Tinte polisémico | Activos financieros versus reales

La razón para adquirir cualquiera de estos activos se basa en los retornos de efectivo

En el ámbito de las finanzas se habla de los activos financieros y de los activos reales como categorías que aluden a conceptos distintos. Abordemos algunas de sus características, las diferencias y relaciones entre estas dos modalidades de activos, y contribuyamos de esta forma en nuestro conocimiento económico, administrativo y financiero.  

Los activos reales corresponden a todos aquellos bienes de naturaleza corpórea, dotados de tangibilidad, y que resultan imprescindibles para que las organizaciones de cualquier tipo puedan desplegar su accionar operativo, productivo, social, gubernamental, etc. Por ello, las entidades públicas o privadas necesitan contar con edificaciones, instalaciones, maquinarias, equipos, terrenos, plantas, materias primas, insumos, inventarios y cualquier otro bien material, los cuales se destinan al logro de sus misiones como entes.

Ahora bien, los activos financieros, en algunas modalidades, se documentan como títulos valores o certificados; en otros casos, a través de registros digitales; en ello consiste su materialidad. Su definición se concreta en instrumentos normalmente de inversión o financiamiento según sea el caso para cada una de las partes involucradas, es decir, quien invierte o adquiere y quien recibe la inversión en calidad de préstamo. Para ejemplificar, las acciones de capital, los bonos de deuda, certificados de depósitos, entre otros constituyen activos financieros.

La razón para adquirir cualquiera de estos activos se basa en los retornos de efectivo (rendimiento) que pueden producir como instrumentos de inversión. En cuanto a la motivación del receptor, le representa una fuente de financiamiento, es decir, un empréstito, razón por la cual asume retribuir o pagar un costo financiero.

Así, los recursos que se invierten para la adquisición de los activos financieros estructuran las fuentes de financiamiento; y quienes los reciben, los aplican en la adquisición de los activos reales necesarios para cualquier organización.  

Entre las características que reúnen los activos financieros, se enumeran: la liquidez, la rentabilidad y el riesgo.

La cualidad de liquidabilidad se traduce en la posibilidad de convertir un activo financiero en efectivo, al poder transarlo, venderlo, sea en el mercado monetario (bancario) o de capitales (bolsa de valores), según sea el caso.

La rentabilidad se traduce en el rendimiento que genera el activo en particular, es el caso de la tasa de interés que pague un bono o el dividendo que genere una acción de capital, por citar los casos típicos por excelencia, de los activos financieros más comúnmente conocidos.

Entre tantas clasificaciones, se categorizan los activos financieros en instrumentos de renta fija, como los bonos, y de renta variable, a las acciones. En el caso de los bonos, que también se denominan obligaciones (pues constituyen un pasivo para quien los emite y un activo para quien los adquiere como inversión), el rendimiento lo determina la tasa fija de interés convenida. Sin embargo, pueden emitirse bonos con tasas de interés variable.

Las acciones, al constituir alícuotas del capital de una corporación, se consideran activos de renta variable, en primer lugar, porque su rendimiento no está garantizado, y en caso de haberlo, se origina por las utilidades que genera la empresa por sus operaciones, en virtud de lo cual se retribuye a sus propietarios o tenedores bajo la modalidad de dividendos.

El riesgo para los bonos se expresa en las posibilidades de que, al vencimiento, el emisor no pueda reintegrar el capital o pagar los intereses; y para las acciones, que no se generen las utilidades necesarias que posibiliten el reparto de dividendos a sus tenedores.

Algunos entes gubernamentales están facultados en nuestra legislación para emitir obligaciones, bonos públicos u otros instrumentos, para atender el gasto y la inversión, así como las empresas estatales pueden permitir la participación accionaria. Las finanzas públicas hacen uso también de los activos financieros.

Los mercados domésticos y foráneos se convierten en los escenarios y mecanismos para administrar los riesgos, obtener liquidez y jugar a la especulación en la administración de los activos financieros.

Cuando se adquieren instrumentos como bonos y acciones, diseñados para invertir y financiar proyectos de largo plazo, y de esta forma canalizar el ahorro social hacia las necesidades colectivas y de emprendimientos con sustentabilidad, podemos demostrar cómo se desvirtúa el mercado, a pesar de las regulaciones institucionales, por la lógica del metabolismo del sistema capitalista.

Inversionistas individuales o institucionales (bancos, fondos, aseguradoras, etc.) pueden adquirir bonos y acciones en calidad de inversiones temporales (corto plazo), y al liquidar (vender) sus posiciones en estos títulos por un valor superior al de adquisición, se dice que obtienen una ganancia de capital o pérdida en el caso contrario.

Las transacciones de compraventa, que involucran las operaciones con los activos financieros, como parte de la actividad económica, no son consideradas o contabilizadas en la determinación del producto interno bruto de un país, porque no aportan a la producción real. 

No ha funcionado la democratización de la inversión para los pequeños ahorristas, basada en la eficiencia del mercado, con base en la simetría de la información, fijación del precio por la libre confluencia de la oferta y la demanda. A pesar de la legislación y la introducción de novedosos y complejos instrumentos (como los derivados), han configurado entornos de incertidumbre, cuyas manifestaciones a través de la historia tienen como protagonistas las ya conocidas crisis financieras, el verdadero rostro de la maximización del beneficio como fin último.           

Héctor E. Aponte Díaz


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