Al derecho y al revés│Por un gobierno decente

05/04/23.- Si en el 2024 las elecciones son ganadas por el presidente Maduro —quien mucho chance tiene ante el despelote de la oposición— será la segunda vez que el gobierno venezolano habrá evitado un colapso, ayudado por los vilipendiados cubanos.

Ojo: no se trata de las fábulas que han tejido opinadores piratas que, entre tanta bobería, hablan de "elecciones trucadas mediante el cable submarino que une a Venezuela con Cuba".

Dejemos esas idioteces para consumo de conspiranoicos y otros enfermos mentales porque la explicación es más simple.

Un débil gobierno que sin embargo lleva más de seis décadas de estar enfrentado a la primera potencia del mundo, por muchas razones debe tener los sentidos en estado de alerta, lo que significa que la inteligencia cubana se cataloga entre las mejores del mundo.

La primera vez que los cubanos ayudaron a salvar un gobierno venezolano fue hace poco más, poco menos, de dos décadas, cuando el presidente Chávez pensaba tener el revocatorio ganado; cuando, aparte de los artificios verbales, poco le había dado en concreto a los más pobres, que siguen siendo la base del electorado chavista.

En ese entonces fue Fidel Castro quien en La Habana le dijo a Chávez que —según sus observadores—, salvo que alargara la fecha del revocatorio para cedular a los más pobres, no tendría votos para ganar.

Como todo es dando y dando, Fidel Castro presentó su oferta. A cambio, se fundó la Misión Barrio Adentro, que básicamente consistía en traer médicos cubanos para vivir en los barrios y encargarse de pequeños problemas que por desidia no eran atendidos.

Al dotar de cédulas a mucha gente de los barrios que no poseía identificación y acelerar el plan para alfabetizar —junto a la presencia de los médicos cubanos—, Hugo Chávez se garantizó el revocatorio, que uno de los magnates de la televisión venezolana raudo reconoció como ganado por el comandante bolivariano.

El segundo debut de la ayuda cubana acaba de suceder, aunque los cerebros de la oposición aún no se han dado cuenta.

Ya no están ni Hugo ni Fidel, pero sí Nicolás Maduro y Díaz-Canel.

La caída de Tareck El Aissami me cuentan que fue consecuencia de un informe de la inteligencia cubana en el que entregaron pruebas al Presidente venezolano de los contactos que el entonces ministro de Petróleo y presidente de PDVSA mantenía con el Departamento de Estado de EE. UU.

De ese informe se colegía que los yanquis aceptaban dejar tranquilo a El Aissami, pero no lo consideraban potable como presidente de una transición. Porque de eso se trataba la propuesta del Departamento de Estado: de sacar del poder a Nicolás Maduro al estilo "revolución de colores" y colocar en Miraflores a un bolivariano más adicto a los bolívares que adepto al Libertador.

Tareck El Aissami cayó en desgracia, pero el Presidente, que lo considera "cercano colaborador", aún no decide si procesarlo o dejarlo escapar como hicieron con Carmona Estanga, y ahí sí que entra en juego la opinión patriota.

Y como todos ven para el cielo —como si la cosa no fuese con los venezolanos; como si no pudiéramos terminar invadidos al igual que Libia o Yugoslavia; como si faltando los recursos robados, que son enormes, no vinieran más penurias para la población—, a riesgo de censuras y otros abusos, opino.

El ministro renunciado debe ir preso si quieren que el pueblo elector crea que realmente se lucha contra la corrupción, la cual, según encuestas serias, es la pata coja del gobierno.

Pero también han de pasar largas temporadas encarcelados todos los compinches atrapados en este entramado de corrupción.

Desde el empresaurio opositor que lavando capitales tejía la red de alcaldías fospuquisadas —para alinearlas más tarde con guarimbas y golpes—, pasando por las groseramente lujosas prepagos que el sinvergüenza de Hugbel Roa facilitaba en Venezuela a lujuriosos del gobierno —y en los riquísimos mini Estados del Golfo Pérsico, a emires dispuestos a pagar—, todos deben pasar décadas tras las rejas.

Es la única manera de que en 2024 se pueda comenzar a pensar en una transición, no a la oposición desde el chavismo, sino a un gobierno decente que puede ser bolivariano.

 

Domingo Alberto Rangel


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