Letra veguera│La lluvia de abril

05/04/23.- "Hoy es Domingo de Ramos", le había dicho a Juan David, mi hijo, mientras ponderábamos la súbita despedida de ese "amarillo luminoso" —parafraseando el título de la antología de cuentos de Mempo Giardinelli— que se congregó hacia el fin de marzo y ahora abre en el horizonte una "primavera" de vientos y de brisas cardinales. Le "pronostiqué" que comenzando abril llueve, y esta madrugada ocurrió que, liviana y anticipada por una brisa que disipó la melancolía desde la tarde, una llovizna levantó unas flores en el jardín de la casa. Alegró a Mancho, el gato que se acobija en los muebles de la sala con nuestras camisas sudadas. Cayó un rocío tímido sobre el erial, haciendo que el presentido poema de Eliot extendiera la vida de "los dorados rastrojos".

Es la primera lluvia de abril.

Y llegaron "los muchachos". Están libres y de vuelta a la patria, sin tiempo ni accesorios; esa que va y viene en su peregrinación y a veces, en uno de esos viajes, antes de que finalice la transición a la primavera, nos convierte en abril a todos y la mirada en un modo de vivir dialogado para buscarnos entre los iguales.

"Espero que no se precipite la tormenta", le dije.

Al fin y al cabo, sabemos que vendrán aguas turbulentas. Que no lleguen antes de tiempo; por ahora, no. Más tormenta sería un voraz deslave, otra pesadilla con los ojos abiertos, una canción desafinada e indeseable.

Tomemos un respiro. El justo y necesario. Imaginemos que las hojas de este otoño enmascarado y ficticio no serán arrasadas. Que vendrán los rostros, que se escucharán la emoción del ruido de los helicópteros sobrevolando Caracas con Chávez de vuelta y la euforia de los tulipanes; que los ladridos de los perros callejeros serán otra vez nuestra fiesta; que alzarán la vista los mendigos a esas, aquellas nubes de abril; que la gente que salió de las viviendas, los retratos de familia, los alientos de los amantes, el viejo tocadiscos del barrio y todo gesto humilde y los mayoritarios compañeros caídos en los antiguos combates, sus palabras, sus anhelos, también arriben como esta lluvia temprana en el Barco Ebrio.

Los muchachos están aquí y no hay tiempo que perder. Los desalmados que los mancillaron no son todos los vestidos de color naranja. Sus patrones querrán cazarlos con rifles, con arcabuces, porque son unos "macarrones" de la moral ya desnudados y por eso hay mucho que temer. Ojalá no los encuentren.

Aryenis y Alfredo son sus nombres propios. No vivirán debajo de las piedras. Su contrafuerte es una masa con candela, la fibra de la moral y la ética, porque son como aquellos árboles de Ernesto Cardenal, los que se plantaron junto a una fuente: bienaventurados que no traicionaron a sus hermanos y que nos hicimos compañía unos a otros como pájaros de día y de noche.

No surgieron de la nada sino de las bóvedas donde estaban las letras del crucigrama que abría los tesoros escondidos de los malhechores. Y fueron descubiertos y castigados por Alí Babá, vilipendiados, privados de su libertad como unos más de la recua hasta ayer, cuando abril dijo: "A llover".

Hoy están libres pero no como el viento: los demonios no saben de eso, o sí. Ahora ellos se cuidarán más, entre las breñas. Nuestros ojos se multiplicarán para avistarlos a despejar la maleza y, sí, siempre con la frente en alto, lejos de las maquinarias infernales y de las emboscadas.

Vamos, muchachos, con la cautela del zorro caminando sobre una pista de hielo sin mojarse la cola.

Vamos al reencuentro con Chávez. 

 

Federico Ruiz Tirado


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