Vitrina de nimiedades | Agobio

20/05/2023.- Hay días –pueden ser semanas incluso– en las que uno simplemente no quiere tratar con el mundo. Toca hacerlo por simples pero potentes razones: las cuentas por pagar, la existencia de otros seres en casa con lo que tampoco queremos lidiar y el deseo de mantener en su límite la cuota de problemas. Si no fuera por estos detallitos, uno simplemente estaría en un lugar bien alejado, y no precisamente en algún destino exótico. Pero, ni modo: toca agarrar calle tratando de disimular el agobio, que siempre termina colonizando nuestro rostro.

Salir al encuentro con el mundo se vuelve un conflicto interno: provoca pararse en el andén del Metro de Plaza Venezuela, conocido por sus incesantes ríos de gente, y gritar con todas las fuerzas disponibles: “¡Hoy no soporto a nadie! ¡Vayan toditos a ________” (inserte la palabra que le nazca desde lo más profundo y envilecido de su ser). Por fortuna, la conciencia siempre viene al rescate: uno imagina su propia imagen rodando en cuentas de TikTok siendo la sensación viral del momento. ¿Tanta rabia para terminar siendo un pobre meme? ¿Se nació para hacer el ridículo de manera exponencial? Mira, mejor no.

Esos destellos tímidos de lucidez en nada calman ese conflicto interno. Por dentro, va ese malestar hirviendo como la caldera de una siderúrgica activa las 24 horas, 7 días a la semana. Va el cuestionamiento, ese malestar incomprensible para el resto de la humanidad, esa recriminación personal por ser mucho, por ser poco, por ser nada; la sensación de no “estar a la altura” de situaciones que, sobrevenidas o de compromiso, antes causaban emoción.

Nada, se sigue el camino con todo esto a punto de ebullición. Mientras tanto, se pelea con el propio rostro: no debe notarse esta implosión personal. ¡Tremenda tarea! Es como pedirle al clima mantenerse igual, aunque la tormenta esté llegando. Algunos lo logran con una cara de póquer que no es de este mundo, definitivamente. Otros, menos afortunados, nos delatamos con algún gesto, una palabra fuera de contexto o una acción que al resto puede parecer una estupidez.

En ese punto, pueden pasar dos cosas: la primera, ser objeto de una especie de “disimulo colectivo”. Los demás saben qué pasa, pueden intuir por qué, pero prefieren el silencio por razones diversas que no detallaremos acá. La segunda es más explosiva: ser precisados por un familiar, un compañero de trabajo o un desconocido, que finalmente desatan la emoción reprimida. Una pregunta, un gesto, una reacción: por ahí comienza ese episodio que tanto se quiso evitar y, finalmente, está ocurriendo.

Lo demás, es conocido por experiencia: una pelea, un reclamo, una respuesta cortante, un silencio incómodo y una estela de malestar. Los otros, simplemente, no entienden qué pasó y empiezan a elucubrar: “De verdad, la gente se vuelve loca y no avisa”... “Pero, chico, es que no hay necesidad”... “¡Qué problema la gente insatisfecha!”... “Tienes problemas en otro lado y lo pagan aquí”. Uno, en cambio, no sabe si sentirse liberado o avergonzado. Así funciona: unas veces, somos quienes vemos la explosión del otro; otras, somos los protagonistas. La empatía, a veces, aparece por ahí. Así se vive el agobio.

Rosa E. Pellegrino 

 

 

 

 

 

 


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