Letra veguera | De la soltería ideológica
31/05/2023.- Existe una prolífica e histórica tradición relatora del compromiso del intelectual, cuyos matices y cauces entrelazan discursos y prácticas que, a veces, parecieran banalizar la voluntad de quienes aspiran a tocar fondo y no saludar la bandera, promoviendo un debate planetario sobre si tiene el mismo calibre ético aportar soluciones al pernicioso cambio climático sin un gesto acusatorio al capitalismo, o si al intelectual le basta y le sobra con exhibirse desde un espacio solo declarativo a favor de las novedades políticas que muestran los pueblos, más allá de las identificaciones que el escritor Manuel Rivas le atribuye a la derecha estúpida con una izquierda tonta, en franca y lúdica reacción al tono celebratorio de Vargas Llosa sobre el reeditado Manual del perfecto idiota latinoamericano.
Se puede deambular toda la vida con este dilema a cuesta sin sentirse infeliz, escribir libretos de telenovelas y citar a Brecht (con viáticos para conocer en Suecia las motivaciones profundas del poema de la Condesa y el Guardabosque), mientras las legiones de la OTAN destruyen la vida en Libia o en Gaza el fascismo y el terrorismo se apropian de su dimensión humana y territorial.
Desde la intelectualidad derechista mundial se predican justificaciones que son rebotadas con cinismo y desparpajo por quienes —desde un toldo mediático de "centro", acicalado de cierto carmín de izquierda "progre", de "libertad intelectual", como es el caso de ciertos oficiosos de la derecha criolla que, desarmados como están— tasaron su oficio de rociar con sus plumas tarifadas su porción de odio contra Chávez, la originalidad y vigor de su liderazgo y la —por ellos— "incomprendida" Revolución Bolivariana.
Estos rasgos también se encuentran en estado de libertad cuando están situados en la base del pensamiento que pondera las perversas formas que adopta el fascismo, sea aquel de centro izquierda, del progresismo de "derecha" o conservador de las tradiciones apegadas a, por ejemplo, la casi desconocida "doctrina Thourburgh", macerada por el Partido Republicano de los EE .UU. y la CIA, entre las décadas de los ochenta y noventa.
Ejemplos sobran, si a ver vamos, de ese paquete perfumado que guarda la rusofobia y la exaltación a Zelensky o la solicitud de la Corte Internacional para "capturar" a Putin por aire, tierra o mar.
Desde España hasta estos lares venezolanos nos presentan esta medicina intelectuales tarifados, periodistas otrora partidarios de la Comuna de París o de la índole de estos cronistas de El Nacional que, desde el "exilio", les parece cojonudo para la democracia que Capriles ande suelto, que María Corina Machado se cuele entre campesinos o gente asoleada, sin apostillar el signo de clase que representan, su vocación fascista, su idolatría al capital y al "desarrollo" y a la intervención gringa como bálsamo para ungir a la "dictadura", practicando tiros al blanco, magnicidios, saqueos de riquezas naturales o de activos monetarios.
Miguel Ferrari, autor de Con los ojos del sur (1991) lo señala certeramente: "Esta doctrina de ilegalidad internacional le confiere a los Estados Unidos el privilegio y la autoridad exclusiva de eliminar líderes de otras naciones, al tiempo que se propician o auxilian golpes de Estado en esos países".
Valgan estas líneas para recordar al gran Norman Mailer: "En EE. UU. mucha gente estaría feliz si pudiera encerrar a la mitad de la gente en las cárceles. Necesitamos un cambio humano, encontrar al individuo atrapado en la maraña ajena y fría".
A muchos solteros de ideología les debe espantar esta sentencia del autor de Por qué estamos en guerra o una de las proclamas de un tal Truman Capote.
Federico Ruiz Tirado