Derreflexión | La angustia ante la caducidad de la vida

La muerte es una ineludible realidad que nos sitúa frente a lo finito de la vida

Hay quienes pretenden huir del dolor o de las situaciones de la vida que implican sufrimientos. Bien lo decía Friedrich Nietzsche en uno de sus aforismos: “No hay razón para buscar el sufrimiento, pero si este llega y trata de meterse en tu vida, no temas; míralo a la cara y con la frente levantada”. Y es precisamente porque, aunque mucho se intente, no es posible escapar toda la vida de las situaciones dolorosas, sobre todo aquellas que están relacionadas con un hecho que es real, pero que poco aceptamos: la caducidad de la vida.

La muerte forma parte del proceso vital de la existencia, tal como nacer, pero es una cruda realidad que nos habla de la caducidad, el término o cese de nuestro pasar por la Tierra. Frankl decía que: “Viviendo como vivimos en presencia de la muerte, como el límite infranqueable de nuestro futuro y la inexorable limitación de nuestras posibilidades, nos vemos obligados a aprovechar el limitado tiempo de vida del que disponemos y a no dejar pasar en balde, desperdiciándolo, las ocasiones que solo le brindan una sola vez y cuya suma “finita” compone la vida”.

El conocimiento de la pérdida, tal como indica Elisabeth Lukas (2011), nos lleva a la comprensión de que algo valioso ha existido en nuestra vida. Este es un entendimiento que nos puede brindar un poco de consuelo y hacer que aquellos recuerdos de correspondencias afectivas concedan significado al duelo que se vive. Para Lukas, “el duelo por una persona a la que hemos querido y perdido hace que, de algún modo, perviva. El objeto de nuestro amor o de nuestro duelo que perdemos objetivamente en el tiempo empírico se conserva subjetivamente en el tiempo interior: el duelo lo hace presente”.

Esta idea coincide con la de Cantillo (2014a, p.39) para quien: “los sufrimientos del ser humano son múltiples y de diversa intensidad. Quizá los más conocidos y extremadamente difíciles de afrontar son los provenientes de la finitud y caducidad de nuestro cuerpo”. Ciertamente, la angustia que se produce ante la muerte del otro es porque esta delata la condición de finitud de quien observa y le recuerda, una vez más, que su vida también tienen una fecha de caducidad.

La muerte del otro siempre será una especie de “pared” contra la que un individuo chocará cuando esta se presente. Algunas veces, quizá, el sujeto no sienta tanto dolor por la partida del otro, sino por confrontarse a sí mismo ante sus propios límites, ya que desde la Antigüedad el ser humano ha tenido un sentido hacia la inmortalidad y de ello hay muchos registros, uno de los más hermosos es el célebre poema de Gilgamesh, un rey que al ver a su amigo muerto -Enkidu- siendo este todavía un joven, le despierta una desesperación que le lleva hasta los confines del mundo para encontrar la inmortalidad a la cual aspira. Sin embargo, regresa a su reino con las manos vacías luego de haber atravesado diversas dificultades.

¿Qué recuerda el poema de Gilgamesh? Que la vida es finita, que, si acaso existe la inmortalidad, esta está preservada para los dioses y el ser humano solo debe conformarse con ser un ente finito, así que no importa cuántos muros haya construido o cuántos puedan ser sus honores y glorias porque, al final, solo le espera su muerte. Resignado, Gilgamesh piensa en su fama: “Si caigo, habré conquistado la fama”. De modo que, este rey piensa en su legado.

Asimismo, el ser humano puede encontrar sentido a su existencia, incluso si se ha sentido como “arrojado al mundo” –como planteaban los existencialistas-, porque, por medio de su capacidad espiritual, puede trascender. El hombre puede tomar decisiones, aun cuando estas le generen angustia, ya que, de acuerdo con Pérez y García (2020): “La angustia surge porque nunca tendremos la certeza de que lo que hemos elegido es la mejor opción, siempre quedará la duda”, puesto que decidir, también implica dejar morir múltiples opciones de lo que “pudo haber sido y no fue”.

Sin embargo, esta capacidad de tomar decisiones y de trascender, por medio de un sentido que se le encuentre a la vida, le concede al hombre cierto “poder” en este mundo, al menos respecto a su existencia y, tal como señala, Viktor Frankl (1997a, p. 35): “no existe ninguna situación en la vida que carezca de auténtico sentido”. Es tarea prioritaria del logoterapeuta ofrecer un acompañamiento al doliente que le permita ver más allá de la realidad que cree observar y logre trascender, llegando a superar la angustia ante la caducidad de la vida.

Isbelia Farías

 

Bibliografía:

-Cantillo, I. (2014). Apropiación del sufrimiento y búsqueda de sentido. Fundación Universitaria Los Libertadores. Bogotá. Colombia. pp. 36-49.

-Frank, V (1997). Ante el vacío existencial. Herder. Barcelona. España.

-García, M y Pérez, S. (2020, 6 de mayo). “Abriendo las puertas a una nueva realidad: visión desde la Logoterapia. [Webinar] Diplomado en Logoterapia y Análisis Existencial y Sentido de Vida. Centro Venezolano de Logoterapia Viktor Frankl.

-Lukas, E. (2011). En la tristeza pervive el amor.  Ed. Paidós.

 


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