Letra veguera | Las pasantías de Roger Capella

14/06/2023.- Hace unos días me di a la tarea de releer una suerte de antología de relatos (aún inéditos) de mi entrañable amigo Roger Capella.

Son narraciones que trazan su ruta de médico durante el ejercicio de sus pasantías en Canoabo y Nirgua. Los conservo desde hace unos veinte años. Están escritos del mismo modo como habla Roger de esa experiencia y del origen de su nacimiento en París, cuando sus padres huían del manicomio fascista español.

Son relatos escritos en voz baja, con las pausas que le otorga ese don de la memoria, haciendo un retrato con las palabras, oxigenándolas, entrecortándolas con la sonrisa y el embuste táctico que enmascara la más inescrutable posología de los medicamentos que utilizaba para salvar, o, si fuera el caso, otorgar un pasaporte hacia el otro mundo a uno que otro de sus pacientes.

Hablamos sobre la publicación de esos textos y, la verdad sea dicha, le prometí, primero, editarlos, para que los gazapos, que no deslucen en nada su esencia, se conserven como el Espíritu Santo; y, luego, buscar la forma de hacerlos libro para el gozo de este país lector.

Pero me dijo:

En estos tiempos tan complicados, como dice la Internacional Anarquista, "vientos muy fuertes agitan los aires, nubes oscuras nos impiden ver" esa espiral creciente y perversa del neofascismo que recorre el mundo. Es más oportuno recordar cómo fue sacudido el planeta en los años treinta y cuarenta.

"Pero un antídoto contra el fascismo, en nuestro caso, sería leer esos relatos", le dije sin sutileza alguna.

Y me atajó refiriéndose a aquel 18 de julio de 1936, cuando una sublevación fascista, iniciada en Madrid y encabezada por Francisco Franco, liquidó, después de tres años de lucha del pueblo republicano, a la II República Española. Y agregó: "Entonces retorna la monarquía con una diabólica dictadura fascista (o falangista), la cual se prolongó por más de cuarenta años y la calificaron como años de paz".

"Un resumido balance de esa guerra arroja un millón de muertos, un millón de presos y un millón de exiliados", le comenté.

"Conocer este episodio de la historia española es fundamental para cualquier ciudadano/a pensante —me dice Roger—. Nadie, con un pelín de sensatez, de conocerlo, quisiera vivirlo". Por supuesto que incluyó a los opositores venezolanos, a los que no están disociados o envenenados irreversiblemente por la dictadura virtual de numerosos medios de comunicación.

Recordó que el día 13 de julio del 36 del siglo pasado asesinan en Madrid al diputado José Calvo Sotelo, quien era un derechista o fascista.

Me dijo que a los fascistas no les tiembla el pulso para sacrificar a uno de sus filas si con ello logran su objetivo. "En Venezuela, no me atrevo a imaginarme a quién escogerían de sus figuras para sacrificarlo y tornarlo mártir".

El espiche del globo golpista del sector fascista de la oposición, ese que llamó a descargar la arrechera por haber perdido las elecciones del 14 de abril y que dejó once compatriotas muertos, CDI violentados, locales del PSUV quemados, sedes del CNE regionales asediadas, que está viendo cómo su estúpido intento de "asalto al poder" se volvió sal y agua, anda por estas calles disfrazado de demócrata.

Yo insistí con los cuentos de sus pasantías. Es cierto —le dije—, no podemos descuidarnos. Pero voy a ver cómo nos va con el libro. Publicaré uno de los relatos en Letra veguera.

 

Las pastillas y las palabras

Casi la una de la tarde. Disfrutaba de un Negro Primero mientras leía un periódico viejo (porque la prensa no llegaba al pueblo). Rosa abre con fuerza la puerta y simultáneamente dice: "La mujer de Faraco viene con un escándalo para que la reciba". "Pásela, Rosa, no hay ningún problema", le dije. La mujer, de unos cuarenta años, que debió haber sido muy atractiva, entró agitada, agarrándose la cabeza y luego, levantando los brazos y viendo hacia el cielo, se quejaba, lloraba, gritaba. "Señora Betina, si se calma y me explica, quizás la pueda ayudar. ¿Qué tiene?".

