuesta producirlos, almacenarlos y conservarlos: se discuten la producción de papel y su impacto ambiental, la dependencia y gasto energético de los dispositivos electrónicos en los que se leen los digitales, los espacios de almacenamiento, el peso, los desechos, la mano de obra necesaria para restaurar y cuidar ejemplares físicos, así como la necesidad de hallar formas de que con el tiempo no se pierdan en ninguna nube los textos digitales, etc.; pero por los momentos es relevante saber que estamos en una transición generacional y tecnológica que nos suele dividir en equipo papel, que huele divino, y equipo digital, que ama las pantallas.

Quienes tuvimos la dicha de crecer rodeados de libros y con adultos que alentaron a la lectura, tendremos predilección por el formato papel, por el ritual de revisarlos, hojearlos, olerlos, admirar encuadernaciones, cazar ciertas ediciones, recordar momentos claves de la vida en el que algún libro nos acompañó, salvó o nos dio un instante de emoción, luz y clarividencia, rememorar a personas, lugares e incluso a nosotros mismos, cuando éramos "otras personas". Quien ha amado los libros de papel nunca dejará de hacerlo; sin embargo, un verdadero lector no le hará el feo total a los digitales. Si bien no tienen la magia de la calidez, de presentarse en una forma que es única e íntima como el libro de papel (a fin de cuentas, los teléfonos, tabletas y compus los usamos para muchas otras cosas), lo cierto es que nos dan la oportunidad de acceder a títulos a los que de otra manera no se podría llegar, por su rareza, costo o incluso por su simplicidad. Hay textos que no nos interesa que ocupen espacio, pero que sí nos gustaría leer.

Además, conocer y aprender a disfrutar las ventajas del libro digital nos permite ser promotores de la lectura en los más jóvenes y en los pequeños. Si la educación formal no ha podido lograr que la lectura sea un placer y no un cuco, podemos ayudar mezclándola con la tecnología. Si intentamos y no podemos romper esa fatal y errada idea de que un libro de papel es una cosa pesada, densa y difícil, intentemos por el otro lado, porque lo más importante sigue siendo que la gente lea, que ame buscar historias, datos, el saber. ¿Por qué no les enseñamos que los dispositivos digitales tienen esa herramienta? Si les acercamos los libros en los formatos que manejan y les son familiares, aumentamos las posibilidades de que los acepten (y hasta que busquen los otros). Defender al libro es defender la maravilla de una de nuestras más geniales creaciones, una que ha sobrevivido y evolucionado por siglos. No permitamos que las próximas generaciones lo olviden y se pierdan la oportunidad de fortalecer su mente y amar su propia imaginación.

Mariel Carrillo García

 

 


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