Palabra rota I "Colocarse" de acuerdo

El triste destino de los verbos malditos

29/03/23.- En algún momento de la última década, un grupo de verbos de nuestro idioma cayó en desgracia. Empezaron a sonar mal al oído de algunos hablantes; perdieron prestancia y, por si fuera poco, se sospechaba que venían apertrechados con un doble sentido que —como suele suceder en estos casos— apuntaba a lo escatológico, lo vulgar, lo indecible.

Quien se sintiera gente de bien, conocedor del idioma, tipo culto y, sobre todo, cuidadoso y decentísimo en el hablar, dejaba de usarlos. Al fin y al cabo, no era cuestión de andar por la vida ofendiendo a los semejantes, aunque fuera sin intención.

Todos parecen saber, por ejemplo, que solo ponen las gallinas; que mandar alude subrepticiamente al acto sexual, y que hacer suena de lo más vulgar en boca de un buen hablante. Había, pues, que buscar sustitutos para unos verbos que simplemente dejaron de ser decentes o refinados o precisos en lo que debían expresar.

Y entonces empezó el disparate. A cada uno de los verbos malditos, de los cuales los que acabo de nombrar son apenas la parte más visible, le corresponde un verbo que, a fin de entendernos, llamaremos verbos víctimas. A "poner" le correspondería como víctima "colocar"; a "hacer", "realizar" y a "mandar", "enviar". Esos verbos son víctimas porque se les impone una carga —semántica, dirían los lingüistas— que no les corresponde. A "hacer" se le reconocen 58 acepciones distintas frente a solo cuatro de "realizar". "Poner" dispone de 44 acepciones en tanto que "realizar" nada más de cinco. El asunto termina siendo como si a un burrito que aguante una carga de diez arrobas se le carga con doscientas. Las patas del burro cediendo ante semejante carga equivalen al desplome del idioma que el uso de tales verbos produce en boca de gente tan culta.

Así pues, alguien se coloca de acuerdo o se coloca en aprietos; los mensajes se colocan por escrito; los médicos colocan medicinas; los padres les colocan nombres a sus hijos; los melómanos colocan música y los amantes pueden colocarse cachondos de tanta pasión; los reposteros, por su parte, realizan tortas; el jugador realiza una apuesta; los viajeros realizan la maleta y los estudiantes realizan las tareas porque el profesor realizó una profunda reflexión en la clase. Y no se le ocurra decirle a alguien que le va a mandar una encomienda, un regalo o lo que sea, porque antes de terminar la frase escuchará algo como "ni de vaina me lo mandas, mejor me lo envías".

La lengua está viva, dicen los lingüistas, y en constante cambio. Tal vez, dentro de cincuenta años algunos de estos disparates serán el modo correcto de expresar esas ideas. Entre tanto, cada quien está en libertad de elegir su forma de hablar. Si a usted este asunto no le parece un problema, pues simplemente no le detenga ni media bola a lo que aquí se dijo.

 

Cósimo Mandrillo

 


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