Vitrina de nimiedades | Ilusión influencer

Los círculos de acción de estas figuras no son tan extensos como se cree

Bailar reguetón, viajar, llevar la vida fitness que pocos se pueden financiar o ser amante de los videojuegos: son variados los oficios para optar al título de influencer. Usted y yo podríamos serlo, sin mucho adorno y con el ingenio suficiente para domar las redes sociales y obtener miles de “Me gusta” con una rapidez inusual, siempre que logremos una fiel legión de seguidores. Con ellos, se supone que el mundo de los “líderes de opinión” ya no es un terreno vedado. Pero, como todo en la vida, la desilusión viral está a la vuelta de la esquina.

Motivos hay para ver con más sensatez la idea de ser influenciador. De entrada, vale advertir que el concepto no es nuevo. Hoy se asume como un término del marketing digital para definir a figuras que, por su constante presencia y el enganche de sus mensajes, pueden incidir en las decisiones de compra de un grupo específico de personas. De eso ya sabíamos gracias a muchas campañas publicitarias con actores, actrices, cantantes y afines. Ahora, la diferencia es que cualquier persona que tenga un público cautivo en una red social puede vender un producto sin problema.

Pero, ese es el objetivo del marketing y la publicidad. El asunto se sale de control cuando asumimos a los influencers como algo más que una referencia comercial. En muchos casos, se terminan promoviendo como un modelo a seguir, convertidos en seres inalcanzables, infalibles, ultrapoderosos, que pueden ser el remedio para cualquier conflicto público. Semejante mirada se convierte en una trampa para un mundo donde el diálogo diverso pierde más espacio, donde no muchos son tan influyentes como se pensaba.

Esta semana, por ejemplo, la noticia sobre la presunta vinculación de una empresaria con la muerte de un joven en Zulia, una pelea de exnovios y la fama inusitada de una mujer por aparecer bailando en las publicaciones de un cantante ocuparon tendencias en redes por varias razones, una de ellas es que los involucrados son influencers. ¿Lo más sorprendente? Los comentarios de incredulidad: unos cuantos usuarios admitieron no saber de quiénes se trataba.

No son los únicos episodios de este tipo. Hay muchos más de los que nuestro recuerdo tuitero nos permite recordar, pero casi todos conducen a una realidad un tanto incómoda: los círculos de acción de estas figuras no son tan extensos como se cree. Es lógico en una sociedad que apuesta a “democratizar” la participación en el espacio público y, al mismo tiempo, crea las condiciones para un “no-diálogo”, donde uno elige qué y a quién escuchar.

Sin embargo, hoy más que nunca nos sentimos capaces de influir. Creemos que sí nos ven, sí nos toman en cuenta, sí somos capaces de cambiar el curso de muchas situaciones. Pero la realidad, acostumbrada a las acechanzas, procura darnos lecciones en los momentos más desafortunados, como aquellos en los que pensamos que un grupo de influencers puede imponer una idea sin asidero en la realidad. No solo de ilusión influencer se vive en las redes sociales.

Rosa E. Pellegrino


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