Letra fría | El "continuará" pica y se extiende

02/06/2023.- Mamá decía que yo comenzaba una vaina y terminaba en otra. En realidad, solo iba a decir que por fin se le acabó la guachafita a Tomás Musset diciéndome: "Humberto, a ti sí te ha costado llegar a los setenta…", y el lunes 22 de mayo llegué por fin.

También quería decir que el numerito ese es como al comienzo de la cuenta regresiva. A partir de ahí, se comenzaron a morir los amigos. Todos vamos para allá, lo bueno es que no sabemos cuándo. Entretanto, sigamos tanteando los recuerdos, porque debo confesarles que ya esto es otra serie, escaleta tal vez, o ayudamemoria de un libro que estoy escribiendo, ¡y con este setentazo creo que lo voy a terminar por fin! No en vano, algunos escritores famosos, después de muertos se hicieron por entregas en magazines y estoy convencido de que eso ya me ocurre a mí: ¡mucha fama y cero billete! Ja, ja, ja.

Rebobinemos entonces, porque de los sesenta quedaron unos pendientes. Luego de la fuga del liceo militar Jáuregui, mi querido padre decidió que me quedaba en su casa familiar de la avenida Rafael María Baralt. Ya estudiando en el Gonzaga, ayudaba a tía Laura a repartir sus arreglos florales, a cambio de llevarme al colegio en su Mustang del año (¡y yo me daba esa bomba!). Pero del colegio me iba a una residencia estudiantil frente a la iglesia San José, en la avenida 5 de Julio, que conocía muy bien porque fui de la Legión de María y del grupo Palestra, pero lo que nunca supieron mis familiares fue que después de mis devotas andanzas, me iba al frente, a la residencia de mi primo Gilberto Miquilena, que era un nido de ñángaras.

Allí, gracias a Gilberto, entendí que la literatura era otra vaina, y accedí a unos versos sobre Lorenzo y Pepita que escribía mi hermano ido y querido Blas Perozo Naveda. Después llegó Miquito, hermano de Gilberto, y seguimos la parranda en el bar de lo que había sido el cine Paraíso.

Los ochenta fueron buenísimos también. Pero, rebobinando, hubo olvidos e imprecisiones de los setenta. La omisión principal fue el Frente Cultural de Letras que fundamos en 1975 en la UCV, con Néstor Francia y Nelson Dávila, hermosos días esos, sobre todo la parte nocturna que continuaba en La Bajada, aquel legendario bar de Sabana Grande.

El otro, mi querido Barquisimeto, donde conocí a dos de los mejores amigos de mi vida, Tito Núñez y Álvaro Montero, amistad que empezó cuando, montando el Aquiles Nazoa, en 1977 prácticamente me mudé para allá; luego, en 1978, organizando un encuentro indigenista en Paraguaipoa —ya yo era pana de Ramón Paz Ipuana e iba a fungir como fabulador para mi trabajo de grado—, papá andaba intenso con mi graduación e insistía con la tesis —y yo que no creía en esa vaina—, hasta que me dio mil bolívares, me compré un chivo, una caja de Old Parr, una caja de cassettes BASF y me quedé un mes en La Guajira.

 

Humberto Márquez


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