Psicosoma | Empatía estelar
11/04/23.- Desconozco camisas de fuerza para conocer y sentir amor e intuición. ¿Para qué las certezas? ¿Acaso la seguridad de estas líneas me garantizan que no serán las penúltimas?
¿Por qué la racionalidad y la lógica del pensar cartesiano? ¿Acaso nos cuesta ser fracciones e instantes, gestos, movimientos del cuerpo, rostro, ojos, boca?
Todo es un misterio sagrado al compartir los corazones: el fluir del torrente sanguíneo por venas y arterias o los derrumbes de rocas trombo que nos duermen las piernas o brazos o se instalan creando un derrame, asfixia o anoxia cerebral…
Cuán extraños son los movimientos peristálticos del estómago o el crujir de tripas; esos truenos. La piel es un misterio con sus kilos de ropajes reciclados que nos imanta calores y fríos que se alargan, adelgazan y desplazan al atravesar todo con sus porosidades.
Siempre me descubro en rocíos y en la disolución al levantar en las mañanitas al sol Inti y estirar el tronco y el abdomen en inspiraciones profundas hacia los cuatro puntos cardinales.
Este cuerpo trata de armonizar y, pase lo que pase, agradece la luz del amanecer, a las Pléyades, los neutrinos, la Estrella del Sur y Orión; a los anillos de Saturno, que me hermana en sus gases y regreso a la invisibilidad; a las vibraciones del canto de ballenas estelares, con el carnero Capricornio, Piscis, Escorpio, Tauro, Acuario, Sagitario… a la madre Isis-Virgo. Avanzo con las gemelas lunas y de pronto los espectros iluminan.
Somos esqueletos en tierra, andantes bachacos, fila ósea de columna vertebral hasta el coxis. Inmensas caderas, omóplatos, tibias y peronés. Increíbles huesecillos de los pies y las manos. Esos nudillos que truenan en chasquidos. Puro galope del corazón mudo, quieto, que mira a una cabeza con cuatro fosas o, mejor, las tres visibles, que son agujeros negros de ojos y boca. Allí están sus ojos que miran, remiran y allí estoy. Tan distinta es la mirada interna. Una boca es la entrada al barranco o al tobogán serpentino.
No hay tiempo lineal para la empatía y el amor. Son fuegos incandescentes que se nutren al mirar al fondo de las fosas oculares, una especie de atravesar, migrar de las células, el plasma, las neuronas intestinales directo al cerebro. Un fuego sacro. Luces que nos regeneran al ser mirados, y existimos al levantar, cultivar carnes, músculos, ligamentos uno a uno en vigilia.
En pandemia aprendimos la autocuración. A través del silencio sentimos los órganos, valles, colores y sonidos internos. Estamos atravesados de cielos e infiernos que al implosionar nos achicharran para renacer, cavar en sí hasta la médula y escuchar otras dimensiones, prolongaciones corporales, energéticas, espirituales…
Casi siempre son los mismos traumas, ataduras y miedos en diferentes bemoles, que nos han cortado la hermandad para sentir y poder ayudar a alimentar los fuegos espirituales, las aguas creadoras y el aire cósmico. Las comparaciones y patrones se repiten…
En un inicio fuimos luminosos y luego las diosas y los dioses nos hablan para renacer del caos, de la aniquilación. Somos punto e intersección en el espacio y en ese remiendo venimos en diversos minerales, animales, plantas…
Despertamos en el Sueño y hundimos los poros en las montañas. Te soñé y vi la forma de un cuerpo que yacía a mi lado derecho, aliento que me atraviesa y desdigo. ¿Será posible mudar de pieles, gotas de sudor, vello recién nacido, un folículo piloso con raíces en el alma…?
Rosa Anca