Letra veguera | A los anaranjados y con amour a Capriles

19/04/23.- Un viejo amigo de mi padre me cuenta que en Corea (del Norte) las penas impuestas a los delitos por corrupción no son "peritas en almíbar". Allí, como medida chiquita, los meten en una celda de uno por dos metros cuadrados y sin calefacción, los sacan todos los días a trabajar en agricultura a campo abierto, recolectando papas, o en minas de carbón u otras faenas, indistintamente en verano o en invierno.

El antiguo compañero de celda de mi papá en Puerto Ayacucho —donde estuvieron confinados por ser comunistas y luchar contra la dictadura de Pérez Jiménez—, ya viejo y algo cegato, detesta cada una de las letras de la canción de Piero, pero la escucha cada vez que cumple años y sus hijos la cantan alrededor de una torta sin azúcar y un refrigerio natural a base de tamarindo y linaza para aliviar su estreñimiento crónico.

Hablé con él por teléfono hace poco para desearle un buen día en sus noventa y cuatro abriles y me dijo, con su humor de siempre: "Escribe eso, chico, deja de reseñar pendejadas", y, al igual que mi padre, quien una vez le envió un recado a Hugo Chávez conmigo, aconsejándole que no inventara tantas vainas y decretara la abolición de la propiedad privada, el cierre de los medios de comunicación y estableciera la dictadura del proletariado y samseacabó, me dijo: "Dile a Maduro que les ponga trabajo en las calles, limpien las plazas, los parques, los zoológicos y coman pasta con arroz y tomen agua tibia al mediodía. Así bajarán de peso".

Al viejo camarada le han contado que a los detenidos por la corrupción petrolera —así la califica él— los han vestido de color naranja, "pero tú sabes que yo no veo bien y no distingo los colores".

Me recordó que a mi padre y a él, y a todos los presos políticos de aquella época, los torturaban de acuerdo a un horario establecido. No olvidó relatarme el episodio de uno de los peores castigos, que consistía en permanecer de pie y descalzos sobre un rin de caucho Firestone una hora aproximadamente, todos en fila india y con prohibición de voltear la cara hacia los lados.

Yo le relaté un episodio de Ernesto Sábato sobre un pianista en un campo de concentración nazi que se quejó de hambre y le hicieron comer una rata. "¡Pero viva!", le dije.

—Coño, esos alemanes se pasaban —agregó con sorna—, no les costaba nada sofreírla con unos ajitos… —me dijo, muerto de risa.

A un viejo y casi inválido como él, con la memoria agrietada, llena de lagunas y extravíos, y comunista en extinción, se le convierten los recuerdos en una suerte de retazos de plastilina, que se estiran sin forma y sin tiempo en las concavidades de la existencia, y la memoria se antoja en discurrir sin saber cómo.

En una de esas, mi querido viejo, no el de la "tristeza larga" de Piero, no, sino el de la firme y aún vigorosa lucidez, me advierte como un relámpago sobre la existencia de la jauría que representan Henrique Capriles Radonski, Leopoldo López y María Corina Machado.

A Capriles hay que vestirlo de anaranjado por fascista, me dice. Yo le respondo que ese sujeto desearía borrar el pasado y camuflar el porvenir, que abril de 2002 desapareciera del abecedario de la memoria colectiva y se evaporara su maroma fascista e invasiva a la Embajada de Cuba, que prosiguió a la turba que asaltó la sede diplomática y amenazó a sus representantes con suprimir la energía eléctrica y el servicio de agua, gritándoles que "iban a tener que comer cables y alfombras" porque ya Chávez había caído.

De ocurrir ese horror de "corte" de la historia y la ruta de vida de Capriles, este sería feliz de que una nueva película lo presentara con la pata sacada del barro en el pasadizo de las llamadas primarias, en las que el Conde del Guácharo le salió adelante con una agenda con el FMI, con el banco tal y otras payasadas.

 

Federico Ruiz Tirado


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