Punto de quiebre | Agarraron mancito al "Mayeya" en Bogotá

En La Vega tenía fama de guapetón y se la pasaba armado con un fusil y dos pistolas

07/06/2023.- Apenas sonaron los primeros disparos, el hombre agarró una maleta, metió varios puñados de billetes, algunas prendas y salió esmachetado sin decir para dónde. Antes de irse, hizo un hueco en el patio de su casa y allí escondió su fusil, dos pistolas y un puñado de prendas de oro. Cuando lo vieron salir, muchos pensaban que iba a combatir, a ayudar a sus compañeros en apuros. Desde ese día nunca más se supo de él en el barrio, aunque algunos de sus familiares sí le habían hablado por teléfono.

Semanas antes de que sonaran aquellos primeros disparos, aquel hombre, que resultó llamarse Yofren Javier Guédez Bullones, aunque todos lo conocían como "Mayeya", se la pasaba en el barrio el Carmen de La Vega y por Las Amapolas pavoneándose para arriba y para abajo con su fusil y sus dos pistolas al cinto. Tenía cara de muchacho bueno, y él lo sabía, por eso cada vez que veía a alguno de los vecinos, arrugaba el rostro y comenzaba a manipular cualquiera de las armas que llevaba encima. Era su forma predilecta de infundir temor entre los habitantes y, de esta manera, creía él, ganarse el respeto.

Nunca andaba solo. Se le pasaba, casi que las veinticuatro horas del día, con Luneiker, Yorki, Johendri, Jenson, Yender y Yumar, quienes también exhibían fusiles de alta potencia, sus pistolas y hasta granadas. Dicen en el barrio que, cuando les pegaba la luna, se ponían a echar tiros en pleno centro de la calle y luego comenzaban a reír, como enloquecidos. Decenas de balas subían en dirección al caparazón azulado y luego, cuando perdían fuerza, descendían prácticamente que con la misma velocidad. Vaya usted a saber lo que encontraron a su paso al llegar abajo.

Los tiroteos con la policía eran interdiarios, y una vez finalizado el parampampán, bajaban con el pecho henchido, haciendo alardes de su valentía y coraje para enfrentarse a la ley. Incluso, en una ocasión la policía se les metió con todo hasta la parte más alta del cerro, donde les destruyeron sus guaridas, sus trincheras y puntos de observación. Esa vez, los que se pavoneaban eran los efectivos militares y policiales de los cuerpos especiales, quienes incluso se tomaron fotos que subieron a las redes. Lo extraño es que ni el Mayeya ni ninguno de sus cómplices apareció por allí sino hasta el día siguiente. En el barrio se dijo que lo del operativo había sido un parapeto negociado y que los criminales sabían que vendrían y les dejaron el camino libre. En honor a la verdad, en ese ataque no sonó ni un solo disparo.

Lo cierto que es el día aquel cuando sonaron los primeros disparos, que no eran en La Vega, sino en la Cota 905 —con cuyos criminales, dirigidos por el Koki, tenían una relación de "hermandad"—, ninguno de La Vega acudió en auxilio de sus compañeros, por lo menos para guardar las apariencias. Esa vez, a los del Koki los arrinconaron, los hicieron correr a más no poder, les echaron plomo del bueno, hasta con lanzagranadas. Hubo bombas aturdidoras. La plomamentazón duró varios días. Llegada la noche, la policía nunca se fue, sino que aparecieron más y más uniformados. Esta vez, la decisión había sido tomada. La cosa iba en serio. Fueron muchos los miembros de la banda que cayeron abatidos, otras decenas terminaron hechos prisioneros y hubo alguno, como el Koki y El Garbys, que entendieron que todo estaba perdido y optaron por huir también, dejando a sus compañeros a merced de las fuerzas policiales y militares.

Desde entonces, nunca más se supo del Mayeya ni de los otros miembros de su banda, hasta que el pasado 11 de mayo la policía colombiana anunció su captura, en medio de un operativo policial, en la localidad de Ciudad Bolívar, en Bogotá, Colombia, junto a otros dos hombres conocidos como Riri y Harrinson.

Resulta que el hombre se había enrolado en una organización criminal, supuestamente controlada por el Tren de Aragua, una banda criminal que operaba en el centro del país, sobre todo desde el interior de la cárcel de Tocorón, en el estado Aragua, y allá comenzó a hacer lo mismito que aquí, es decir, cometer asesinatos, secuestros, extorsiones y a vender droga.

La policía lo buscaba afanosamente tras comprobar su participación en varios crímenes. Particularmente, le atribuirían haber estado en una masacre ocurrida en septiembre del 2022 en la que les quitaron la vida a cuatro personas, desmembraron sus cuerpos y los dejaron abandonados dentro de un auto en Suba y en Engativá.

Cuando les dieron la voz de alto, no lo pensaron dos veces y se entregaron, pese a que estaban armados.

La tía Felipa, que de él sabía bastante porque vivió varios años en La Vega, señaló que

ese carajito toda su vida ha sido un culillúo. Ese no era capaz ni siquiera de caerse a golpes con alguien de tú a tú. Ese era guapetón solo cuando andaba con sus fusiles y granadas y cuando estaba rodeado de todos sus compinches. En la Cota lo odian, porque saben que los traicionó.

 

Wilmer Poleo Zerpa


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