12/052023.- Elaborar un nuevo directorio telefónico (porque el antiguo está colmado de números caducos) involucra un ritual casi filosófico.

Esa sencilla y aparente banalidad utilitaria nos plantea un conjunto de circunstancias humanas que no sin desgarramientos, logramos superar. Lo primero que constatamos en el añejo directorio, es la presencia de una larga lista de “amigos y conocidos”, cuya pista se nos oculta en los túneles de la memoria: apellidos vacíos, nombres de factibles parejas que tal vez quisimos conquistar, direcciones ministeriales, talleres mecánicos especialistas en carros hundidos en nuestro pretérito, datos de alguna policía para el eventual caso de un problema cotidiano.

Lo segundo, más grave aún, es comprobar que la mayoría de los reales amigos de antaño han perdido tal condición. De la A a la Z vamos evocando a cada personaje y su pequeña historia: “Anzola se quedó con mi colección de películas famosas y nunca me volvió a llamar; Bruzual se quedó con mi novia y ahora la llama a ella; Iturbe está preso por unas inversiones secretas; Ramirito, el camarada, se transformó en acérrimo socialcristiano; García se lanzó como candidato presidencial; Suárez es millonario y mayamero; de Valdés no hay ningún rastro”.

La extensa lista se achica hasta quedar reducida a un puñado de nombres propios, muchos de los cuales también tendremos que tachar en el futuro cuando elaboremos otra personal guía de teléfonos o Whatsapp. Y algunos de estos azares amistosos nos hacen recordar aquel poema pesimista: “Amistad, funesto nombre/ con que la maldad el hombre/ procura siempre ocultar”.

Así, la otrora agenda de guarismos –abultada y generosa– cede paso al diminutivo de una modesta listica, y su escaso universo nos echa en cara la laberíntica soledad en que nos movemos. Por ello, no es indispensable escribir ningún diario personal con el recuento pormenorizado de sucesos y acontecimientos, pues basta tener ante los ojos el cuaderno o pantalla de números para rememorar las instancias de pretérito.

Además, ese doloroso proceso de evocar nombres y situaciones, que por fortuna no ocurre sino 4 o 5 veces durante la vida, otorga el cuadro acerca de nuestra propia evolución (quizás involución) existencial: cada vez estamos más agrietados y padecemos de los riñones, de la vista o de cualquier síntoma de preocupante senectud. ¡Ni modo!

El mencionado archivo constituye, también, el vínculo más directo con los otros animales sociales. En cuántas oportunidades escuchamos: “Me robaron el maletín, la cédula, las tarjetas de débito, la licencia de manejar y el certificado médico, pero lo que más lamento es que se hayan llevado mi celular con la lista de teléfonos…”. Y en verdad se siente uno tan abandonado como Robinson sin Viernes o como el Conde de Montecristo cuando estaba preso en el Castillo de If.

Si usted, amable lector, se encuentra en el trance de renovar estos datos de comunicación con el entorno, no se desespere. Reserve una tarde pacífica, aderécela con varios rones añejos más boleros antiguos como música de fondo, y dispóngase a escurrir algunas lágrimas por los amigos perdidos.

Addendum: Por coincidencia, cuando revisaba esta crónica que pretendía ser de lectura liviana, murió Rómulo Henríquez, fraternal camarada de sendas, patrias y esperanzas; y entonces evocamos en su memoria, los hondos poemas de Vallejo. Rómulo, o Romulito en el diminutivo de los amigos, se consagró desde muy joven a la lucha política en el grupo de cofundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y luego a la docencia universitaria en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV, sin olvidar el ámbito acuciante de nuestros problemas nacionales.

Nunca sucumbió a halagos ni prebendas, mantuvo siempre la firmeza ideológica de los orígenes, jamás se le escuchó denigrar del oponente, y una sonrisa de humores benignos lo acompañaba por el mundo. Desde aquí, vaya hasta él y su familia nuestro tributo y la inmensidad del afecto.

Igor Delgado Senior