Punto y seguimos | Los reyes no han muerto

Un relato de supervivencia de la monarquía

09/05/2023.- Una coronación. Año 2023 del siglo XXI y el mundo fue testigo de la pomposa coronación de un rey y una reina, en una ceremonia que evidencia, como pocas cosas en la actualidad, la mezcla más paradójica de progreso y retrogradación. Resulta interesante, sociológicamente hablando, presenciar algo así. Para una sociedad como la venezolana, que considera la república como una conquista y un valor, observar la fascinación que muchas personas de países republicanos muestran por la monarquía, y en particular por la británica, genera una suerte de desagradable asombro, a pesar de lo que pueda verse en redes, donde miles de personas dedicaron tiempo de su vida a admirar a un minúsculo grupo de gente que les consideraría inferiores.

El acto del sábado 6 de mayo, al que tantos alabaron por la preservación (de una parte) de la historia, va mucho más allá de una inocente apreciación de la tradición de un país, porque no es cualquier país y no es cualquier monarquía. La coronación del rey Carlos III de Inglaterra es, simbólica y efectivamente, la prueba de que la aprobación de la sociedad de la desigualdad y la injusticia que tan bien representan las monarquías imperiales, nunca desapareció. A pesar de su evidente decadencia —si se compara con el poder que llegaron a tener en el pasado—, si hay algo que queda claro es que encontraron no solo el modo de sobrevivir, sino el de progresar y adaptarse, manteniendo (a la par de sus privilegios) el interés, la admiración y la curiosidad de millones de personas, que parecen muy dispuestas a obviar o minimizar el legado mundial de sangre y expolio del Reino Unido.

Sin considerar casos como los casi cinco siglos de la República romana (509-27 a. C.) o los breves años no monárquicos en la Inglaterra de Oliver Cromwell (1649-1660), podría decirse, grosso modo, que los modelos republicanos o mixtos, como modelos dominantes, tienen poco más de dos siglos de historia. Así que quizás no deba extrañar la fuerza que aún tiene en el inconsciente colectivo de la sociedad humana el modelo monárquico/imperial que estuvo presente durante milenios en todas partes de la tierra. Esa narrativa de los cuentos de hadas, donde la aspiración de todos es la de convertirse en parte de ese selecto club de élite elegido por Dios y el destino para gobernar, continúa existiendo, a veces en lo profundo y otras bien a la vista.

Las monarquías modernas han sabido explotar ese imaginario a conveniencia, imponiéndolo en la cultura popular, mientras ellas mismas se convirtieron en empresas y corporaciones, los verdaderos "imperios" de la sociedad de mercado, pero cubiertas, a diferencia de otras, bajo ese manto de tradición, misticismo y fe que la sustenta moral, espiritual y culturalmente ante las masas.

Así las cosas, la coronación de los nuevos reyes de Inglaterra con todos sus símbolos: sus cetros, sus tronos, su abadía, sus capas de armiño, sus reverencias, sus juramentos, sus carrozas, sus coronas cubiertas de oro y miles de piedras preciosas robadas de otras naciones fueron expuestos sin ningún pudor, en una fiesta millonaria pagada con dinero público. Miles de personas aplaudían bajo la lluvia londinense y otras más suspiraban alrededor del globo durante la transmisión en vivo, mientras la policía vigilaba a los pocos antimonárquicos que se atrevieron (¡oh, rebeldes!) a sacar tuits y cartelitos.

Más allá del coloniaje mental que se sufre todavía por estos lares, uno no deja de sentir un fresquito ni de agradecer a esos hombres y mujeres extraordinarios que en estas tierras nuestras se atrevieron a construir algo distinto y que, sobre todo, nos dejaron en herencia el tesoro de la libertad. La libertad de espíritu de quien sabe que no es súbdito de nadie.

 

Mariel Carrillo García


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