Al derecho y al revés | Hasta donde llegue la cobija

12/04/23.- La actual sociedad caraqueña camina dando tumbos y, por no acudir a la excusa del mal de muchos..., diría que, en general, del mismo pie cojean todas las nacionalidades locales que componen mi país, Venezuela.

Sociedad poco dada, salvo en raras excepciones, a hacerse preguntas vitales como: ¿cuál es el puerto hacia el que se dirige la nave colectiva sobre la que todos bogamos?

Tampoco nos cuestionamos los caraqueños sobre si es posible variar de rumbo o cuánto tiempo tendremos que invertir para ver los frutos una vez que todos comencemos a cambiar.

Sobre este último tema de los cambios cabe precisar que no se trata de acercar al poder nuevas camadas politiqueras, dispuestas a decepcionar a los que de forma inocente los ayudan a subir cuando nadie apuesta por ninguno de ellos.

Sino de cambios verdaderos que, paradójicamente, en vez de proyectarnos al futuro o a un pasado reciente que no volverá, nos regresen a tiempos más lejanos cuando el venezolano tenía una palabra más valiosa que un billete grande.

Entre aquel ciudadano y el actual obviamente media, aparte del tiempo, la irrupción del petróleo, que nos hizo saltar las estadísticas y permitió que nuestro país, exportando crudo, pasara de ser el más pobre de América —junto a Haití y Paraguay— a ser un territorio del cual los recién llegados solían decir que cualquiera se podía convertir en millonario y que solo bastaba "saberse agachar para recoger la riqueza".

Si el petróleo nos enriqueció —y de eso no hay dudas—, colocar el tipo de cambio muy favorable al bolívar frente al dólar asesinó las pequeñas industrias, que sin petróleo se estaban levantando en aquel país miserable.

Y así el bolívar de plata poco a poco cambió al venezolano, que pasó, de ser el ser humano recio que acompañó a los independentistas hasta la lejana Bolivia, a convertirnos en unos sifrinos blandos, muchas veces sinvergüenzas, ladrones unos cuantos —como esos de Pdvsa— y consumistas prácticamente todos.

Esa es una realidad que no es necesario comprobar porque para ello basta ver viejas fotos de antes de 1930 para entender lo que éramos, cuando las carreteras eran de tierra y los pocos camiones que circulaban sobre ellas andaban cargados de petates hasta más allá de lo usual… porque ese también es un signo de pobreza.

Para luego escuchar la llorona de quienes a estas alturas no entienden siquiera el empobrecedor alcance de las ilegales sanciones que el gigante norteamericano nos impone a rajatabla.

Y aquí me permito aterrizar para recordar que más allá de las sandeces y lugares comunes que algunos economistas politiqueros recomiendan "para volver a ser grandes" —como si alguna vez, salvo cuando los ejércitos venezolanos echaron a los españoles, hubiésemos sido "grandes"—, ninguna receta económica o econométrica podrá resultar si no hay cambios en la actitud del hombre y la mujer venezolanos.

Para ayudar a ese fin se impone otro tipo de prédicas distintas a las que desde los medios vienen imponiendo, para convertir a ese ser blando, consumista y llorón en un fascista dispuesto a, en medio de una pataleta, vender lo que nos queda de patria.

Desde la muerte del dictador Juan Vicente Gómez prácticamente hasta la fecha, el discurso politiquero nos llama a ser recios frente a las dificultades, a ahorrar en vez de gastar lo poco que sobra… en rumbitas… Paradójicamente ese con discurso mediocre y sin mucho liderazgo pretenden "hacer grande a Venezuela".

Lo que es una proposición seria pero imposible de alcanzar con una moneda devaluada… con una población cuyos líderes son incapaces de "arroparse hasta donde llegue la cobija" porque los tiempos son malos, para solaz de quienes desde "el asiento de atrás" manejan la economía, y la banca que cobra porcentajes por cada importación de objetos y cachivaches, que bien podemos hacer aquí.

¿Ustedes qué piensan?

Domingo Alberto Rangel

 

 


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