Vitrina de nimiedades │ Malentendidos y otros demonios

Un mandado, asignación o trámite puede lanzarnos a la confusión, como trampa del diablo

01/04/23.- No entender una situación puede ser algo inofensivo, ligero y hasta imperceptible para el otro. Cuántas cosas jamás comprendemos y seguimos vivos, ¡que no es poco! Cuántas veces alguien se esmera en explicarnos cualquier asunto y con asentir la cabeza salimos del aprieto que provoca no haber captado nada. Pero, en otras ocasiones no es posible fingir demencia. Toca asimilar, pero por más sesos que ponga uno a trabajar, se vuelve incapaz. Simplemente, no entendió. Lo descubre tarde, cuando se abre la puerta a un microinfierno con pase VIP.

Esos momentos diabólicos ocurren con cierta frecuencia en el hogar. Olvidar una compra, dejar de pagar un servicio, no recoger a los muchachos en el colegio… A todos nos ha pasado y siempre ocurre por una única causa: no entendimos que era con nosotros. El encuentro con Belcebú siempre es antecedido por un: "¡Pero si yo te expliqué!".

Luego de esa frase, toca prepararse para un tsunami verbal destinado a recalcar, subrayar y reafirmar —agreguen más sinónimos— nuestra incapacidad para atender asuntos tan elementales. Cuántos seres quedaron en entredicho por no escoger un buen tomate para una salsa, no calcular cuántos kilos de verdura se necesitan para una sopa, no distinguir el cilantro del perejil, no calcular bien el pago de servicios sin gastarse toda la quincena o no comprar el lavaplatos "que sí limpia bien". En fin, por no haber hecho el mandado como se esperaba.

¿Lo peor? La persona a quien decepcionamos nos reclama nuestro desinterés por sus detalladas orientaciones. En ese punto, uno ya está ardiendo en la infernal paila del autocuestionamiento. Pensamientos como: "Pero yo pensé que eran unos tomates y ya", "¿Y yo debía hacer eso?", "Yo no hago controles de calidad" o "No entendí" nos aturden mientras salimos de ese momento.

El hogar, lamentablemente, no es el único lugar que puede convertirse en infierno por un mandado mal hecho. Cualquier espacio para la gestión de trámites tiene la misma facultad. No importa si se hicieron las consultas en línea, vía telefónica o en persona: el riesgo de no hacer lo indicado, aunque se pregunte, suele ser alto. Da igual si es un sello o un papel que jamás imaginamos necesitar: lo que salga mal, muy probablemente, será responsabilidad nuestra.

En esos momentos, nuestra capacidad de "malentendimiento" crece sin parar. Cuesta procesar instrucciones tan simples como buscar al licenciado X de la Y para colocar un sello en el extremo superior derecho del documento o preguntar en la oficina A si ya llegó el memorando de la gerencia B. Uno va de un ascensor a otro, de una escalera a otra impelido por dos malvadas preguntas: "¿Por qué carajo me pasa esto a mí?" y "¿Será que yo entendí mal?".

Por desgracia, estos momentos también abundan en el trabajo y son primorosamente retadores. La presentación sencilla que se convirtió en una noche corrida de faena, aquel plan hecho en tres horas luego de descubrir, casi al momento de entregarlo, que nadie lo había adelantado o la llamada importante jamás hecha por pensar que no era con uno. ¡Qué momentos tan hipertensivos!

Diablo, no te hagas el loco: estos inventos solo pueden ser obra tuya.

 

Rosa E. Pellegrino

 

 


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