Arte de leer | Buenas, malas, feas y sabrosas palabras de Caracas

Aguana Martínez, escritor documental, se faja a construir la literatura de la calle

18/04/23.- Los conglomerados urbanos tienen su propio lenguaje. Más allá de que se hable un idioma como el español o castellano, cada sitio, región o localidad desarrolla identidad de acuerdo a su propia realidad.

En el caso de la metrópolis capital de Venezuela, se han desarrollado jergas solo reconocibles por sus propios habitantes:

Catia, laguna de babel.

"Con los pies pa'lante". Crónica de un velorio en Catia

Un muerto es un muerto, dondequiera que esté y en cualquier época, pero lo que lo hace distinto es el contexto ritual en el que se realiza la ceremonia de despedida. La muerte pone en evidencia los más profundos sentimientos de la gente: el amor, la lealtad, la tristeza, la compasión, la solidaridad y hasta el odio. La ritualidad expresa la manera de pensar y vivir de una comunidad en un momento, su pensamiento mágico religioso y su relación con los misterios que envuelven el mundo ignoto del más allá, cuyas reglas no escritas también rigen en el mundo de los vivos: sus hierofanías.

"Con los pies pa’lante" es, además de una indicación ritual, una amenaza directa comparable a otras más o menos elegantes e irónicas, pero más expresivas y sonoras como, por ejemplo, las que comienzan con la frase: "Te voy a dejá pegao", u otras como: "abollao" o "abolliao", "en el sitio", "tieso", "frío", "en el piso", o "con el mosquero en la boca". Están también las que comienzan con: "Te voy a...": "... a mandá pa’l otro mundo", "... a tomá chocolate", además de otras como "Busca tu muerte natural" y "¡Ujuuum! Hueles a formol".

Cuando los catienses vivíamos en la oscurana y envueltos en la gélida neblina que bajaba ruidosa y murmuradora al final de la tarde de los cerros adyacentes, y que los locales llamaban "la bruja", la muerte de cualquier vecino se convertía en un acontecimiento que alteraba la normalidad de la rutina rural y bucólica de entonces.

El alumbrado público seguía siendo deficiente aun después de cambiar del gas a la electricidad; apenas en el año 1930 se invitaba por la prensa a estrenar las nuevas luces de la avenida España en la, aún en construcción, Nueva Caracas. Por eso no desaparecía la figura del sereno anunciando el pasar de las horas. Las tinieblas envolvían, entonces, el deceso en un aura de misterio y lo convertían en una advertencia para no andar por esos caminos solitarios, sobresaltados por los repentinos aullidos de los perros y la delación de las pisadas en las hojas secas, y menos en las cercanías de la casa del difunto, a la que se le colocaba una cinta negra para anunciar a los vecinos el suceso. Todos los viandantes se persignaban en señal de respeto, así les fuera desconocido el fallecido. Las creencias religiosas en la dualidad del ser en cuerpo y alma y, además, los costos funerarios hacían de obligatorio cumplimiento el velorio en la casa del difunto, a quien había que ayudar para que emprendiera su definitivo vuelo hacia la ultratumba. Por eso se realizaban los rezos durante día y medio, lo que se completaba con nueve días más, como una forma de asegurarse de que el alma del fallecido no se quedara murmurando por los rincones de la casa o apagando velas y luces repentinamente o batiendo puertas y ventanas.

Y es que la lengua tiene la capacidad de retratar los momentos vividos, reflejo de toda una época y reseña particular de una historia. De todo eso se trata el libro del periodista y cronista Francisco Aguana Martínez.

Hablamos de una jugosa compilación de sus notas publicadas en el diario Ciudad CCS, denominada
Buenas, malas, feas y sabrosas palabras de Caracas, antología editada en el sello editorial Librería Digital, perteneciente al medio homónimo ya mencionado.

Aguana recorre su amada barriada a través de anédoctas llenas de humor y picardía lingüística. No solo es un narrador de sucesos donde el acontecimiento y la gente son protagonistas. Este escritor documental se faja a construir la literatura de la calle.

Como polígrafo de lo cotidiano, Francisco hace remembranza de lugares y situaciones de antaño y a la vez su mano y pincel de letras adquiere dimensión de máquina del tiempo:

Clocló y Cocú eran "par de dos", par de raticas, uña y sucio —unas mentecitas, pues— a quienes cabe la deshonra de estar dentro de los pioneros (1953) del jibaritismo parroquial. El dueto expedía "la merca" en la voluminosa cantidad de bares que habían en Catia, y también en los cines, provocando en los cinéfilos consumidores reacciones que emulaban a los populares héroes de las películas: Superman, Batman, Tarzán, Dick Tracy, etcétera. Y, si no, a los luchadores: Santo, Blue Demond, Huracán Ramírez y otros. "El Hombre Invisible" era muy popular pero inimitable; igual Flash Gordon, pero lo evadían porque todo lo hacía muy rápido y algunas mujeres insatisfechas acusaban a los hombres: "¡Nojooda, chico: te pareces al Flaj Gordon ese!".

Dicen que recordar es vivir y que el recuerdo es el inventario de lo vivido. Buenas, malas, feas y sabrosas palabras de Caracas es la conmemoración de las fuerzas animadas entre pavimento y paredes, la actividad citadina de los tiempos transversalizados entre lo actual, lo pasado y lo que viene.

 

Ricardo Romero Romero

@ItacaNaufrago

artedeleer@yahoo.com

 

Francisco Aguana Martínez

Es uno de los cronistas que participó en la compilación de Antonio Trujillo, Crónicas comunales, publicada en 2018 por el Fondo Editorial de la Fundación para la Cultura y las Artes de la Alcaldía de Caracas (Fundarte). Es un profesor jubilado que ha ejercido la docencia tanto en ambientes formales como en los no convencionales, comenzando desde primer grado hasta pasar por la universidad. Su amplia experiencia se formó trabajando con niños de la calle y en comunidades organizadas. También ha llevado su conocimiento a cárceles y otros espacios no formales. Es licenciado en Educación, egresado del Centro de Experimentación para el Aprendizaje Permanente de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez (Cepap-UNESR). Participó en el doctorado de Arte y Cultura Latinoamericana y del Caribe en el Instituto Pedagógico de Caracas. Estudió teatro en la ciudad de Valencia y en Caracas, en el Instituto de Formación del Arte Dramático (IFAD), con Juan Carlos Gené, Rocío Rovira, Hercilia López, Carlos Jiménez, Enrique Porte y Rodolfo Santana. Además, estudió la licenciatura en Teatro hasta el cuarto año, en la Escuela Nacional de Arte Teatral de México. Asimismo, ha incursionado en las artes visuales ofreciendo talleres de fotografía y cine con niños y adolescentes, al igual que cursos de grabado en los talleres de la UNESR-Caricuao, y cursos de televisión en TV Caricuao.

Aguana Martínez, F. (2022). Buenas, malas, feas y sabrosas palabras de Caracas. Edición digital. Librería Digital Ciudad CCS, pp. 99.

Descárgalo gratis en: https://ciudadccs.info/gestor//archivos/pdf/impreso_221111093739.pdf

 


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