Estoy almado | El ruido contra la paz

Cuando las fiestas, hasta la madrugada y entre semana, desafían el descanso 

11/06/2023.- Aquel estruendo, que incluía música a decibeles insoportables y repentinos gritos de personas en estado de euforia, terminó alrededor de las 3:00 a. m. de un jueves. La fiesta había comenzado a las 9:00 p. m. del día anterior. En todo ese tiempo los vecinos de la zona no pudieron dormir. Para ellos fue una tortura: cuentan que el ruido ensordecedor de las cornetas era tan alto, que se escuchaba como si las tuvieran al lado de la cama. Al día siguiente, muchos de los afectados (clase trabajadora en su mayoría) comentaban que solo descansaron dos horas y media; específicamente, desde las 3:00 a. m. hasta las 5:30 a. m.

La mayoría tenía que madrugar para asistir puntualmente a sus centros de trabajo y llevar a sus hijos pequeños al colegio. Pese a lo ocurrido, comenzaban el día con tesón y esperanza, como si nada hubiese pasado. Solo el fuerte cansancio les recordaba, a veces, que un día de trabajo puede ser más pesado de lo normal a causa de otros que desafían impunemente la convivencia y el respeto en la comunidad.

Esas situaciones ocurren con frecuencia en esta ciudad, sin aparente solución, salvo el desahogo de mentarles la madre, desde la ventana del apartamento, a los fiesteros causantes del tormentoso escándalo. Hay quienes sueltan maledicencias en la mañana cuando se dan cuenta de que amaneció y no pudieron descansar lo necesario. Es ahí cuando sobreviene un estado que converge entre la rabia y la "normalización" de los pesares cotidianos.

Por su parte, los fiesteros se mofan del llamado de la comunidad a evitar el rumbismo desbocado. En otras noches (y entre semana), siguen alterando el derecho al descanso de la mayoría; continúan desvelando a toda la comunidad trabajadora sabiendo que nada pasará. De hecho, al otro día de la rumba, los fiesteros duermen sin temor a consecuencias, mientras que todo un colectivo afronta el siguiente día con el agotamiento que supone un trasnocho involuntario.

Una vecina, con los estragos de sufrir varios desvelos, le preguntó a un líder comunitario qué se podía hacer en esos casos. ¿Cómo poner límites a un grupo de malvivientes que irrespetan en la noche el derecho al descanso de la mayoría?

El encargado le contestó que debía interponer la denuncia en plena madrugada, con el hecho en flagrancia, en la policía comunal de la zona. Si se hace después, no procede. Es como si no hubiera existido.

Además, es imperativo formular la denuncia señalando nombres y apellidos de los ruidosos, y hasta el apartamento o casa donde hicieron el escándalo con la fiesta. Si es posible, hasta presentar un video. Esto es lo único que la institucionalidad le ofrece a una vecina atormentada por ruidos que no la dejan dormir; ni a ella ni a toda una comunidad.

Alguien comentó que el Concejo Municipal de la ciudad aprobó una nueva ordenanza de convivencia ciudadana, cuyo artículo 31 se refiere a la contaminación sónica. La sanción, a quien produzca evidente afectación, es el pago de más de cincuenta dólares a la tasa oficial, un monto que dividido entre todos los ruidosos que participen en un jolgorio quedaría en una multa irrisoria. Eso, si quieren pagarla, porque, si no quieren, pueden resolver la penitencia con el cumplimiento de un solo trabajo comunitario en la zona. Sería como el castigo a quien no llevó a la fiesta el hielo o los pasapalos que le pidieron.

Por su parte, el artículo 25, referente a conductas que afectan la paz, indica que las autoridades pueden retener o desactivar temporalmente la fuente de la contaminación sónica. Algo así como llevarse decomisadas las cornetas hasta nuevo aviso.

Así las cosas, con tantas limitaciones y vericuetos normativos (que son totalmente desconocidos por el común), seguramente el problema de los ruidosos no se solventará institucionalmente como se espera, porque en la práctica los procedimientos para solventar la contaminación sónica son tan blandengues como burocráticos. Están lejos, al menos el de la contaminación sónica, de ser un servicio público para hacer cumplir los límites de respeto y paz de la convivencia ciudadana. Quizás el ruido siga ganándole a la paz. Por ahora.

 

Manuel Palma

mpalmacabello@gmail.com

@mpalmac


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