Araña feminista | Masacres culturales y biológicas contra los cuerpos

01/05/2023.- En abril, mes en el que alzamos nuestras voces contra las transnacionales de la moda, es pertinente reflexionar sobre las muchas formas en que las imposiciones estéticas han torturado, con especial ahínco, los cuerpos de las mujeres y niñas a lo largo de la historia. Corsés asfixiantes, calurosos trapos, calzado no anatómico, tinturas tóxicas, deformación y mutilación de nuestros cuerpos en nombre de cánones de belleza son solo unos pocos ejemplos.

El problema no es el acicalamiento en sí mismo. Los ornamentos sobre los cuerpos han existido en todas las culturas. Portar vestimenta cómoda y verse con agrado son necesidades humanas. El problema se constituye a partir de las imposiciones hegemónicas del mercado.

La gran mayoría de las costumbres en la cosmovisión de los pueblos originarios, desde el trenzado del cabello, hasta las fibras que se utilizan para la confección de las prendas, tienen un sentido, tanto utilitario como simbólico y sagrado. Pero el sistema patriarcal y sus hijos —colonización, neocolonización, capitalismo e imperialismo— han transformado este modo sacramental de relacionarnos con la naturaleza y con nuestros cuerpos. El desarraigo de las poblaciones esclavizadas, marginadas, desplazadas por las múltiples guerras convencionales y no convencionales nos convierte en una sociedad indefensa ante hábitos foráneos impuestos por dichos procesos perversos.

En Nuestramérica las masacres culturales de la conquista arrasaron con las costumbres estéticas de la mayoría de nuestros pueblos. Costumbres que están siendo recuperadas hoy por mujeres negras, indígenas, mestizas, valientes, y de modo creativo, cual hilanderas zurciendo una manta raída.

En este barrido incesante que va en contra de todos los tipos de diversidad: —cultural, sexual, biológica—, casi se ha extinguido uno de los rubros agrícolas más importantes que puede poseer un pueblo para la satisfacción de la necesidad fundamental del vestido: el algodón. Producto de ello, en Venezuela nuestros cuerpos han sido obligados a padecer enfermedades derivadas de las vestimentas sintéticas que impiden a la piel respirar sanamente. La planta cuyo nombre científico es Gossypium, endémica en variedades silvestres al suroriente del país y en la Cordillera Andina, fue domesticada por hacendados para su procesamiento a gran escala desde el siglo XVII. Para la segunda mitad del XIX y principios del XX la actividad algodonera crecía en los Valles de Aragua y las cercanías de Caracas. Pero la economía monoproductora petrolera acabó con este valioso patrimonio biológico-cultural. Una vez más las prioridades de las trasnacionales nos arrebatan la posibilidad de la vida en salud, siendo hoy día el algodón un lujo de importación para el pueblo venezolano.

Del algodón solo nos queda un mínimo rastro oculto entre la neblina de los páramos y el Pie de Monte Andino, donde las abuelas hilanderas conservan especies y oficio, con tan delgada visibilidad y valoración como las finas hebras que hilvanan.

 

Penélope Toro


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