De comae a comae | El poder del conocimiento sobre nuestras cuerpas
Para los ojos de la ciencia somos simples objetos de estudio
12/04/23.- ¿Alguna vez te has preguntado en qué momento nuestras cuerpas dejaron de pertenecernos hasta el punto de desconocer los mensajes que a diario nos manifiestan? ¿Te has cuestionado por qué los conocimientos considerados válidos sobre el cuidado de la vida son solo aquellos legitimados por las ciencias?
El mundo del pensamiento occidental-moderno, basándose en la teoría evolutiva de la humanidad, ha sostenido la creencia en la existencia de una capacidad instintiva propia de nuestros ancestros y ancestras, la cual permitió predecir de manera no racional los peligros que les acechaban. Esta forma de inteligencia primigenia fue responsable de garantizar su supervivencia, lo que posibilitó bajo esta óptica nuestra vida en el planeta.
Para muchos científicos defensores del evolucionismo este saber le permitió al Homo sapiens en una fase primaria adaptarse al medio ambiente. Sin embargo, más adelante, gracias a la complejización del pensamiento humano, la relación de subordinación ante la naturaleza logró "superarse" a tal punto que el hombre logró su domesticación a fuerza de intelecto con la meta futura de controlarla hasta hacer que le obedeciera.
Este enfoque cientificista heredero del colonialismo con sus postulados ha justificado históricamente la dominación política, económica, cultural y metafísica de los pueblos, trayendo como consecuencia, en palabras de Juan Bautista, su vaciado de contenido bajo un proceso sistemático de despojo y desvinculación de sus saberes: pueblos campesinos que ya no saben sembrar sin el uso de agrotóxicos, mujeres que desconocen cómo parir o amamantar a sus hijes, pueblos indígenas desprovistos de su lengua y conocimientos milenarios.
Para quienes crecimos en un medio urbano en el cual no requerimos saberes complejos de subsistencia, cuestionarnos el delegar el cuidado de nuestra salud a profesionales de la medicina y disciplinas afines es cosa rara. Hemos normalizado confiar nuestras vidas y las de nuestros seres querides a personas que consideramos especialistas, profesionales, por ello seguimos recetas e instrucciones al pie de la letra, esperando así mejoras inmediatas a nivel físico, anímico y hasta mental.
Pero ¿qué sucede cuando dudamos de algunos procedimientos, tratamientos y recomendaciones, debido a que esa inteligencia intuitiva-primitiva nos grita estar atentes y tener precaución ante lo que no sabemos verbalizar, pero que sabemos no es correcto? ¿Por qué silenciamos esa voz que nos advierte que deben existir otras formas? ¿Por qué sentimos miedo de preguntar? ¿Por qué nos da terror increpar, debatir o simplemente exigir nuestro derecho de estar informades?
Ante el poder del conocimiento científico nos hallamos en total indefensión porque, como a la Iglesia, a este dogma no se le cuestiona. Hacerlo acarrea consecuencias que devienen en castigo, maltrato y vulneración de derechos. Para los ojos de la ciencia somos simples objetos de estudio, por ello se nos ignora, se habla de nosotres como casos y muchas veces, incluso más de las deseadas, se decide sin consultarnos.
Esta forma de gestionar la salud ha permeado diversos ámbitos de la vida, en donde los cuerpos gestantes y sus hijes aún no nacides son les más afectades. En el mundo de la medicina lo conocemos bajo el nombre de violencia obstétrica. Ocurre en hospitales públicos, clínicas privadas, incluso hasta en centros que ofertan partos humanizados y amorosos, donde se justifica la aplicación de protocolos como maniobras para inducir el parto, la medicalización, entre otros.
Entender que estamos ante una problemática compleja que ha desplazado el centro de la vida a un lugar meramente instrumental nos hace ver la necesidad urgente de repensar la manera de abordar una realidad que acarrea consigo altas tasas de muertes maternas, fetales, afectaciones irreversibles a la salud reproductiva, bloqueo o dificultad para retomar el ejercicio de la sexualidad, daños psicológicos y motores como paraplejias, entre otros.
Es así como salvarse de la violencia obstétrica pasa por descentralizar el poder del conocimiento, por colectivizar los saberes, comunalizarlos y legitimar en todos los espacios posibles la diversidad de prácticas y alternativas que pueden funcionar para asegurar la vida; pasa por organizarse y contar con una comunidad que acompañe solidaria y conscientemente durante la gestación y el alumbramiento a las gestantes; pasa por un cambio de paradigmas en el cual nos opongamos a entender en principio la salud como un negocio.
Ketsy Medina