Micromentarios | En el interior de una burka
25/04/23.- Hace algún tiempo leí un libro que hablaba sobre la vida cotidiana en el Afganistán del primer gobierno de los talibanes. Su título: El librero de Kabul.
Habla de un afgano culto que vende libros y, sin embargo, se comporta como un tiranuelo en casa, obligando a las mujeres de su familia a vivir según las tradiciones más machistas y retrógradas de su sociedad. Lo peor es que este hombre adversa a los talibanes, pero con las mujeres de su entorno se comporta igual que estos.
La autora del libro es la periodista y escritora noruega Åsne Seierstad, quien convivió con la familia del librero durante algunos meses, para construir este reportaje novelado.
Por esta lectura me enteré de cuán fanáticos fueron y son los talibanes, al punto de que impusieron en las escuelas textos como los que menciona Seierstad:
Lo que publicaron los gobiernos muyahidines y talibanes es inservible. Los niños aprendieron el alfabeto de la siguiente manera: "Y como en yihad, nuestro objetivo en este mundo; I como en Israel, nuestro enemigo; K como en Kaláshnikov, ganaremos; M como en muyahidín, nuestros héroes...".
Más adelante añadió:
Los niños varones –porque los talibanes no hacían libros para las niñas– no aprendieron a contar con manzanas y pasteles, sino con balas y Kaláshnikov. Los ejercicios eran así: "El pequeño Omar tiene un Kaláshnikov con tres cargadores. En cada cargador hay veinte balas. Gasta dos tercios de las balas matando a sesenta infieles. ¿Cuántos infieles mata por bala?".
Otro atentado talibán contra los niños consistía y consiste en la confiscación y destrucción de los juguetes y los medios de entretenimiento. De nuevo cito a Åsne Seierstad:
Muñecas y peluches fueron prohibidos por ser representaciones de seres vivos y cuando la policía religiosa hacía redadas en las casas de la gente —rompiéndoles los televisores y los radiocasetes—, solía confiscar también los juguetes de los niños si los encontraban. Delante de los críos petrificados arrancaban los brazos y las cabezas de los muñecos y los hacían trizas.
En dicho libro hallé la respuesta a una incógnita que tuve por años: ¿qué siente una mujer obligada a salir a la calle con una burka?
He aquí un pequeño pasaje que nos da idea de ello. Las pakoras que se mencionan en él son un plato originario de la India, consistente en enrollados de pollo o verduras fritas envueltas en harina de garbanzo:
Las fragancias del azafrán, el ajo, los pimientos secos y las pakoras recién asadas penetran por la tela gruesa y se mezclan con el olor a sudor, a aliento y a jabón. Esa tela de nailon es tan densa que se puede oler el propio aliento.
Las mujeres con burka son como caballos con anteojeras: solo pueden mirar en una dirección. A la altura del rabillo del ojo, la rejilla deja paso a una tela gruesa que impide mirar de lado. Se hace menester girar toda la cabeza.
Armando José Sequera