Palabra rota│La sobrescritura o el arte de lo muy bien dicho

06/06/2023.- Creo que fue José Balza quien alguna vez propuso que nos refiriéramos al abundamiento verbal típico de la literatura barroca como un texto que está sobrescrito. Se me ocurre que la idea de la sobrescritura entre nosotros excede con facilidad el ámbito de lo literario y lo artístico para meterse de lleno en la vida cotidiana. De hecho, somos un país sobrescrito y sobrehablado. Lo de sobrehablado es verificable con solo encender el televisor o, especialmente, la radio y encontrarse con el discurso verborreico de cualquiera de nuestros locutores, como si se empeñaran en ganarle en desafuero verbal al Chunior, el famoso personaje de Emilio Lovera.

Como el bebedor para quien la cerveza nunca está suficientemente fría, para el sobrehablado ningún vocablo parece expresar su pensamiento, si es que lo tiene, y ninguna oración es conclusiva. Además, el sobrehablado siente horror de la expresión común y hurga sin cesar en el saco del idioma buscando lo que le parece más culto, refinado, excepcional. Camino seguro al disparate.

Una directora de liceo decía, para quejarse de la inclinación al chisme de uno de sus profesores, que aquel andaba claudicando a los cuatro vientos esto y aquello.

Un aviso en la caja registradora de una ferretería exhortaba a sus clientes que a partir de la fecha tal el negocio cerraría más temprano.

La sobrescritura, tomada en este sentido, multiplica lo sobrehablado. El que escribe tiene más tiempo para encontrar el disparate. Siente, además, que no hay escritura si no se distancia, a grandes trancos, de lo hablado. Para quien sobrescribe, en nada cuenta el mandamiento de Horacio Quiroga según el cual, si se quiere decir "desde el río soplaba un viento frío, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarlo".

El resultado son esos textos que muchas veces asustan a los desprevenidos haciéndoles creer que el asunto es de tal profundidad conceptual que no alcanzan a comprenderlo. No me arriesgo mucho si digo que más de uno ha ganado fama de intelectual denso y riguroso gracias a que no sabe escribir. Lo que no habla muy bien de los lectores, por supuesto.

La excusa de lo sobrescrito suele ser el arte. Hay que ser creativo, y las más de las veces la creatividad se resuelve en rebuscamiento y en complejidad gratuita. ¿Acaso no dijo Carpentier que este es un continente barroco? Seamos, pues, barrocos, y así terminamos echándole esa vaina a Góngora, a sor Juana Inés y, de paso, al propio Carpentier.

 

Cósimo Mandrillo


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