Punto y seguimos | Privado se murió

Entre un celular con internet, la tierra y el cielo, no hay nada oculto

16/05/2023.- Me pegó el viejazo. Veo las tendencias en redes sociales y me horrorizo, escucho la música nueva y la encuentro vulgar, critico a la gente que va por la vida con un celular en la mano pendiente de transmitir o postear cualquier cosa (estúpida o interesante) que haga y me preocupa lo poco que las personas valoran la privacidad. Estoy a un pasito de decir que todo tiempo pasado fue mejor, pero me contengo y hago el esfuerzo de ponerme a pensar en los miles de posibilidades que ofrece la Postmodernidad y a concentrarme en las muchas mejoras que podemos alcanzar como sociedad. No es fácil, pero se hace el esfuerzo, pues tampoco tengo el deseo ni la voluntad de convertirme en una doña conservadora y retrógrada.

Recientemente estuvo circulando en redes un video grabado por una testigo de un asesinato-suicidio ocurrido en un centro comercial de Bogotá. Si bien no se observa el hecho directamente porque la persona baja el celular, asustada por los disparos del hombre armado, lo cierto es que se nota la cercanía y se alcanzan a ver los cuerpos. El video se hizo tendencia y ante este tipo de filmaciones, ahora tan comunes, una no deja de preguntarse: ¿en qué momento la sociedad cambió sus instintos? ¿Cómo es que ahora en estas historias siempre hay alguien que saca el celular y filma? ¿Se graban discusiones, altercados, crímenes, situaciones embarazosas y raras con el fin de hacer algún bien a la sociedad o con la intención de hacerse viral? ¿Cuándo se nos potenció tanto el chisme?

En nuestros días, la privacidad muere de varias formas: 1) "voluntariamente", a manos de aquellos que se autopromocionan en casi cualquier situación con el fin explícito de exponerse al ojo público, bien sea maquinado como forma de obtener dinero, bien como manera de afirmación y reconocimiento social; 2) "accidentalmente", cuando, sin saberlo, alguien es grabado y publicado por un tercero en situaciones que muy posiblemente no elegirían ofrecer a ojos de extraños, y 3) "mañosamente", cuando entregamos datos e información personal en internet sin darnos cuenta, o aceptando opacos contratos de cesión de data privada porque no hacerlo obstaculiza, por ejemplo, la navegación en ciertas páginas o el uso de algunas plataformas y aplicaciones.

Estamos fritos. No son solo las corporaciones, sino el otro, el vecino, el que te pasa por al lado; cualquiera con un teléfono celular está más que dispuesto a grabar a quien sea, en cuanto considere que la situación lo amerite. ¿Discusión de pareja, con la autoridad, con un vendedor? Peligro. ¿Sacarse un moco cuando cree que nadie lo ve? Siempre hay alguien mirando. ¿Tropezarse y caerse? No falta quien casualmente esté filmando en ese momento. ¿Sentado leyendo en un parque? Quizá a alguien que andaba cerca le pareció una linda imagen y la capturó. ¿Decir algo "inapropiado" o hasta "gracioso" en una conversación de WhatsApp? No le extrañe que le hagan captura de pantalla y lo difundan. No hay nadie a salvo. Hemos cedido nuestro derecho a la privacidad.

Con seguridad, esta vigilancia extrema disfrazada de libertad puede tener aplicaciones positivas, como ayudar en la resolución de crímenes o quizá a prevenirlos, pero en gran número de casos viene con una alta probabilidad de escarnio público y la violación de algo tan fundamental como el derecho a permanecer en el anonimato. No todos quieren ser virales, pero sí que tienen la posibilidad de serlo.

 

Mariel Carrillo García


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