Punto y seguimos | El primer libro, un ticket al universo

Que no se pierda la costumbre de regalar libros a los niños

25/04/23.- En 1989 yo era una niña y tenía un pediatra, el doctor Cecilio Acosta, que atendía en un edificio con vidrios rotos y amplias escaleras, ubicado en la avenida Sucre de Catia. No recuerdo mucho del lugar, solo que me parecía enorme y que podía jugar afuera mientras esperaba mi turno con el doc. La secretaria se llamaba Smirna y aunque en mi memoria no hay registro claro de ella, lo cierto es que hizo algo muy importante por mí: me regaló mi primer libro para niños "grandes", un ejemplar de El principito de Antoine de Saint-Exupéry, de Alianza Emecé.

El libro —una vigésima tercera edición de 1984— era de bolsillo y estaba bastante dañado, con el lomo y las tapas remendadas con tirro del marrón y con manchas por dentro, como si se hubiera mojado alguna vez. Creo que le pidió disculpas a mi mamá por el estado del regalo, pero a mí nunca me importó. Ella se había dado cuenta de que, en las largas esperas por las consultas, yo pasaba el tiempo con los libros infantiles y coloreando, así que decidió darme uno. El libro incluso tenía una dedicatoria para mí.

Durante la infancia leí esa historia cientos de veces. Me la sabía de memoria. Subí por años al techo de la casa buscando el asteroide B-612 y los planetas pequeños que había visitado el príncipe en su periplo e incluso llegué a considerar convertirme en astrónoma (sueño truncado por los profesores de Física del bachillerato, unos tipos horribles, amantes de las cifras, valga decir). También creía que los científicos europeos debían usar trajes típicos turcos alguna vez para pedir disculpas al astrónomo aquel; le profesaba una terrible inquina a la malcriada de la rosa y me preocupaba por el destino de Léon Werth, quien, como explicaba Saint-Exupéry en su dedicatoria, vivía en Francia, donde tenía "hambre y frío".

Después de aquello, quería todos los cuentos. Leía todo lo que me pasara por las manos y terminé leyendo clásicos y libros de adultos desde muy joven, gracias a la surtida biblioteca de la casa de mi abuela materna. Le agradezco a ella, a mi madre, a mi tía y a la tía-vecina que alentaron una pasión que en casa, por mucha suerte, ya era costumbre. Crecí rodeada de libros y he pasado la vida amándolos y disfrutándolos.

En el momento que escribo esto es 23 de abril y se celebra el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, y quería aprovechar la ocasión para agradecer a Smirna por ese regalo que aún conservo y que sigo considerando en el top 3 de los mejores que haya recibido nunca. Esa edición rota y arrugada de El principito es una de mis posesiones más preciadas, el sujeto 0 de mi propia biblioteca y la marca de inicio de un viaje interminable. No fui astrónoma, pero soy lectora, y vaya que eso me ha permitido ver el universo.

 

Mariel Carrillo García


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