Letra veguera | El eco de Capriles

07/06/2023.- Luego de que "los ojitos" de Chávez se erigieron desde las paredes como una categoría taxativa de la afectividad popular, que alude a su indiscutible dimensión como líder y constructor de la Revolución Bolivariana, sufrieron una extraña y súbita desaparición. De pronto, fueron borrados de ciertos ámbitos, sobre todo urbanos, pero quedaron igual en las retinas populares, en los vientos surcados del firmamento, mirándonos, dialogantes, interpelativos, como en un juego de espejos onírico, que me hacían recordar aquel episodio vivido entre José Arcadio Buendía y Prudencio Aguilar; nada ni nadie, más allá de su carga simbólica, agregó especulación alguna.

Chávez sigue entre nosotros, por desgracia para sus fantasmagóricos y atroces enemigos que lo odiaron e izaron sus miserias escatológicas contra él.

Cuenta un fiscal de tránsito apostado en una pollera de la autopista Francisco Fajardo que una vez Capriles iba en compañía de unos chamos y, al llegar a un semáforo, la señorita que iba conduciendo el vehículo atropelló un perro de la calle, dio vueltas de un canal a otro, causó pánico en un grupo de jugadores de cinco y seis, le dio por detrás a un camión de cervezas de Lorenzo, se espelucó y, en medio del caos, no le dio tiempo para apersogar a Capriles cuando este se vino en vómito, mareado y jipato del susto. Tuvieron que darle oxígeno boca a boca mientras lo trasladaban a una clínica privada para revivirlo.

Los médicos que lo atendieron, preocupados y entre sutiles sonrisas, no entendían por qué los ojos del líder se desorbitaban como en un exorcismo medieval, más que los de Leopoldo López, al tiempo que responsabilizaba a Hugo Chávez del accidente que de vaina no causó la muerte de la comitiva.

Capriles fue sedado unas horas hasta que despertó y pudo comprender, entre las brumas, que Chávez no se había ido, y en lo más recóndito de su masa encefálica le martilló aquella (su) frase, dirigida a las "hordas" chavistas, de que "a Chávez nadie se los va a devolver".

Desde que fueron fijados como emblemáticos sujetos históricos e íconos en la campaña electoral del 2012, cuando ya el líder estaba visiblemente enfermo del cáncer que le causó la muerte y pese a ello derrotó al candidato de "la arrechera" que causó la muerte de muchos venezolanos y la destrucción del Centro de Alta Tecnología cubano en Chuao, los ojitos de Chávez ya estaban vigilando la ruta de este individuo número uno, o dos, o tres, de la academia fascista que otrora se cobijó en las siglas de Tradición, Familia y Propiedad, tan aplaudida por la inefable Marietta Santana y los jerarcas del Grupo Roraima, Marcel Granier, Doña Vaina de Majo, Don Sutanejo y uno que otro perencejo de la cofradía eclasiástica, sindical y empresarial, unidos por el santísimo sacramento que llevaban en el pecho Peña Esclusa, Alfredo Peña, Monseñor Porras, el Matacuras, el suavezón durón de Roland Carreño y entre sus tetas Carla Angola que, en un tiempo, hacían de prendas en la escritura, y El Perro, conocido como El Duque.

Otros de expresiones fascistas en Venezuela, que se volvieron sudoríparos por aquel millón de votos que los enardeció, y que siempre acompañaron a Capriles Radonski y por contagio a ciertos sectores opositores patológicos a la personalidad de Hugo Chávez, después de los años, les temieron a esos ojos que aún permanecen en las regiones más insospechadas de la Venezuela del tiempo presente.

Es cierto que hay lugares donde la inclemencia del sol o del agua o la indolencia y burocracia de instituciones concebidas por el mismo Chávez los ha desteñido o les ha deformado el resplandor de lo que Jacques Lacan calificó como "la mirada natural". Pero ahí están, en los barrios, en la memoria prehistórica, entre los mismos paisanos, artesanos, artistas, gente que lo tuvo cerca y escuchó esa voz suya tan serenamente discreta, tan espiritual y diáfana para la confesión cercana, ansiosa de un compatriota sufriente de un infortunio que logró traducir con palabras y también con la mirada "psicológica". Seres que han cultivado el arte de la mixtificación de esos ojos con otros símbolos o formas de adopción del ideario chavista, como un modo de vivir con sensatez y de rechazar en silencio las asechanzas del mal, cualquiera sea el estado en que se presente.

Por eso a Capriles o a María Corina no les va como quisieran entre la gente que, con los ojos de Chávez, ya no los mira con disimulo y es hasta capaz de darles lo suyo sin que nadie la detenga.

 

Federico Ruiz Tirado


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