Respiró profundo de manera sonora: "Este dolor me está reventando la cabeza". "¿Dolor de cabeza?". "Coño, sí, y arrecho". "Déjeme ver". Comencé por tomarle la tensión. Unos 13/8, que no explicaban tan intenso dolor. Busqué el otoscopio, revisé sus oídos y estaban sanos, con un poquitín de cerumen. Revisé su nariz, pero la tenía normal. "Abra la boca", y su dentadura estaba perfecta. "¿No ha tenido dolor en la nuca o cuando abre la boca?". "No, hombre, nunca, ¡pero este dolor me va a matar!". "Bueno, Betina, ¿hay alguna cosa que le preocupe, que le moleste, que le angustie?". "De bola... de bola que sí". "Cuéntame, por favor".

Encendí un cigarrillo y le ofrecí uno a ella. "No, yo no fumo esa vaina tan fuerte... Mire, usted sabe dónde vivo, ¿verdad?". "Sí, claro". "Bueno, detrás viven los chigüires... mejor dicho, los malditos chigüires". "¿Quiénes?". "Los chigüires, médico, los García. El que trabaja en la presa". "Aaah, el señor Antonio". "¡Qué señor ni qué coño! Ese es un perfecto coño'e madre".

No me dejó hablar y continuó: "Desde hace meses montaron una cochinera, precisamente detrás de onde yo tengo la cocina, y usté sabe que siempre hay como unos agujeros o ventanas pa que salga el humo y el calor. Pero, en vez de eso, cuando comienza a calentá el día, comienza la edentina y cuando es mediodía, que el sol le pega de frente a tanta asquerosidá, la edentina se pone espesa y se reúne pa entrá por los güecos que le dije, así me entra por las narices y me revienta en la sien. No joda, médico, eso llevo meses calándomela. He hablado de todas las maneras con ese jueputa y hasta con la pendeja de su mujer, y puras promesas, pero ahí tienen ese mierdero insoportable".

Hubo una pausa, un silencio, pero no me dejó hablar de nuevo. "¿Y qué?". "Que usté es la autoridá sanitaria de este pueblo y lo puede meté en cintura". "Bueno, Betina...", me levanté, le tomé fuertemente sus manos y le dije: "La entiendo perfectamente bien. Tiene mucha razón de venir aquí. Y créame que comprendo lo de su dolor de cabeza. A cualquier persona normal le pasaría lo mismo que a usted. El señor García está totalmente errado en su conducta y en lo que está haciendo. Más aún, en una asamblea que hicimos hace meses en la plaza lo expliqué y dije las razones por las que tener cochineras o gallineros en las casas del pueblo perjudicaba la salud de todos. A los que tienen sus gallinotas les expliqué las medidas higiénicas que debían tomar para poder mantenerlas en casa. Y tenga la seguridad de que hoy mismo voy a hablar con él y por las buenas le pediré que saque los cochinos de la casa, que se los lleve al campo en alguna finquita y que limpie muy bien el chiquero que tiene detrás de tu casa". "¿Y si no le hace caso?". "No te angusties antes de tiempo, yo creo que sí. Y en el caso de que no lo haga, lo citaremos a la Prefectura".

Cruzó los brazos, los colocó sobre la mesa y sobre ellos su cabeza y expresó: "¡Gracias a Dios! ¡Gracias, Diosito! ¡Haz justicia y devuélveme la tranquilidad!". Y se echó a llorar. "Tranquilícese, Betina, que todo se va a resolver, se lo prometo". Después de un silencio, le pregunté: "¿Quieres alguna pastilla o que te inyecte una dipirona para el dolor?". Levantó la cabeza lentamente, la cara todavía mojada de lágrimas, y comenzó a sonreír. "No, médico, se me alivió el dolor de cabeza. En veces, las conversas alivian más que las pastillas o las ampolletas". Vio hacia el cielo y concluyó: "¡Gracias, mi Dios!", y salió lentamente.

Confieso que fue una lección impactante del fenómeno psicosomático. Lo había oído en clases, incluso lo llegué a leer, pero la vida es una gran maestra.

 

Federico Ruiz Tirado

 


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